Abbigail.
— Abbigail — advierte Ethan frente a mí —. Sabes que la paciencia no es uno de mis dones.
— ¿Tú tienes dones? — Pregunto llena de sarcasmo.
Sus ojos se oscurecen con frustración y vuelve a llevar la cuchara a mi boca, intentando que coma esa horrible sopa de verduras que nana preparó para mí. Un día en esta casa y no lo soporto. No soporto tener a nadie cerca. Ni a mi hermana, ni a mi padre, ni a Ethan.
— Abre la boca — gruñe —. He dicho que abras la boca, Abbigail.
— ¡Yo no te pedí que me cuidaras, yo no pedí esto!
Sus ojos brillan cuando parece comprender —: ¿Lo estás haciendo a propósito para que me vaya? — Luce más cabreado —. Eres tan inmadura.
No controlo la risa que escapa de mis labios y, a propósito, golpeo su brazo con mi rodilla, provocando que la cuchara se vuelque sobre él.
— Ups, lo siento — finjo inocencia.
Él mira incrédulo de su camiseta sucia a mí. Por su mirada sé que está imaginándose cómo sería estrangularme, pero no me importa. Yo no le pedí que me cuidara, así que si tengo que llenarlo de sopa para que se largue y me deje en paz de una buena vez, ¡pues bien, lo haré!
— Ignoraré eso — masculla entre dientes, su mandíbula apretada con fuerza —. No te daré más sopa, pero el batido sí te lo tomas.
— Pásamelo — le pido y cuando lo hace, vuelco el batido sobre él —. Ups, lo siento — murmuro de nuevo, pero esta vez no soy tan hipócrita como para lucir inocente.
Ethan enrojece de la rabia y observa con incredulidad su camiseta y pantalón, observa el desastre que hice de él.
— ¿Qué has hecho? — Masculla entre dientes, tratando de despegar la húmeda camiseta de su piel.
— Vas a ensuciar mi cama, así que lárgate — le advierto para que se ponga de pie y se vaya.
Jadeo cuando una enorme mano llena de batido aterriza con suavidad en mi rostro, ensuciándome.
Parpadeo, incrédula.
Sin perder más tiempo, me estiro y alcanzo la sopa. Me las ingenio para salpicar del líquido en su rostro con mi mano, haciendo un desastre más grande de él.
— Basta — gruñe, pero yo no me detengo, lleno mi mano con más liquido espeso y lo estrello fuertemente contra su rostro —. Basta... — y de nuevo, sus palabras no me importan —. ¡Basta, Abbigail! ¡He dicho que basta!
Brinco en la cama cuando él toma mis muñecas con fuerza, obligándome a soltar el plato que cae volcado sobre mis piernas.
— ¡Suéltame!
— ¡Te he dicho que basta! — Grita frente a mi cara, perdiendo el control.
— ¿No entiendes cuando te digo que no te quiero cerca? — Gruño con odio frente a él —. ¡No te quiero cerca!
— ¡No tienes que lanzarme comida encima para que lo comprenda!
— ¡Pues si no entiendes con palabras, tengo que encontrar otra forma! — Forcejeo para soltarme de su agarre, furiosa conmigo misma por haber metido la comida en nuestra pelea, pero él simplemente me descontrola.
— ¡Me vas a volver loco, lo juro!
Grito cuando me empuja sobre la cama, obligándome a caer en un duro golpe que es amortiguado por el blando colchón. A los pocos segundos, sus manos levantan mi camiseta y su rostro se entierra en mi vientre, llenándome del viscoso líquido que ensucia su piel.
Gimo por la horrible sensación de tener mi vientre sucio.
— ¿Cómo te atreves? — Pregunto llena de sorpresa mientras él continúa restregándose contra mi piel —. ¡Aléjate!
Lo tomo de los hombros y lo empujo, alejándolo de mí. Cuando él me mira, su enojo no ha disminuido ni un poco, por el contrario, parece haber aumentado.
— Yo no te voy a tratar con pleitesía sólo porque estás enferma — me advierte, mirándome con sus manos hechas puños —. Puede que te ame como un maldito loco, pero eso no significa que me vaya a poner a tu merced. No voy a aguantar tu mierda, Abbigail.
— Oh, pero mira — aplaudo con una sonrisa en mis labios —. Ya te estás mostrando como realmente eres, Ethan Fuster — recalco su nombre.
