Narra Carlos
Lo único que quería era salir de allí.
Por mucho que me gustara la música jazz y las copas llenas de Dom Perignon añejo, la fiesta de mi padre era el último lugar en el que quería estar.
—Espera el momento oportuno, muchacho —me murmuró mi padre mientras yo volvía a mirar hacia las salidas, siempre alerta cuando había algún McGowan cerca. Hasta el momento, solo había llegado Ever. El hijo del medio del clan McGowan y probablemente el más tranquilo de todos los que había visto.
Había ido a la exclusiva escuela de perfeccionamiento St. Guinevere's, a la que asistía cualquiera con dinero. Había estado en mi año, pero pasábamos el tiempo en círculos muy diferentes. Quien dijera que el crimen no paga era un idiota. Teníamos dinero a raudales. Y el dinero compraba influencia. Los McGowan también tenían dinero, pero ni de lejos tanto como papá.
—¿De verdad necesitas a la chica? —pregunté, sin dejar de mirar a través de la sala abarrotada. Todos los que eran importantes estaban allí.
—Sí —dijo mi padre, mirándome fijamente—. Malcolm McGowan me prometió una esposa, y la tendré.
—Odias a los McGowan–no entendía por qué quería estar apegado a uno de ellos.
—Razón de más para tenerlos en el bolsillo. He pasado años erosionando su influencia en Escocia y finalmente los tengo donde los necesito. Controlables. Acostarse con la perra es solo la guinda del pastel.
Apreté el puño a mi costado y tomé una respiración lenta y tranquila por la nariz. Había visto lo que les había pasado a las mujeres de mi padre y, por mucho que odiara a los McGowan, no podía evitar sentir lo que le iba a pasar a Meisy. Tenía suficientes cicatrices para saber de primera mano cómo se sentía bajo la ira de mi padre, y eso sin que su pene estuviera involucrado. Había destruido a mi madre y a innumerables personas más desde que ella huyó.
Seguramente existen otros medios para controlarlos.
—No te sientes mal por esa zorra, ¿verdad? Toda la familia es una escoria y lo sabes. Si su hermana no se hubiera escapado y me hubiera dejado en evidencia delante de mis socios comerciales, no estaría metida en este lío. Es culpa de ellos. Un acuerdo es un acuerdo. —el padre llamó a la elaborada barra de caoba y el camarero derramó al instante un gran trago de whisky en su vaso vacío.
—No me importa una mierda. Simplemente no creo que necesitemos una boda para controlarlos. No queremos escoria en nuestra familia. Hay muchas otras con hijas e hijos elegibles– no es que quisiera casarme con nadie en un futuro próximo. Un polvo rápido con una mujer dispuesta era suficiente para saciar mis impulsos sin ataduras. Lo último que necesitaba era otra persona en casa tratando de controlarme.
—Mi palabra es definitiva, Carlos. Como bien sabes—padre tomó un buen trago de whisky antes de que una sonrisa burlona le cruzara el rostro—. Hablando del diablo, ahí viene.
Meisy ya no era una simple niña, como lo había sido la última vez que la había visto hacía unos años. Era una belleza. Esperaba que entrara por la puerta detrás de sus hermanos, aterrorizada de enfrentarse a mi padre, pero entró en la habitación con la barbilla en alto y sus hermanos caminando unos pasos detrás de ella. El vestido escarlata que llevaba le llegaba casi hasta el ombligo y dejaba al descubierto una extensión de piel bronceada. Su cabello brillaba en rizos oscuros sobre sus hombros y tenía una mirada de absoluta dominación en su rostro.
Miré de reojo a mi padre. ¿Seguro que no esperaba esto? Ella no tenía derecho a parecerse al gato que se llevó la maldita crema. Mi padre estaba prácticamente salivando ante las patillas, con una expresión oscura de deseo en sus arrugadas facciones.
—Ella nos está poniendo en evidencia.
—No, ella vino a jugar. ¿Quién hubiera dicho que esa pequeña flor de pared tenía algo que ofrecer? —mi padre se irguió mientras la multitud dejaba paso a los McGowan, más de un par de ojos pegados a Meisy mientras pasaba.
Una oleada de ira me recorrió el cuerpo cuando se acercaron. Mi padre había hospitalizado a su padre. Las guerras entre nuestras familias habían provocado la muerte de dos McGowan, y habían echado por tierra el acuerdo que habían firmado con nosotros. Deberían temblar en sus malditas botas. O en sus tacones de aguja. Pero las piernas de Meisy, sus piernas bien formadas y bronceadas, no temblaban en lo más mínimo.
—Buenas noches, Harold, Carlos, gracias por invitarme a vuestra pequeña reunión—mi padre tensó los hombros cuando sus melosas palabras nos saludaron. Bien podría haberle dado una patada. A él le encantaba hacer alarde de su riqueza, y el resplandeciente salón de baile adornado con miles de libras en flores y miles más en delicados bocados y champán burbujeante era una muestra directa de su apoyo. Ella lo destrozó con una frase aparentemente agradable. Debía de haber tenido deseos de morir.
