Mentiras y realidades

1916 Words
La mentira que Madison y sus historiadores han creado para mí es la siguiente: mi madre me abandonó en un orfanato porque no estaba interesada en criarme, y mi padre era un hombre casado. Ella le notificó de mi existencia, pero no mencionó la parte de darme en adopción. Al final, mi padre, el bueno de él, envió por mí y terminé siendo criada en un internado. En secreto, pasaba mis vacaciones con mi abuela paterna, la misma de la herencia. Esa era una mentira fácil de decir en la que no tenía que explicar que en realidad mi mamá sabía que no podría ser madre en ese momento y me entregó a la persona madura y responsable que creía que mi padre era. Él, en lugar de llevarme con su madre, quien está viva, o llevarme a su casa para hacerme parte de su familia, como una persona normal haría, me puso en un orfanato de monjas y me dejó allí abandonada. Mandaba donaciones discretas a la institución para asegurarse de que fuera alimentada, cuidada y educada. Sí, tuve una educación fabulosa, probablemente porque sus donaciones permitían contratar buenos maestros, pero eso no hacía mi vida más fácil. No me hacía sentir amada, cuidada o valorada. Cuando finalmente tuve la oportunidad de conocer a Demetrio, solo pensé en una cosa: si me conoce y se da cuenta de que soy una buena persona, quizás quiera hacerme parte de su vida. Según sus palabras, no hay nada malo en mí. Lo malo es que Demetrio es un esposo y un padre de cuatro hijos, y una infidelidad sumada a un hijo ilegítimo sería lo último que su mujer toleraría, y mucho menos sus hijos, quienes están cansados de sus actitudes irresponsables e irrespetuosas hacia su madre. Al menos, eso es lo que entendí: su familia va primero. La subasta de fotografías inició. Felipe, su abuelo y su padre comenzaron una competencia para comprar las fotografías, mientras yo los miraba confundida. —¿Qué están haciendo? —pregunté. —Elevando el precio —respondió el padre de Felipe—. Así mi mujer gana, y podemos molestar a Felipe —añadió con diversión. El público aplaudió cuando el abuelo se convirtió en el primer ganador de una de mis fotos, por casi un millón de dólares. Había otra foto de mi sonrisa, y recuerdo cuando me tomaron la fotografía. Tenía cuatro años y un pésimo corte de pelo porque me lo hice yo misma. El fotógrafo me vio justo cuando entró a la casa hogar y me preguntó qué me había pasado en el pelo. —Estaba aburrida. —Estoy buscando una modelo. —Ja, estoy interesada. ¿Cuánto me vas a pagar? —Mina no puede hacer esto—indicó la monja a cargo de mi cuido. —¿Por qué? Si nadie me adopta, ¿tienes un catálogo de las agencias? Puedes decirles a los papás que sé leer, bailo bien, me gusta el arte en general y el helado. —Entonces, por un galón de helado para compartir, ¿me mostrarías el lugar y me dejarías fotografiarte? —Claro —respondí y le tomé de la mano. Él tomó una foto de nuestras manos unidas, y su asistente sugirió que me acomodara un poco el pelo. Habían tomado otras fotografías de los niños jugando, aprendiendo, construyendo cosas. Recuerdo haber pensado que tal vez el fotógrafo y su asistente podrían ser mis nuevos padres. Aunque ambos visitaron un par de veces y comentaron que intentaron adoptarme, se les había denegado de todas las formas posibles. Las otras fotografías habían sido compradas cuando llegó el turno de Felipe. Llamó discretamente a la encargada de la subasta y le dijo que un asistente anónimo había comprado todas las fotos relacionadas con la niña. —Hazle una oferta por el doble —propuso Felipe. —Ha pagado un precio ridículo. —Yo voy a pagar uno mucho más alto. —No pasa nada, Felipe. Se vendieron, se vendieron —respondí. La gala