CAPÍTULO DIEZ Oli estaba trabajando en los registros de impuestos cuando la mujer del servicio entró cojeando a la habitación. Tenía unos cuantos años más que él, una figura esbelta y el pelo medio castaño. Su aspecto era tan corriente que podría haber sido cualquiera. Definitivamente, Oli no la conocía, aunque siempre se le había dado mejor recordar las cosas que había leído que las caras de la gente. Cuando ella entró, él alzó la mirada y se preguntó si estaba allí para recordarle que comiera. Últimamente, esto se le olvidaba bastante, con la cantidad de trabajo que Endi tenía. En su lugar, cerró la puerta y le dio una vuelta a la llave, lo que bastó para que Oli frunciera el ceño. —Estoy bastante segura de que, a estas alturas, uno de tus hermanos ya habría sacado la espada —dijo, co