—Si quiere que sea el malo del cuento, voy a ser el malo del cuento —aseguró Mauro, furioso luego de explicar a su mejor amiga lo que había pasado esa mañana en su casa. A él ya no le importaban las apariencias, ni siquiera le importaba su reputación o ser el heredero de su fortuna, lo único que él quería era destrozar con sus propias manos a esa rubia altanera que definitivamente no era la mujer gentil, inteligente y perseverante de la que se había enamorado. Ella solo era una idiota, aunque seguro no era más idiota de lo que era él, que estaba sufriendo tanto por enamorarse de alguien que no existía y luego dejarse pisotear por ella. Por su parte, Mariel seguía con la idea de que esa azabache preciosa que acompañaba a todos lados a su marido era su amante, no le podía creer al otro