— ¡Carajo, Abbigail! ¿Cómo olvidé que tu mayor habilidad es sacarme de mis casillas? Lo juro, intento ser paciente, intento ser caballeroso, incluso intento tratarte con ternura, ¡algo que nunca he hecho con nadie! Pero tú me enfureces, Abbigail, haces que olvide todo lo que estoy tratando de ser por ti.
— ¿Tú intentando ser paciente, tierno, caballeroso? — Niego con la cabeza —. El que es nunca deja de ser... Y un delincuente nunca deja de ser un delincuente.
Su respiración empieza a tornarse brusca, sus hombros tensionándose cada vez más en el transcurso de cada segundo, hasta que, en menos de un parpadeo, lo tengo justo frente a mí. Su mano me jala del brazo y me obliga a ponerme de pie, pero mis piernas fallan al instante, cosa que él aprovecha para alzarme y subirme rápidamente sobre su regazo en la cama.
— ¿No te gusta lo dulce, lo tierno, lo paciente? — Gruñe, tomando mi cabello en un duro puño —. Entonces, ¿qué te gusta? ¿Lo brusco? ¿Lo fuerte? — Inclina bruscamente mi cabeza hacia atrás —. ¿Lo duro?
Empujo su pecho con mis manos, pero sólo consigo que su agarre sobre mi cabello se vuelva más fuerte. Su aroma inunda mis sentidos de una forma que no es bienvenida porque trae recuerdos que sólo duelen.
— Déjame — susurro en un casi ruego.
— No te voy a dejar, Abbi — su mirada penetra sobre la mía, cavando bien hondo en mi interior —. No te voy a dejar nunca.
Y esas palabras me quiebran, simplemente me llevan al borde.
— Basta — sollozo, sorprendiéndolo cuando las lágrimas empiezan a caer —. Basta, Ethan, basta.
— Abbi...
— No puedo, sólo me estás lastimando más. ¿No lo entiendes?
— No puedo dejarte.
— Y yo no puedo perdonarte — chillo, sintiendo las palabras muy dentro de mí —. Me duele, todo lo que haces me duele. Tu persistencia y tus palabras de amor no borran todo el daño que me hiciste, no borra lo que siento aquí... — toco en mi corazón —... lo rota que me dejaste. Que estés cerca sólo me lastima más, Ethan. Ya basta, por favor, detente.
— No puedo — sus manos sostienen mi nuca, acercándome a él —. No sabes cuánto te amo, Abbigail, no tienes la más remota idea de cuánto lo hago.
— No, tienes razón, no la tengo, porque tú nunca me lo has demostrado.
— ¡Quiero hacerlo, pero tú no me dejas!
— ¡No puedo, Ethan, no puedo!
— Perdóname — acerca más su rostro, rozando nuestras narices.
— No puedo — repito, tratando que entienda —. No te puedo engañar a ti, así como tampoco me puedo engañar a mí; sé que no voy a perdonarte. Tú... tú me mataste, yo confiaba en ti, te amé... te amé como nunca amé a nadie y rompiste mi corazón.
— Puedo arreglarlo.
— No, no puedes — susurro —. No puedes, ¿sabes por qué? Porque yo soy la única que puedo arreglarme. Y tenerte cerca, verte a diario, eso no me está ayudando. Cada vez que te disculpas, cada vez que me miras, me rompes el corazón otra vez, me llevas de vuelta a ese maldito día, Ethan. Me estás lastimando, revives mi dolor una y otra vez. Ya basta, ya no más, por favor.
Sus pulgares limpian mis lágrimas, su frente sobre la mía y puedo ver sus propias lágrimas brillando en sus ojos.
— ¿Qué hago, Abbi? Dime, ¿qué hago? — Sostiene con más fuerza mi rostro —. ¿Renuncio? ¿Quieres que renuncie?
Tomo un profundo respiro y con voz temblorosa le digo —: Sí. Ayúdame y aléjate de mí, no me lastimes más.
— Tú no puedes perdonarme — dice contra mi boca, apenas rozándola —, y yo no puedo dejarte.
— Puedes...
— No, no puedo — gruñe —. No puedo dejarte, muñeca. Yo no...
— ¿Tú...?
— No estoy completo sin ti — lo dice como si fuera un hecho, como si estuviera exponiendo su argumento más importante —. No estoy completo sin ti, Abbigail.
— No más — le ruego, sosteniendo su rostro, limpiando la única lágrima que baja lentamente por su mejilla —. Sólo nos estás lastimando, a ambos.
