Cuando la vi en el elevador pensé que estaba alucinando.
"Ella, aquí." ¿Cuántas posibilidades había de que nos encontráramos tres veces en un solo día?
Mis pensamientos se entremezclaban, pero no era el lugar ni el momento para analizarlo.
Frente a nosotros su amiga y ella murmuran algo mientras ríen. Al abrir sus puertas el elevador su compañera entrelaza su brazo con el de ella y caminan en dirección a la salida.
—¿Qué vamos almorzar? —Pregunta Marlon a mi lado.
—No lo sé, dejemos que ella decida.
Señaló en dirección a la entrada en donde con una gran sonrisa corre hacia nosotros mi querida hermana.
—¡Par de tontos! —Entrelaza su brazo del mío —. Aquí cerca han abierto un restaurante italiano, ¿podemos ir allí?
—Lo que la consentida pida —Responde Marlon y ella sonríe.
Subimos a mi auto y llegamos rápidamente al restaurante. Al entrar observó la mesa frente a nosotros y está ella allí junto a su compañera dándome una mirada de pocos amigos.
Si compañera se gira y al verme hace un gesto de cansancio y vuelve su mirada a ella. Un mesero nos lleva a una mesa tomando asiento y trato de ignorar la incomodidad y seguir conversando con mis acompañantes.
Sin embargo, mis ojos vuelven a buscarla, atraídos por una especie de magnetismo involuntario.
La veo levantarse de la mesa, con el rostro pálido, los pasos tambaleantes, como si la energía se le escapara con cada movimiento. Algo en mi instinto me dice que no podía simplemente quedarme aquí y observar.
De pronto, el bullicio del restaurante se desvaneció, y solo existía ella, caminando hacia el baño con dificultad.
—Regresó en un momento.
—¿A dónde vas? —Pregunta Marlon y decido ignorar su pregunta.
Al seguir sus pasos la veo apoyarse contra la pared, con los ojos cerrados y el rostro desencajado. Algo estaba claramente mal.
No era solo cansancio o el efecto de un mal día. Había algo más profundo, algo que ella parecía intentar esconder, pero que en ese instante se hacía evidente.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó, acercándome con cautela. Sabía que estaba cruzando una línea, que ella podría interpretar mis palabras como una intromisión, pero no podía quedarme de brazos cruzados.
Ella abrió los ojos un instante, sorprendida, y noté un brillo de pánico en su mirada. Me miró como si no creyera que estaba allí, como si mi presencia la desconcertara aún más.
—¿Qué hace aquí? —su voz era apenas un susurro, cargado de tensión.
Intento mantener la calma y le vuelvo a preguntar.
—Luce pálida, ¿segura que está bien?
—¿Por qué se preocupa por mí? —respondió con una mezcla de desafío y vulnerabilidad que no pude descifrar. —Ni siquiera nos conocemos.
Iba a decir algo, pero en ese momento noté que tambaleaba. Antes de que pudiera reaccionar, sus piernas cedieron, y todo su peso cayó hacia mí. Mis brazos la sostuvieron instintivamente, atrapándola antes de que tocara el suelo.
—Ivanna... —murmuré, sintiendo un extraño nudo en el pecho. Había algo en su fragilidad que despertaba una sensación inesperada, una necesidad de protegerla que no había sentido en mucho tiempo.
Con cuidado, la levanté en mis brazos y me dirigí a la salida del baño, buscando a alguien que pudiera ayudarme a llevarla a un lugar seguro.
En la entrada, su compañera estaba a punto de entrar al baño, cuando se detiene abruptamente con el rostro lleno de preocupación.
—¿Qué le pasó? —preguntó, visiblemente alarmada.
—Se desmayó. No sé qué tan grave es, pero necesita descansar, —respondo sintiendo la urgencia en mi voz.
Ella asintió, recogiendo nuestras pertenencias y abriéndome paso mientras nos dirigíamos hacia la salida.
Afuera, el aire fresco parecía devolverle algo de color al rostro de Ivanna, aunque seguía inconsciente. Camino hacia mi camioneta, y mientras la acomodábamos en el asiento trasero, su compañera se inclinó hacia mí, su expresión cargada de preguntas.
—¿De dónde conoce a Ivanna? —preguntó, rompiendo el silencio.
La miré sin saber cómo responder. No la conocía realmente, al menos no en el sentido tradicional, pero había algo en ella que me resultaba inexplicablemente familiar.
