Katherine regresó al vestidor, se quitó la peluca y respiró agitada en el espejo de la cómoda. Sus manos temblaban. Eso fue lo más atrevido que hizo en los cuatro años que llevaba trabajando para Randall. Cuando se miró en el espejo, sus labios temblaban y sus mejillas estaban ruborizadas. Katherine también se quitó el antifaz y los lentes de contacto. La noche había acabado para ella, así que quitándose el resto de la ropa, se colocó un pantalón de mezclilla y una chaqueta oscura. No podía continuar allí.
Katherine sujetó su bolso, tomó un puñado de los billetes que le arrojaron al escenario de la bolsa de las recolectas, y guardó los billetes que Logan le dio en el bolsillo de su pantalón. Katherine sujetó su casco y empujó la puerta con la cintura. Caminó por el pasillo mientras las demás chicas la veían, y se despidió de Hannah antes de que le preguntara lo que sucedía. Hannah fue directo con Randall y le dijo que Katherine se estaba yendo. Randall se levantó de la silla y caminó por el mismo pasillo. La encontró cuando Katherine se subió a la motocicleta.
—¿A dónde vas, Katherine? —preguntó en el estacionamiento.
La calle estaba mojada y los botes de basura llenos.
—A casa —dijo colocándose el casco.
Randall bajó el escalón.
—Tu turno apenas comienza.
Katherine miró hacia él y bajó el vidrio de su casco.
—Y ya me voy —dijo acelerando y saliendo del club.
Randall pateó el bote de basura y las botellas cayeron y se rompieron. Randall maldijo a Katherine, mientras ella cambiaba la velocidad y apretaba más el acelerador. La chaqueta se ondeaba por la brisa, y Katherine rememoró lo que hizo con Logan. Cerró los ojos una milésima cuando se detuvo en el semáforo en rojo. Katherine se preguntó por qué lo había hecho, y en qué clase de mujer se estaba convirtiendo. Lo que hizo con ese cliente sobrepasó sus reglas personales y también las del club. Eso tendría múltiples repercusiones en su trabajo, sin imaginar lo que Randall diría cuando supiera que quebró una de sus reglas.
Katherine arrancó cuando el semáforo cambió y continuó otros veinte minutos hasta estacionar en la entrada de su casa. Las luces del interior continuaban encendidas, y dejando el casco sobre el asiento, caminó entre los rosales de su madre y hundió la llave en la cerradura. Su madre estaba sentada en el sofá, dormida. El estruendoso sonido del llavero y la cerradura de la puerta, la hizo exaltarse y alzar un bate que mantenía junto a su sillón.
—Tengo las manos alzadas —dijo Katherine sonriendo.
Su madre se tocó el pecho y bajó el bate. La zona en la que vivían no era la mejor, y los robos eran usuales. Después de que robaran varias casas la semana anterior, Rachell, la madre de Katherine decidió que se sentaría en el sofá hasta que su hija regresara, con un bate en la mano. Nadie tocaba a la familia de Rachell, y la protección de los mismos era lo más importante.
—¿Qué haces con ese bate? —le preguntó Katherine.
—Te esperaba —dijo cuando se levantó del sillón—, y sabes que mi amiga Alaska me dijo de los robos. Quiero proteger mi hogar.
Katherine le besó la mejilla y Rachell cerró los ojos.
—No tienes que esperarme —dijo Katherine.
—Siempre te espero.
—Y siempre te digo que no lo hagas —replicó Katherine cuando se quitó la chaqueta y crujió su cuello—. Te vas a enfermar.
Rachell era fuerte como un toro, o eso le decía para que no se preocupara. Sobre los hombros de Katherine estaba la carga de la familia, y Rachell no quería ser otra de esas cargas.
—Calentaré tu comida —dijo encaminándose a la cocina.
Katherine la siguió hasta la vieja encimera de madera.
—Te amo, pero no tengo hambre.
Rachell sacó la lasaña del horno.
—Sí vas a comer. Tienes que mantenerte fuerte.
Katherine le sonrió y alcanzó su hombro. Le repitió que no tenía hambre, y Rachell le repitió que sí comería. Katherine no quiso discutir más con ella. Mamá siempre ganaba las peleas.
—Iré a verlo —dijo Katherine girando al corredor.
Entre la sala antigua, el comedor y la cocina, estaba un corto y regordete callejón que dividía las tres pequeñas habitaciones. La primera era la de su madre, la segunda la de su hijo, y por último la suya. Katherine giró el pomo de la segunda puerta y encontró a su hijo dormido boca arriba, con un peluche de Iron Man bajo su brazo derecho. Katherine miró la lámpara de superhéroes encendida en la mesa junto a su cama, y dio un par de pasos silenciosos para acercarse a él. Allan estaba con los ojos cerrados y el cabello rubio cayendo sobre su frente. Katherine le sonrió.