— Te necesito — roza su nariz con la mía, inclinándose más a mi boca —. Te necesito, pequeña. Y sientes dolor y no confías en mí y soy la persona que más daño te ha hecho. Sé todo eso, lo sé, lo llevo en mi alma como una cruz, créeme. Pero también sé que me amas, sé que seremos maravillosos juntos, sé que puedo hacerte feliz.
— No más — imploro.
— Te amo — él susurra las palabras contra mi boca —. Y mientras tú guardes un poco de amor por mí en alguna de esas partes del corazón que yo mismo rompí, seguiré luchando.
Cierro mis ojos, dejando caer más lágrimas cuando su boca besa cortamente la mía en un susurro de beso, en un toque de pluma que me rompe un poco más. Pero no puedo, él me dañó tanto que ya ni siquiera me reconozco, no sé quién soy. Necesito reconstruirme, necesito sanar y volver a vivir, no sólo sobrevivir. Quiero mi vida, quiero recuperar todo el tiempo perdido. Me lo debo a mí, a mí, a Abbigail Petterson, sólo a mí. Merezco ser feliz, y no estoy segura de si las personas que me rodean me pueden dar esa felicidad que tanto quiero.
Giro mi rostro y su boca de inmediato cae en mi mandíbula. Y lo siento allí, lo siento sollozar en silencio por mí, contra mi piel como si le estuviera doliendo mi rechazo. Y tal vez le duele, pero no puedo darme el lujo de pensar en su dolor.
Lo empujo del pecho y me aparto un poco de él.
— Vete — le pido, mirando su corbata porque no soporto mirarlo a los ojos.
— Muñeca...
— Estoy cansada, quisiera dormir — limpio mis lágrimas con cuidado —. Llama a mi hermana para que me ayude a bañar, por favor.
Puedo ver su resistencia, sus manos en mi espalda intentan acercarme a él una vez más, pero pongo mis ojos en los suyos y digo —: Vete — y dejo toda mi determinación en esa palabra porque ya no sé de qué otra forma hacerle entender.
Y nos quedamos por varios minutos así, mirándonos fijamente, mostrándole en mi silencio qué es lo que quiero.
Finalmente, él asiente al mismo tiempo que limpia una última lágrima que cae por su rostro, la limpia y la aparta como si nunca hubiera estado allí. Ethan me deja cuidosamente sobre la cama y se marcha. Y todo en lo que yo puedo pensar es... ojalá pudiera borrar todo mi dolor con la misma facilidad con la que él limpió esa lágrima.
|...|
Pocos minutos después de que Ethan se marche, mi padre entra en mi habitación. Su rostro cansado y preocupado me hiere más. No soporto esa mirada en sus ojos, no soporto que ahora me mire como si me amara cuando antes no lo hacía. Y odio eso, odio lo débil que todos ellos me han convertido.
— Abbi...
Limpio mis lágrimas con mis manos, evitando su mirada.
— ¿Podrías llamar a Fancy para que me ayude a bañ...
— ¿Hablaste con Kol? — Pregunta, interrumpiéndome.
— ¿Eso qué importa? — Inquiero.
— Me lo encontré hace un momento, él no lucía bien.
— E inmediatamente pensaste que fue mi culpa — le digo —. ¿Desde cuándo te preocupas por él?
— Abbi...
— Ahórratelo, papá — soy sincera —. Ni siquiera sé por qué te lo pregunto. No me interesa saber sobre tu cariño por tu nuevo hijo.
— Mi hermano dañó la infancia de ese muchacho, destruyó toda su familia, por supuesto que lo estoy ayudando, Abbigail. Él no es una mala persona, pero no me llenaré la boca hablando sobre eso. Y estás malinterpretando las cosas. No lo veo como a un hijo, las cosas no son así.
— ¿No? — Me río —. ¿Entonces cómo son? Explícame cómo es que mi padre acoge al hombre que casi me asesina y lo acepta como si fuera un nuevo m*****o de la familia. ¿Ahora intercederás para que esté con él?
Soy consciente de lo agrias que son mis palabras, pero no puedo evitarlo. Escuece ver cómo él es con Ethan, cómo le da tan fácilmente lo que yo siempre quise y nunca obtuve.
Marcus Petterson me mira por varios segundos como si no supiera qué decirme. Y está bien, porque sus palabras no son algo que yo quiera.
— Papá, vete — le pido.
— Él te ama.
Perfecto.
— No quiero esto — señalo la puerta —. Márchate.
