—Estoy harta —declaró Mariel, recargada en el respaldo de una de esas sillas playera que rodeaban la alberca del club—, te juro que no puedo soportar una más. Catalina, estoy a nada de llorar por absolutamente todo lo que ese hombre me hace. Me está matando, te lo juro. La mencionada no supo qué responder, solo estiró los labios hasta que en su lugar quedó una línea horizontal casi perfecta. —¿Qué te digo, amiga? —preguntó la otra luego de suspirar—. Ya no tengo nada para decirte. Te he dado ya todos mis consejos: los buenos, los malos y los peores; así que ya no tengo nada ni para ayudar ni para empeorar tu situación. Y es que era así, la joven castaña le había dado tantos consejos a su amiga, y la otra los había aplicado todos obteniendo tanto buenos como malos resultados. Mariel