—Mi bebé —susurró besando su frente—. Mami te ama.
Katherine le bajó un poco el cobertor para ver el nivel de su bomba de insulina. La pantalla mostraba ciento diez. Estaba bien, y si se elevaba, la bomba enviaría la insulina para disminuirla. Katherine revisó el parche en el lado izquierdo de su estómago, bajo el ombligo, y notó que habían pasado dos días y debían llevarlo para cambiar el catéter. No quería que contrajera una infección ni que se saturase de insulina en esa zona. Katherine volvió a abrigarlo, le acarició la mejilla y respiró hondo. Todo lo que hacía era por él, para que estuviese con ella más tiempo.
Katherine cerró la puerta y el aroma a la lasaña recalentada llegó a su nariz. La lasaña era la comida favorita de Allan, y su mamá adoraba hacerla una vez cada quince días para él. Era la comida del almuerzo, que Katherine jamás comía en casa.
—¿Le tomaste la glucemia? —preguntó Katherine cuando se sentó en la mesa y su madre colocó el plato sobre el círculo de tela.
—Y me dijo que pronto lo haría él —dijo Rachell.
Katherine llevó un bocado a su boca, y fue el cielo en un plato.
—Sabes que lo dejaría, pero esta muy pequeño —dijo cuando tragó el primer bocado de lasaña—. Temo que se lastime.
—Solo es un pinchazo —dijo Rachell cuando se sentó junto a ella en la mesa, a observarla comer—. Últimamente te ve poco.
Katherine bebió un poco de agua y lamió sus labios.
—Lo sé. Quiero pasar más tiempo con él, pero tengo mucho trabajo, y las noches han sido más largas de lo usual.
Rachell miró como devoraba el plato con frenesí. Conocía tan bien a su hija, que cuando decía que no tenía hambre, era mentira.
—Llegaste temprano esta noche —comentó Rachell—. ¿Randall no las esta explotando? Se habla que ahora se volverá proxeneta.
Katherine no quiso preocupar a su madre con eso. Rachell no la dejaría trabajar más en el club, si le decía que Randall estaba prostituyéndolas. Katherine solo le dijo que Randall cerraría temprano esa noche y que por eso llegó más temprano a casa. Katherine se atragantó con la lasaña para que Rachell no preguntara más por el trabajo. Esa noche no era para contarla, no solo por el comienzo de la prostitución, sino por su cliente.
—Tienes que pasar tiempo con tu hijo —susurró Rachell.
Katherine se limpió las comisuras de la boca con la servilleta.
—Si tuviera el dinero para eso, lo haría con gusto, pero las cuentas no se pagan solas —le dijo a Rachell, y alcanzó su mano para apretarla y que la entendiera—. Veo los sobres de las deudas en la mesa, y no puedes pedirme que trabaje menos. Vamos a perder la casa si no pagamos la hipoteca, y los recibos. El dinero que le debo al hospital y las cuentas de la universidad son demasiadas. No puedo pagarlo todo si solo tengo un trabajo.
Su vida era caótica. Le debía cincuenta mil dólares al hospital después de una recaída de Allan y de la enfermedad del corazón de su madre. Debía parte del crédito estudiantil por su ingeniería en construcción, y habían hipotecado la casa cuando Allan nació y tuvieron que pagar todo lo de la diabetes tipo I. Katherine estaba ahogada en deudas, y solo el trabajo los ayudaría. A ella no le pesaba trabajar para mantener la casa y a su familia con vida, pero a Rachell no le gustaba ser un cargo para ella. Rachell sentía que podía trabajar para ayudar a alivianar las cargas de Katherine.
—Anna me ofreció regresar a la fábrica —dijo Rachell.
Katherine meneó la cabeza.
—No vas a regresar a la fábrica, mamá. Te explotaban.
—Es dinero extra para la medicina de Allan —dijo apretando su mano—. Sé que no quieres que trabaje, pero me duele ver que no tienes tiempo para tu hijo por intentar suplir las necesidades.
Katherine se negaba a que ella fuese explotada en la fábrica textil. Su madre sobrepasaba los cincuenta años y estaba enferma. No quería que cayera un día por el calor de la fábrica y el dominio y tiranía de los que pensaban que eran esclavas.
—No vas a volver —dijo Katherine—. Yo puedo. Siempre he podido sobrellevar las responsabilidades de ustedes.
—¿A qué costo? —preguntó Rachell con ambas manos sobre la de Katherine y la mirada triste—. Casi no duermes, no ves a tu hijo, apenas comes, y ni siquiera has vuelto a tener una cita.
De todo lo que podía renegar, las citas no eran uno de ellos.
—Sabes que el tema de las citas esta cerrado.
