Cero celos

1498 Words
Las palabras de Ralph me dejaron desconcertada, sobre todo el tono con el que salieron de su boca. Él finalizó la llamada y devolví el teléfono. Estaba por regresar a mi habitación cuando me encontré con María José; la mujer me hizo una señal para que me detuviera mientras se acercaba casi corriendo. Me saludó con un beso en la mejilla y me dio un abrazo muy fuerte. La miré sorprendida y me preguntó si me apetecía comer algo o ir a algún lugar. —Yo... creo que podría disfrutar de compañía para ir a comer. —¿Sí? —Yo fui abandonada completamente, mis hijos van a ver si se los come un tiburón, mi marido está con Demetrio y mi nuera quiere descansar —comentó la mujer. —Y tengo un buen rato para una disculpa, un almuerzo y si tomamos con suerte un café. Intento no reírme del concepto de abandono y acepto la comida que me ofrece porque la verdad tengo hambre y me gustaría tomar ese café con el almuerzo si planeo seguir con vida después de todo este dolor de cabeza y, sobre todo, el dolor que tengo en el pecho. Nos encontramos con su esposo y mi padre, los cuales van camino a su habitación. —Tengo resaca —admite Gabriel Negroni. —No has perdido tu trabajo y te debo una disculpa sincera, Mina, si deseas mantenerte en el proyecto y comunicarte con María José, puedes hacerlo. —Gracias —digo y extiendo mi mano hacia él. Veo una muestra de una sonrisa y el joven vuelve a mirar hacia el suelo. —Estás bien atendida, María. —Sí, ve por un café ya. Dormir —Le pide su mujer antes de acariciarle la espalda—. Demetrio, tú también te ves del culo. —Habrá una sopa de mondongo. —A mí me apetece un harete al escabeche de pueblo —comenta Gabriel. —¿Crees que haya? —Sí, en el mismo lugar que venden más alcohol con el que él planea matar la cruda —se queja la mujer y les advierte que sin chofer ni vayan. Los dos le prometen volver en una pieza y se van divertidos. Yo sigo a María José hacia el restaurante y me pregunta cuál es mi comida favorita. —Como de todo sin problemas. —¿Y sin alergias? —pregunta la mujer y respondo con un asentimiento. —Eres la hija perfecta. —¿Tus hijos? Todos son alérgicos. Gabriel era alérgico a los cítricos, Pablo es alérgico al polvo y los ácaros, y Marco es alérgico al cambio de clima y las nueces, es espantoso. —Ser mamá es muy difícil. —Es mágico. A mí me dolió el parto y la lactancia, me enloqueció, criarlos fue fácil, pero vivo por los pequeños momentos, por ejemplo, la boda de Marco o las graduaciones de Pablo. —Es dulce. —Tengo mis cosas y mis días —comenta con tristeza. —¿Tienes un matrimonio de treinta años? —Treinta y cinco —comenta entre orgullosa y pensativa. El mesero nos atiende y le pido de entrada un huevo frito solo y pan tostado, con una taza de café. Además, ordeno un almuerzo con arroz y camarones. Mi acompañante se antoja y también ordena algunas fritangas y un cóctel. —¿No te molesta? —Para nada. —Respondo. —Entonces, sí, una piña colada. Después de ordenar, hablamos del lugar, el proyecto, sus hijos y su marido. Parloteamos a más no poder y comemos delicioso, todos los tiempos posibles, y nos afanamos con el postre. Decidimos probar una gran variedad. La mujer toma mi mano y me da las gracias por la paciencia con Pablo y se disculpa por el comportamiento de su esposo nuevamente. —Todos tenemos miedos y problemas. —Ya, pero no quiere decir que cualquiera deba cargar con ellos. —Seguro que hay más que la pérdida de un hijo en esa historia. —Su padre y su hermano. Él... es el único que ha tenido claro y hacíamos pruebas antidoping a nuestros hijos semanalmente durante el colegio, crecieron en la iglesia —la mujer niega con la cabeza. —Fue un partido de fútbol, se lesionó la rodilla, le dieron medicamentos para el dolor, pero le superaba, y comenzó a buscar ayuda adicional y siempre más y más, y cuando nos dimos cuenta, no era tramadol o vicodin, eran