—¡¿Estás loca, Mariel?! —gritó María Elizabeth y la cuestionada rodó los ojos con resignación, porque a la rubia ya ni siquiera le molestaba que su madre la considerara loca, pues tal vez sí lo estaba ya —. ¿Acaso el matrimonio para ti es un juego? —No, madre, los juegos son divertidos, mi matrimonio es el infierno —respondió la rubia menor, sin perder la calma—. Un infierno que ya no solo me duele en el orgullo, también me lastimó físicamente esta vez, y eso no lo voy a permitir. —Ay, eres una exagerada —declaró la mayor—, tener sexo con tu marido no es un pecado, santurrona. —Para mí, sí, madre —informó Mariel—. Para mí es una falta gravísima contra mí misma el acostarme con el hombre que me engañó con otra, a todas luces, sin importarle todo lo que me estaba lastimando; y es mucho p