—Meisy —dijo, tomando su mano y colocando sus labios sobre el dorso de la misma—. Qué placer verte. Los hombres de tu familia parecen mantenerte alejada de los focos de atención. Y no me sorprende. Es un milagro que alguien no te haya arrebatado ya.
En apariencia, parecía mantener la compostura, pero cuando su padre le besó la mano, miró brevemente a su hermano mayor, Logan, en busca de tranquilidad. Tal vez no estaba tan segura de sí misma como quería hacernos creer. ¿Estaba jugando un juego? Revisé las posiciones de mis hombres y vi a uno de sus otros hermanos, Mark, cerca de la salida. ¿Por qué no estaba allí arriba con el resto de los McGowan?
—No soy tan fácil de seducir —dijo Meisy—. A las mujeres les gusta que las cortejen.
Mi padre le soltó la mano, que ella se secó con cuidado contra el costado del vestido. No es que mi padre se diera cuenta, ya que tenía los ojos pegados a sus senos.
—Disfruta de la fiesta y veremos si podemos marcar el comienzo de una nueva era para los Thomas y los McGowan. Carlos y yo tenemos algunos asuntos que atender.
—Estaríamos encantados de hacer algunos amigos—Meisy abrazó a Ever y Logan y sonrió.
—Ven a buscarme más tarde, Logan, y podremos hablar sobre cómo corregir los errores de Esther.
Los hombros de Logan se tensaron mientras asentía antes de dirigirse hacia la multitud.
—Vamos a tener que actuar más rápido de lo previsto, Carlos. Ve a buscar al más joven de los McGowan.
Levanté las cejas y dije: —¿Llevarnos a Mark¿ ¿Por qué?
—¿Ves cómo los mira la gente? No solo a Meisy, sino también a los muchachos. Saben que hay sangre nueva al mando de su nave. Sangre joven y ardiente. Estarán evaluando a los McGowan y decidirán si necesitan hacer nuevas alianzas. Y tenemos que acabar con cualquier posibilidad de que eso ocurra.
—¿Llevando a Mark?
—Forzándolos hasta que podamos mantenerlos bajo control—los dedos de mi padre se apretaron alrededor de su vaso mientras el camarero se movía nervioso detrás de nosotros.
Mark se quedó en el borde de la habitación, como si alguien le hubiera meado encima. Cualquiera pensaría que lo habíamos invitado a un velorio, no a una fiesta. Necesitaba sacarlo afuera si quería llevármelo sin que me vieran. Afortunadamente, era fumador, y los fumadores fumaban aún más cuando estaban agitados.
Salí a escondidas a la fría tarde mientras el cálido día se transformaba en una noche fría. La entrada trasera conducía a un lúgubre callejón entre los edificios históricos del centro de Glasgow, un imponente mar de gris y marrón. La parte delantera de los hoteles y las tiendas estaba llena de accesorios modernos, luces brillantes y letreros brillantes, pero la parte trasera estaba tan húmeda como siempre. Muy parecido al mundo del crimen organizado, en realidad. En la parte delantera, nuestros negocios eran buenos, pagaban impuestos, eran legítimos y limpios, pero debajo de la superficie había un mar de ilegalidad, violencia y sobornos.
No pasó mucho tiempo antes de que Mark se tambaleara hacia el callejón y se apoyara pesadamente contra la pared de piedra, sacara un cigarrillo de su cajetilla y le diera una calada profunda. Por los tres intentos de encenderlo y la forma en que dejó caer la cajetilla cuando intentó volver a guardarla en el bolsillo, ya había bebido una copa de champán de más. Debería ser una tarea bastante fácil.
Costa y Tommy, dos de mis hombres de mayor confianza, ya me esperaban en el punto donde el callejón se encontraba con la carretera, con una camioneta en marcha, lista para que yo arrastrara el patético trasero de Mark. Lo único que quedaba por hacer era incapacitarlo sin llamar demasiado la atención.
Esperé el momento oportuno, a que terminara de fumar, y observé cómo sus hombros se relajaban y sus ojos se cerraban ligeramente. Atacar a alguien cuando estaba en guardia era una tontería. Esperar hasta que creyeran que el peligro había pasado era la mejor manera de proceder.
Mark tiró la punta de su cigarrillo al suelo y la aplastó con su acento irlandés. Cuando se dio vuelta para abrir la puerta, hice mi movimiento.
Me levanté de un salto y le rodeé la garganta con el brazo, asestando tres puñetazos en el estómago con el otro puño. Sus pies me patearon hacia atrás y me golpearon las espinillas con el tacón de madera de su zapato mientras yo hacía una mueca. Malditos McGowans. Puede que yo fuera más alto y más ancho que él, pero mierda, era como un demonio poseído. Era una pena que lo necesitara con vida, de verdad. Es mucho más fácil noquear a un tipo. Es mucho más limpio.
Su respiración se hizo más entrecortada a medida que aumentaba la presión alrededor de su cuello, sus dedos agarraban desesperadamente el brazo de mi chaqueta mientras yo le exprimía el aliento que le quedaba.
Justo cuando su cuerpo finalmente se desplomó, lo solté, agarré mi arma, lo hice girar y lo golpeé en la sien con ella.