No necesito que me diga lo que Ethan siente por mí, es sólo ridículo.
— Abbigail, sé que no he sido el mejor padre del mundo — él me sorprende un poco con esa declaración —. Fui egoísta y fui un cobarde. No supe llevar la muerte de tu madre, no supe llevar la muerte de Destiny. Me perdí en el camino y olvidé que más que un esposo, más que un amante, era también un padre. Olvidé desempeñar el papel más importante de mi vida.
— Sí, lo olvidaste — no me conmuevo.
— Tuve que estar a punto de perderte para recordarlo. Las muertes de ellas fueron insoportables, fuiste testigo de lo que hicieron en mí, pero nada se compara con lo que sentí cuando pensé que te perdería.
— Ahórratelo — consigo que mi voz no salga temblorosa mientras me concentro en limpiar con la sábana la comida que todavía baña mi piel.
— No te voy a pedir perdón, yo no creo que merezca decir esas palabras. Tú decides si lo haces, sólo tú sabes si aún tienes espacio en tu corazón para mí, para tu hermana, para tu familia.
Limpio bruscamente las lágrimas que parecen nunca acabarse, mi cuerpo lucha contra un sollozo cuando él se sienta a mi lado, pero me niego a mirarlo.
— Eres mi hija — continúa —, eso nunca va a cambiar. Aunque para ti yo ya no sea tu padre, tú siempre serás mi hija. No él, Abbigail, no Kol. No intercedo por él para su beneficio, no intercedo por él porque estos años me ha demostrado cuánto te ama, no intercedo por él por el cariño que le tengo. Intercedo por él por razones meramente egoístas — su mano se estira como si fuera a tocarme, pero se arrepiente antes de hacerlo —. Yo creo que... tal vez si en tu corazón encuentras la forma de perdonarlo, entonces también encontrarás la forma de perdonarme a mí, tal vez yo también podré tener redención, cariño.
— Luke quiere que nos vayamos a vivir a Londres — suelto, no soportando más sus palabras.
Él parece congelarse por varios segundos, hasta que finalmente suelta un doloroso —: ¿Qué?
— Aún no le he dado una respuesta, pero quiero que sepas que, tan pronto pueda volver a caminar, me iré de aquí.
— Pero esta es tu casa...
— No, no lo es, nunca he podido llamar a esto hogar, esta no es mi casa — me atrevo a mirarlo —. Así decida no irme a Londres, me iré pronto de aquí. Voy a vivir con Luke en su apartamento. Y no te lo digo porque necesite tu permiso, te lo digo sólo para que no te tome de sorpresa cuando pase.
— Abbi — sus ojos me imploran —, no puedes apartarte así.
— Claro que puedo, lo voy a hacer — le digo con firmeza —. Por lo que a mi respecta, nunca he sido una Petterson.
Él aparta la mirada con algo parecido a la desesperación, pero no dice nada para defenderse, sólo acepta mis golpes como si estuviera dispuesto a recibir cualquier cosa que venga de mí, sin importar qué tan mala sea.
— ¿También apartarás a Dest?
Y sé con qué intenciones él la nombra.
— No metas a mi sobrina en esto, no la utilices en mi contra, no te atrevas — levanto un poco la voz —. Si no he accedido a verla es sólo porque no quiero que su primer recuerdo de mí sea mi cuerpo postrado en una cama. No utilices a una niña que no ha cumplido los tres para manipularme. Estaré cerca de ella, eso no significa que estaré cerca de ti.
— Parece que tienes claro lo que quieres — dice con ronquera.
— Lo tengo muy claro — afirmo —, y nada me va a hacer cambiar de parecer. Ni tu repentina necesidad de ser padre, ni la preocupación de mi hermana, ni el tan grande amor que Ethan me dice tener. A veces sólo debes aprender a alejarte de las personas que son tóxicas y eso fuiste tú para mí por muchos años. Me amargué casi toda mi vida, creé resentimientos que no soportaba, cargué con culpas sobre mis hombros gracias a mi maravillosa familia. Ya he perdido demasiado tiempo, papá, y no hablo sólo de los tres años que estuve en coma, hablo de mucho más. Creo que ya es hora, ya es momento de que me encuentre a mí misma y salga de la sombra en que todo el odio y la indiferencia de los Petterson me han mantenido.
Él asiente con debilidad y se aclara la garganta como si no pudiera pasar. Sé que mis palabras lo han herido, todo su cuerpo me lo dice, así que entrelazo mis manos para evitar tocarlo, para evitar que el inevitable amor por él me vuelva débil.