Rachell entendía que el padre de Allan era un desgraciado que la abandonó cuando se enteró del embarazo. Allan fue responsabilidad de Katherine desde su concepción, y su padre se esfumó. Katherine le dijo a Allan que su padre estaba muerto, porque eso lo privaba del dolor de que ni siquiera quiso conocerlo.
—No puedes cerrarte al amor —dijo Rachell.
Katherine se zafó del agarre de Rachell y terminó su comida.
—No estoy cerrada, mamá —dijo colocándose de pie con el plato en la mano—. No tengo tiempo para el amor.
Katherine lavó el plato y lo dejó escurrirse. Rachell también se colocó de pie y se acercó a ella en la cocina. Katherine comenzó a tocarse los bolsillos y extrajo todo el dinero que ganó esa noche. Eran más de mil dólares, y la mayoría fue del cliente que dejó que la tocara. Katherine estiró la mano de su mamá y lo colocó en la palma. Ese dinero era para Allan y para su medicación.
—Ve mañana a la farmacia con la nueva prescripción, compra más insulina, y llévalo con el doctor para que le cambie el catéter —dijo Katherine cuando se tocó la frente y se limpió el sudor del mentón—. Será así hasta que pueda costear un seguro médico para su nueva bomba inteligente. Tenemos que reemplazarla pronto. Allan esta creciendo, y quiero que sea cómodo para él.
Rachell miró el dinero en la palma de su mano.
—Te esfuerzas demasiado, pequeña.
—Porque los amo. No me molesta ni me pesa ser el hombre de la casa —dijo apretando el mentón de Rachell y haciéndole sentir que su familia no era una carga—. Y como el que pensé que sería el hombre de la casa, huyó, estoy mejor solo con mi familia.
Rachell soltó un suspiro. El enorme corazón de Katherine era de sus mejores cualidades. Su corazón era enorme, era bondadoso y tan tierno, que Rachell no podía dejar de sentir que la explotaban. Ella necesitaba alguien que la ayudase a sobrellevar las cargas. No siempre podría sola, y ser bailarina era un trabajo riesgoso. Rachell le pedía cada noche a Dios por ella, para que la protegiera, la cuidara y le reparase alguien que la amase con locura.
—Algún día llegará alguien a tu vida que te derrita el corazón.
Katherine dudaba que eso llegase. Nadie quería ser el padrastro de un niño, ni tener una suegra enferma. Kat estaba consciente de lo que era y lo que los hombres querían, y ella podía sola.
—Ya llegó ese hombre, mamá, y se llama Allan —dijo justo cuando le sonrió—. Ustedes son todo lo que tengo, y no necesito más. No quiero un hombre, ni lo necesito cuando los tengo.
Katherine le cerró la mano, con el dinero adentro.
—Lo que sobre, guárdalo. Servirá para la nueva bomba.
Rachell la miró a los ojos.
—¿Y las cuentas?
Katherine se preocupaba por el día. Eso aprendió con el paso de los años, con las responsabilidades y las cuentas en cero.
—Mañana será otro día. No te preocupes.
Katherine le dijo que guardase bien el dinero y que no pagara las cuentas con eso a menos que fuese estrictamente necesario. Siempre empeñaban algo de la casa o vendían alguna prenda de oro que el padre de Katherine le regaló a su madre en vida. Siempre encontraban la forma de flotar, y eso no cambiaría.
—Me daré un baño y dormiré tres horas —le dijo a Rachell con una sonrisa—. Me encantó la comida. Te amo.
Rachell le regresó la sonrisa.
—También te amo, pequeña.
Katherine le besó la frente y caminó hasta su habitación. Ella fingía ser fuerte, pero cuando cruzaba la puerta de la habitación, se derrumbaba. Katherine cerró la puerta, se quitó la ropa y se metió bajo la regadera. Alzó el rostro hacia el agua y dejó que la empapara. Hundió los dedos en su cabello y se frotó el rostro. El rostro del hombre llegaba en oleadas a su mente y Katherine se preguntó por qué con él. ¿Por qué de todos los hombres que se lo ofrecieron cayó con él? Con Logan. Katherine dejó caer la frente en la baldosa de la ducha y colocó las palmas en la pared.
—Sácatelo de la cabeza —repitió Katherine—. Eso no va a pasar.
Katherine se dijo a sí misma que fue un momento de debilidad, pero eso que fue solo un instante, le cambiaría la vida por completo cuando Randall miró las grabaciones del privado de Katherine y miró lo que hizo con el hombre. Randall sonrió porque eso era lo que él esperaba que sucediera algún día, para tenerla en sus manos. Solo bastaba caer una vez para que en automático Katherine fuese la nueva puta mejor pagada del Lady Night. Randall se recostó en la silla reclinable detrás de su escritorio de caoba y dejó que el video guardado continuase rodando justo cuando se desabrochó el pantalón para masturbarse mientras Katherine gemía en el video.
—Me harás ganar muchísimo dinero, Katherine James.