—Amiga, ni siquiera necesitabas casarte con él —soltó de manera burlona Catalina, mientras hablaba con Mariel—, hubieran hecho que tu madre hablara con todos los ciudadanos del estado y tu papá habría ganado las elecciones por unanimidad. Mariel sonrió, pero, cuando su amiga le fulminó con la mirada, la rubia aclaró la garganta y se dispuso a escuchar el resto del regaño. » No estoy bromeando, Mariel —declaró Catalina y la rubia asintió—. No puedo creer que te dejaras lavar el cerebro. —No me dejé lavar nada —aseguró la mencionada—, pero es que ella tiene razón. —¡No, Mariel! ¡No la tiene! —gritó la castaña en extremo enojada—. Mariel, solo necesitas pensarlo un poco para darte cuenta de que no es verdad que este Mauro es otro Mauro. Es el mismo idiota, solo que sin memorias, pero