Hablemos claro

1637 Words
Álvaro es un apasionado de la cultura, el arte y la vida en sí. Me muestra la ciudad con sus ojos, con alegría y miles de datos curiosos. Sonrío mientras me muestra cosas que solo un amante de la vida podría conocer. Lo observo feliz y le pregunto si puedo sacarle una foto. Álvaro sonríe, posa para mí y ríe mientras le tomo la foto. —Ahora uno juntos —insiste y le pide a uno de los de seguridad que se acerque y tome buen ángulo de ambos. Nos sacan unas cuantas fotos y sonrío mientras lo miro a los ojos. Me pregunto mientras tanto si, en serio, es para toda la vida o por cuánto tiempo será nuestro para siempre. —Has salido muy seria en una, intentemos unas cuantas más en las que Mina esté sonriendo —comenta el guardia y sonríe para la cámara. Hemos ido a un partido de béisbol emocionante, sobre todo porque Álvaro creyó que era una de esas actividades en las que simplemente podría explicarme paso a paso el juego. Pero crecer al lado de Rod, el padre de Brenda, quien fue un jugador extraordinario y por alguna razón creyó que ese era el único don de su vida, me ha llenado de experiencia y el amor por el deporte, eso sí, ver a estos tipos grandes y fuertes por su puesto que es la razón principal por la que comencé a prestarle atención al juego. Álvaro se ríe cuando el pitcher pierde la bola y yo grito horrorizada. Los dos reímos y escuchemos los abucheos. Ver todo esto me enloquece, pero más cuando me lleva a un tour tras camerino. —Mi mayor deseo en el béisbol es toquetear a uno de estos muchachos. ¿Me los cumples? —Sí, un día vamos a un strip club y hay unas tetas o unas nalgas, ¿tú me dejarías tocar? —Depende de si el club es tuyo o de otro —respondo y él ríe. —Ve a toquetearlo, esta es una oportunidad única. —¿Estás hablando en serio? —Permiso concedido —me río y me niego, pero acepto tomarme una foto con el equipo y Álvaro. Me pregunta si tengo suficiente energía como para ir a comer unas alitas con papas en un bar medio chungo, en el cual hacen show de música y comedia. Acepto y él me toma de la mano, caminamos por la ciudad como si fuéramos dueños de la misma. Álvaro y yo ingresamos a un lugar diminuto, mal iluminado, pero con la comida más espectacular que jamás podría haber imaginado, música en vivo bailable, la gente riendo y disfrutando. Apenas termino, se pone en pie, dispuesto a ir a bailar, y yo obviamente lo sigo. No salimos de ahí hasta que lloro por recordar unos zapatos que mencioné, me hacen sentir precisa y ligeramente más alta. —Mina, eres alta. —Bueno, estos cinco centímetros que me dan las zapatillas tienen un feeling diferente. —Carmina, mira tus pies —cuenta Álvaro horrorizado, mientras ve las ampollas y el enrojecimiento. —Notas que casi te los despedazas. —Sí, pero mañana estarán mejor. —Mañana me cuentas sobre esto, estás muy loca, Mina. Lo veo entristecida y Álvaro no dice nada más. Eso sí, en cuanto llegamos al hotel, me da mis zapatos a los cuales llama diabólicos y después rodea el auto, me saca cargada y murmura que soy una inconsciente, luego me besa y me lleva a pro todo el hotel cargada. Álvaro y yo llegamos a nuestra suite y él me pone sobre la cama antes de ir a preparar el baño para ambos. Cuando regresa sin la camiseta que le he comprado y descalzo, confiesa: —Tenemos un problema. —¿Cuál? —No puedo tener sexo cuando estoy con el período y estoy con el período. —¿Te duele o algo? —Un poco, pero me he tomado unas pastillas para el dolor, lo que significa que sangraré un montón. Estábamos pasándola muy bien. —Bueno, cero sexo, pero organizaré algo casi igual de sexy. ¿Qué se te antoja cenar? ¿Necesitas que envíe por toallas, más medicamentos, algo dulce o salado? —No, solo pueden ser unos Doritos con chile. —Lo que la señorita desee. Dejo que Álvaro se duche primero, luego tomo una de mis reconocidas duchas eternas que me reinician la vida. Cuando regreso, él está cómodamente en la cama con un pantalón de pijama y varios chips para ver televisión mientras hablamos. Lo miro y me acuesto a su lado, lo abrazo y Álvaro me acomoda encima de él, me da un beso y me mira a los ojos. —Mina, tenemos que hablar de algo muy serio —dice mientras me peina el cabello. —Álvaro, estoy fingiendo que no, pero me duele existir. ¿Qué es lo serio de lo que quieres hablar? —No quiero hijos, no