Algo en su mirada aquella mañana había removido algo en mí, algo que creía enterrado.
—No podría decir que la conozco —respondo, tratando de sonar neutro. —Solo... socorro a alguien que necesita de mi ayuda.
Frunce el ceño, como si mis palabras fueran una especie de enigma.
—¿Seguro?
Desvié la mirada, intentando evitar una respuesta directa. ¿Cómo explicarle lo que ni siquiera yo entendía? Lo que había en sus ojos aquella mañana era algo que reconocía, algo con lo que estaba demasiado familiarizado: una especie de tristeza contenida, la misma que había aprendido a enmascarar.
—Es mejor que la llevemos a un hospital —Susurró observando su rostro pálido al cerrar la puerta.
—No. Mejor llevémosla a su apartamento —Responde rápidamente —. Ivanna se molestaría si la llevo a un hospital y no a su casa.
—No creo que sea lo correcto. Hay que saber si lo que tiene es grave.
—Ivanna ha pasado por mucho, aunque no siempre lo dice. Ella es... muy fuerte, pero todos tenemos un límite, —comentó ella, su tono bajo y melancólico. —Últimamente he notado que está más agotada que de costumbre, pero solo necesita descansar para recomponerse.
No sabía qué decir. Había algo en las palabras de ella que me hacía sentir aún más responsable, aunque no entendía del todo por qué.
Cuando llegamos a su edificio, ayudé a bajarla del auto. Su compañera abrió la puerta del apartamento, y yo la llevé hasta el sofá, depositándola con cuidado.
Ivanna se removió ligeramente, sus ojos aún cerrados, su respiración tranquila pero con un dejo de vulnerabilidad.
Lucero o así creo que se llama; me miró, con una expresión que agradecía mi ayuda y a la vez me advertía de algo que no alcanzaba a descifrar.
—Ella no suele dejar que otros la vean así, —dijo en voz baja. —Es... muy reservada, como si no quisiera cargar a los demás con sus propios problemas.
La observé un instante, recordando el brillo en sus ojos cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Había algo en ella, una herida oculta que ambos compartíamos de algún modo, una historia no contada que reconocía con demasiada claridad.
—A veces no se trata de querer cargar con los problemas de alguien, sino de entender que también tenemos los nuestros, —murmuré, más para mí que para Lucero.
—Llamaré a la señora Regina para explicarle lo sucedido con Ivanna —Suspira —. Esperaré despierte para regresar a la oficina.
—No hace falta. Tómese el resto de la tarde con ella, yo me encargaré de hablar con la señora Smith.
—Muchas gracias señor Cárter. —Acaricia su rostro con preocupación —. Iré por alcohol y algodón a ver si despierta.
Se marcha dejándome en medio del pequeño salón con ella. Observó el lugar y es bastante pequeño o al menos para mi costumbre.
Observo en la mesa un papel blanco abierto sobre ella. La toma y al empezar a leerla mi sangre hierve de ira.
Ivanna,
No sé cómo decirte esto sin sonar como el cobarde que soy, pero creo que no hay forma de disfrazarlo. No puedo seguir adelante contigo ni con lo que significa ese "nosotros". No soy el hombre que necesitas, y mucho menos el padre que ese bebé merece. No tengo el valor para enfrentar esto; no puedo cargar con la responsabilidad ni la vida que ahora tienes dentro de ti.
No puedo hacerlo, Ivanna. Lo siento
Harold
Las palabras eran tan frías, tan podridas, que me costaba creer que alguien pudiera dejarlas así, sin una pizca de remordimiento.
Me pareció imposible imaginarla leyendo esto en algún momento, recibiendo la noticia de que el hombre en quien había confiado la había abandonado sin más, dejándola a ella... y a su bebé.
Un bebé.
Ahora, las piezas encajaban: su agotamiento, esos destellos de tristeza en su mirada, la forma en que evitaba cualquier cercanía. Está cargando sola con algo tan grande, tan difícil, y sumamente doloroso.
No pude evitar sentir una oleada de rabia por el hombre que la abandonó.
¿Cómo pudo dejarla así?
¿Con solo unas líneas cobardes, pretendiendo que eso borraría la responsabilidad?
Me giré observándola y ahí estaba ella. Tan frágil y lastimada, intentando sostenerse por sí misma.
Pero la verdad era que ya no podía verla de la misma manera. Detrás de su mirada firme, ahora entendía que también existía dolor, un peso que había decidido cargar sola...