— ¿Te irás del país?
— No lo sé, aún no he tomado una decisión. De lo único que estoy segura es que en unos días me iré a vivir al apartamento de Luke y espero que no hagas nada para evitarlo — se establece un silencio entre ambos que es demasiado insoportable, él no parece poder mirarme y yo no quiero tenerlo cerca —. ¿Te puedes ir ya?
Mira con impotencia sus manos, como si no supiera qué hacer con ellas. Abre la boca como si fuera a decir algo, pero giro el rostro, mirando hacia la ventana para que comprenda que no quiero escuchar más. Por lo que a mí respecta, todo ya está dicho.
Sin embargo, cuando se marcha, me pregunto si estoy tomando la decisión correcta al alejarlo.
|...|
Esa noche, después de bañarme con la ayuda de mi hermana, caigo dormida. Sin embargo, no es un buen sueño lo que tengo, por supuesto que no lo es. Tengo la misma pesadilla que me persigue desde que desperté del coma, la misma pesadilla que parece no dejarme en paz. Lo peor es que es un recuerdo, no algo que mi cerebro inventa para lastimarme.
Como todas las noches, sueño con un extraño, pero, al mismo tiempo, familiar hombre de ojos grises, un hombre que me apunta con un arma. Y en mis sueños el desenlace de los hechos es distinta a la realidad. En mis sueños, él siempre dispara.
Me despierto con un sollozo atragantado en la garganta, me despierto recordando y reviviendo todo lo que sentí ese día, y me despierto para ver al protagonista de mi pesadilla junto a mí. Ethan está dormido a mi lado, su cuerpo en el piso y su cabeza acomodada cerca de mí en el colchón, su rostro en mi dirección como si se hubiera dormido mirándome.
Y allí, con la luz del día entrando por la ventana, me permito observarlo. Y allí, observando las facciones de ese rostro tan hermoso, comprendo que lo amo tanto. Y allí, en donde descubro cuán grandes siguen siendo mis sentimientos por él, también descubro que es el momento de amarme más a mí misma, por encima de a él.
Casi con temor, estiro mi mano y toco su rostro, el rastrojo de su barba en su mejilla. Él se inclina a mi tacto entre sueños. Cierro mis propios ojos, tratando de retener mi amor por él porque en este momento de mi vida no puedo dejar que eso me gobierne. Y como un aterrizaje a la realidad, llegan las imágenes de mi sueño, dañando todo lo que siento por él. La pesadilla invade mi cabeza y de repente todo lo que quiero es estar lejos de Ethan Fuster.
Un segundo después de que me pongo de pie, mis piernas ceden y caigo el piso. Un inevitable grito se me escapa, lo que provoca que Ethan despierte sobresaltado.
— ¡Mierda, Abbi!
— No me pasó nada — trato de calmarlo, pero él de inmediato llega a mí y me levanta en sus brazos para depositarme de nuevo en la cama.
Envuelve mi rostro con sus manos y pregunta con intensidad —: ¿Estás bien?
— Me duele un poco el pie izquierdo, creo que caí sobre él.
Ethan toma mi pie y empieza a presionar en suaves masajes que tratan de calmar mi dolor, pero a él no se le escapa lo obvio —: Si sabes que no puedes caminar, ¿por qué no me despertaste para que te ayudara?
Porque quería huir de ti — pero no consigo que esas palabras salgan.
Aparto la mirada, pero él toma mi quijada con sus dedos, obligándome a mirarlo.
— ¿Por qué? — Insiste.
— No quieres saber la respuesta.
Sus ojos parpadean con tristeza, mirando mi rostro con una expresión desolada.
— ¿Ibas a bañarte? — Pregunta como si necesitara desesperadamente que esa sea la respuesta. Ambos sabemos que no lo es, pero asiento, porque a pesar de todo, yo no quiero lastimarlo.
Lo miro confundida cuando me toma entre sus brazos y me lleva hacia el baño. Tan pronto estamos allí, él empieza a desnudarme, así que detengo sus manos en mi camiseta, evitando que la levante por completo.
— ¿Qué haces? — Lo miro con ojos grandes, recostando mi cuerpo contra el lavabo para evitar caer.
Él luce desconcertado por mi pregunta.
— Dijiste que te querías bañar, sólo te estoy ayudando — y lo dice como si fuera obvio.