quiero accidentes, no quiero por nada del mundo tener que elegir entre tenerte o dejarte porque estás embarazada. —¿Me dejarías si hubiese estado embarazada? —No, si estuvieras embarazada, entendería que es una metedura de pata nuestra, pero si lo estás en seis meses porque crees que puedes amarrarme o hacerme cambiar de opinión, la respuesta es absolutamente no. Me haré cargo económicamente del niño, pero no de ti, ni le dedicaré tiempo. No quiero hijos. —Si no los quieres tanto, ¿por qué no te has hecho la vasectomía? —Me la hice hace veinte años y se revirtió. No voy a volver a hacerla cuando hay mil maneras de que no quedes embarazada. No tengo problema en pagar el método, pero, me gustaría que te tomes en serio la anticoncepción, no quiero accidentes, sorpresas o lo que sea, cero hijos, en eso soy inflexible. —Álvaro, no puedo respetar lo que no comprendo, no voy a abortar a un hijo mío y si no planeas dedicarle tiempo no mandes tu dinero —respondo mientras me aparto. —¿Por qué están tan fuera de la mesa los hijos, dame una explicación lógica? —No… no puedo hablar de eso. —Vale… —respondo y tomo asiento sobre la cama, tomo mis chips y voy a la sala con el celular, Álvaro me mira incrédulo y me advierte que ninguno de los dos va a dormir en el sofá. —Álvaro, ¿no puedes abrirme un pedazo de tu corazón para llevarme? Conocer una ciudad completa, insinuar que me amas y que estamos construyendo una vida juntos, y después salir con una conversación de mierda como esta. Yo me cuido, de verdad que sí, pero la gente siempre tiene sorpresas y los dos tenemos posiciones muy diferentes. —Sí, necesito tiempo. No es algo de lo que quiera hablar. —Álvaro, el 90% de la población humana es un accidente. En dos meses podría estar embarazada de trillizos. —Tomé mis cosas, cerré la maleta y busqué mi cartera mientras llamaba a recepción y preguntaba por la disponibilidad de las habitaciones. Me dijeron que había varias disponibles y escuché el escandaloso precio de las simples, pero acepté una. Coloqué el teléfono y Álvaro me rogó que no me fuera y que le tuviera un poco de paciencia. De verdad, soy de dar oportunidades, tiempo, espacio y racionalizar las cosas, es lo mío. —¡Mina, perdí un hijo! —grita Álvaro mientras se limpia las lágrimas. —Perdí un hijo. Me giro para encararle, siento el peso de su dolor, toda la pérdida que representa en su vida, y me acerco a abrazarle, pero él insiste en que si le abrazo no podrá contarme lo que ha ocurrido y necesita hacerlo si de alguna forma puede evitar que me vaya. Yo alejo la maleta con el pie y le tomo de la mano. Álvaro encuentra el valor de contarme su historia: —Fallé en cuidarle. Lo… descuidé, y mi hijo se murió, no… me di cuenta. No hice nada. Le mentí a su madre para hacerla sentir mal por querer usar drogas. Le dije que ella era una drogadicta, la bañé y la encerré en una habitación y mientras recogía y botaba las cosas, me puse un montón de cocaína, hasta arriba. Me pegó el bajón, me acosté y mi hijo pensó que estábamos jugando, que podía ir a jugar solo al jardín, atravesó el ventanal hacia el jardín y cayó en la piscina. Me desperté, fui a preparar café y a decirle a mi esposa que era hora de buscar ayuda, de internarla, que me quedaría con el niño y luego veríamos cómo restablecer nuestra relación. Ella me preguntó por el niño. Me levanté, salí corriendo, se me olvidó siquiera su existencia y lo encontré flotando, ahogado en la piscina. Lo saqué y no se podía hacer nada. Yo… maté a mi hijo… yo… tengo la culpa y no voy a tener otro hijo, no voy a llenarme de felicidad y amor cuando he matado a un niño, cuando privé a mi hijo de una vida. No puedo y no quiero tener hijos, no voy… no puedo —respondió, y yo asentí mientras me acercaba y le abrazaba. Álvaro lloraba desconsolado. Yo le abrazo, intento calmar su llanto, pero no lo consigo durante horas y a pesar de lo que he escuchado y de lo que he aprendido sé que no entiendo toda la historia, ni siquiera una parte, destruir a los demás con tus malas decisiones es una cosa, pero, perder un hijo, un ser amado, es simplemente; insoportable. Sé que solo hablar de esto le duele el alma, es como si lo estuviese viviendo de nuevo, y me parte el corazón, se me rompe el alma con él, y le abrazo.
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