drogas ilegales en nuestra casa. Lo internamos, lo limpiamos, y en cuanto salió, fue por droga, era una cosa terrible, hasta que murió. Sabía que mi Pablo no podía decir nada por lealtad. —Lo siento mucho. —Gracias —responde y suspira. —Gabriel iba a morirse. Un día lo encontré en una calle terriblemente peligrosa, y lo entendí cuando finalmente lo hizo y pasó el duelo. Volví a dormir, volví a conocer a mis otros dos hijos. Nos costó muchísimo sanar, y creo que jamás voy a superar la falta que me hacen sus abrazos, su risa, sus besos, o solo la forma en la que me llamaba mamá y sin ver a kilómetros sabía que era él. Pero saber que está en paz, que no puede hacerse daño, es... ¿tranquilizante? —Lo siento mucho. —No es tu culpa. —Responde y sus hijos se acercan. Pablo le da un beso en la mejilla y ella sonríe. —¿Cómo les fue? —Alguien se arrepintió de último momento. —Uno no puede cambiar de opinión en privado. —No. Estás muy mayorcito para ser tan miedoso —bromea su hermano y bebe del cóctel de su madre. Esta abraza a Marco y le felicita por haber adoptado sensatez, sabiduría y tranquilidad a lo largo de los años. Los dos se ríen, y yo les veo. Álvaro va caminando mientras mira su celular, lleva ropa deportiva, y me pongo en pie y me disculpo con los Negroni, tomo mis cosas y toda mi fuerza de voluntad y la oca dignidad que tengo y le persigo. Corro entre la gente y me disculpo. Le llamo, pero no parece interesarse ni siquiera voltea, y sigo corriendo tras de un hombre que me ignora. Conforme nuestro camino se vuelve solitario, me siento más humillada por ir detrás de un hombre, como la más necesitada. De todas formas, me inclino, tomo una concha de la playa y se la tiro a la espalda. —¡Álvaro! —le llamo a gritos y él se gira. Me ve confundido, se quita los lentes de sol, me mira y se quita los audífonos que no había notado porque los lleva dentro de su camisa. —¿Qué te pasa, Mina? —Álvaro, no sé por qué estás molesto o celoso. —No estoy celoso. —Elevo na ceja y asiento. —Pero tú me dejaste aquí, literalmente te subiste en un avión, viniste y me dejaste como a un niño en campamento de verano al que no vuelves ni a ver mientras te miras porque te has ganado un viaje a un todo incluido. —Tú tenías un boleto VIP a la vida que te soñaste, ¿qué querías que hiciera? —pregunta.—¿Que te rogara quedarte en mi casa y esperar a que yo vuelva a las 2 de la mañana de trabajar? —No sé, decirme que me quieres en serio y que me estás dejando por mi bien.—Álvaro frunce el ceño y se frota rostro, hasta yo sé que no quiero que nadie me diga eso. —Dije que te quería y que vendría, si necesitabas cualquier cosa estaría aquí en segundos. He viajado dos veces en dos meses y no me quieres ni ver, siempre estás muy ocupada o no puedes, ahora estás con él. —¿Con quién estoy supuestamente? —pregunto enojada. —Con el tipo de esta madrugada, al que besabas. Ya pregunté y no tienes una suite a tu nombre, así que estás durmiendo con él. —Es el hijo de mi jefe. No estoy durmiendo con él, trabajamos juntos —respondo—pedimos una habitación porque están arreglando las nuestras y luego vino su hermano, así que dormimos en la misma cama pero sin sexo. —Mina, no tengo la mente tan elástica. Soy una persona de blancos y negros. Los intermedios son para pocas cosas. En cuanto a mis relaciones, agradezco saber si estamos juntos o no antes de montarme ilusiones, y esta vez, aparentemente lo he jugado mal. —Dramático es lo que eres —respondo. Para mí no estaba siendo lo suficientemente claro, entendí que estabas dándonos tiempo y espacio. No estoy con nadie más, Álvaro —digo y le doy un empujón. Álvaro me toma de la mano y me obliga a encararle. —¿Estamos juntos o no? —No me gusta tomar decisiones precipitadas—respondo y él aprieta la mandíbula. —Tienes hasta la medianoche, Carmina.
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