En menos de un parpadeo, Ethan saca mi camiseta, dejando mis pechos desnudos ante sus ojos. Me tapo con mis manos y no consigo hablar de la sorpresa que siento.
— ¿Qué pasa, muñeca? — Toma mi rostro con ternura, mirándome con preocupación.
— No necesito tu ayuda — susurro.
— Pero puedes caerte — aparta mi cabello con suavidad y lucho contra el estremecimiento que eso me provoca —. Abbi, no es la primera vez que te veo desnuda.
— Es diferente.
— Sí, es diferente — se agacha y saca mi short de pijama, su aliento contra mi vientre cuando dice —: La última vez te desnudé para darnos placer, ahora sólo quiero cuidarte.
— ¡No! — Detengo sus manos antes de que baje mis bragas, siendo muy consciente de mi desnudez.
— Abbi, muñeca...
— ¡No! — Insisto —. Detente, deja de actuar como si nunca me escucharas. Te pedí que te alejes, ¿por qué no respetas mis decisiones? ¿Por qué no me escuchas? Me ignoras, manejas mi cuerpo sin pedir permiso, actúas como si... como si...
— Como si fueras mía — termina por mí con dureza —. ¿Y es que acaso no lo eres?
¿Qué clase de pregunta estúpida es esa?
— La última vez que miré, no me estaba vendiendo, Ethan.
Él retrocede un paso, una mano en su cabello para revolverlo con fuerza en un evidente signo de frustración. Nos quedamos en silencio por varios segundos, escuchándose nada más que nuestras respiraciones.
— No puedo hacer nada si tú me apartas, Abbi — me mira con desesperación —. No me apartes.
— Ya hablamos de esto — cubro mis pechos con mi cabello a pesar de que su mirada nunca se ha dirigido a un lugar de mi cuerpo que no sea mi rostro.
— Abbigail...
— No vuelvas a buscarme, Ethan, no me enojes — aprieto el lavabo detrás de mí, intentando infligirme valor —. Pronto me iré a vivir con Luke y cuando eso pase, no vas a tener más excusas para verme. Sólo ahórranos tiempo y acaba con esto ya.
Endurece su mandíbula y sé que está luchando por no alzar la voz, por no pelear, por no empezar una discusión, lo que realmente me sorprende, pues él generalmente sólo explota sin importarle nada.
— He cambiado, me he moldeado para ser el hombre que tú mereces. Al menos déjame mostrarte quién soy ahora, al menos dame un poco de tu tiempo y luego decide si esto vale o no la pena. No te rindas tan fáci...
— Llama a mi hermana — lo interrumpo —, ella me ayudará a ducharme.
— Al menos escúchame.
— No — digo lentamente la palabra —. Pronto es la cita con el fisioterapeuta, no me hagas perder más el tiempo y déjame alistarme.
— Carajo, Abbigail, ¡no me cierres todas las puertas!
— ¡No mereces tener ninguna abierta! — Exploto —. Tú eres la mayor decepción de mi vida, ¿de verdad crees que te daría otra oportunidad?
Retrocede un paso como si mis palabras lo hubieran golpeado.
— No te odio — continúo —, pero me estás sofocando tanto que pronto empezaré a caminar por esa fina línea. No empeores las cosas y déjame en paz. No te lo voy a repetir una vez más. Si de verdad me amas como dices hacerlo, al menos déjame tranquila mientras me recupero. No me lastimes, no me atormentes más, ¡no más!
Él gira el rostro, enseñándome la dureza de su perfil, cuán difícilmente se está controlando para no perder su temperamento.
— Está bien, me mantendré alejado de ti, por ahora — recalca las últimas palabras —. Pero no me detendré. Así tenga que vivir sólo con migajas de tu amor, lo haré.
— ¿Migajas? — Me río —. Yo ya no tengo nada para ti, Ethan, ni siquiera migajas.
Antes de que él pueda decir algo más, Fancy entra, mirando confundida de Ethan a mí, ruborizándose cuando ve mi desnudez.
— Vine a despertarte, tienes la cita con el fisioterapeuta, pero parece que alguien más te está ayudando.
— Él ya se iba — agrego rápidamente, sin apartar mi mirada de Ethan.
Él asiente y se gira para marcharse, pero justo en el último momento se detiene para decir sobre su hombro —: Fancy, hazme el favor y dile a la pequeña idiota que tienes por hermana, que yo la amo... a mí nunca me escucha.
Y se marcha sin mirar atrás.
Imbécil.