continuaba y la señora Ferroso se acercó a nosotros para preguntarnos cómo la estábamos pasando. —Mamá, ¿quién es el autor de las fotos? —pregunté. —Brandon. Él y Luisa intentaron adoptar a la niña de la foto y les fue imposible. Pensaron que contar la realidad de su caso, en el que les insistían en que adoptar a un niño pequeño era mucho más fácil que adoptar a un niño más grande y eso nos ayudó a inspirarnos. ¿Por qué alguien te ganó en la subasta? Porque no los vi tan emotivos con las otras fotos. —Comenta la mujer. —Es una actividad en la que donar es importante, de verdad, los críe mal. —La niña de algunas fotos es Mina —comentó el hijo mayor. —¿Mina? —dijo la mujer y me examinó detenidamente—. Ah, qué maravilloso. ¿Te gustaría conocerlos, presentarte? Luisa siempre dice que siente que les robaron un hijo, estarán felices… —No creo… —Vine a llevarme a mi marido a bailar y espero verlos a todos en la pista en algún momento. No quiero que digan que aburrí a mi suegro y a mis hijos. Enrique mira a su mujer sonriente, y ella le toma de la mano y lo acompaña a la pista de baile. Felipe me mira y me pregunta si quiero ir. —No, es el día de tu mamá, pero no me molestaría salir un momento al exterior, sola. —Está bien, pero llámame si quieres huir —su abuelo ríe—. Ve por la parte trasera y pide una taza de café n***o en la cocina, algo para picar. Cuando te lo den, sal al exterior. Yo te alcanzo. Acepté la sugerencia de Felipe. Me dirijo hacia la parte trasera, pido una taza de café n***o en la cocina y algo para picar. Cuando me lo entregan, salgo al exterior. Bebo un sorbo del café y huelo el cigarro. El joven sonríe hacia mí, y yo hacia él. —Mina, hoy te pareces a todo el mundo. —La de las fotos era yo. —¿Estuviste en un orfanato? —pregunta sorprendido y yo asiente. —Mi hermano se queja porque mi papá lo envió a un internado —ambos reímos—. Cosas de ricos. —Totalmente, al menos no has hecho nada para merecerlo. —Debatible. Soy el espermatozoide ganador de una carrera que nadie quería. —Uhh, a alguien se le ocurrió follar a pelo, así que se lo merecían —bromea Max—. ¿Qué es lo de la servilleta? —Comida, ¿quieres? —pregunto y le paso la servilleta. Él se ríe y yo también — Tú, ¿fumas..? —No debería, pero hay pecados que estoy dispuesta a cometer. Maximiliano me da el cigarro y yo le doy una calada larga. Permanezco en silencio, observando la noche, y él me mira en silencio. —¿Eres su hija? —pregunta. —¿La hija de quién? —De mi padre. —De primos a hermanos —comento divertida. —Mi papá haría algo como esto. Engañó a mi madre con su actual esposa y ahora está en nuestra casa, ocupando su lugar. Él definitivamente tendría otro hijo y lo ocultaría de todos. —Es algo familiar. Solo intenta ser un mejor hombre, Max. Cuando te toque ser padre, sé el mejor padre del mundo. Con eso, estarás enseñando a las nuevas generaciones a ser mejores. En cuanto a tu papá, no es la primera vez que lo veo, pero no le llamaría mi padre, ni siquiera por dinero. —Qué dichosa, para ti es un deber. —Ya, pobre niño rico. Volveré, mi prometida me ha cancelado, he obligado a mi hermano a venir y sentarse en la misma mesa que mi padre y mi hermana. Ella… puede volver loco a un santo y está obsesionada con casar a Damián. —Sálvalo —los dos reímos. —¿Quieres venir adentro? —pregunta Max. —Sí. Finalmente, tiro el cigarro y lo apago. Maximiliano me ofrece su brazo para evitar una caída, y yo pierdo la taza de café en mi camino de regreso. Él se despide y le agradezco, ambos sonreímos. Curioso, su primogénito se llama Máximo, lo más grande que puedas elegir. Le ha destinado a ser todo lo que quiera y más, y a mí me llamó Mina. Lo sé porque me lo dijo. Elegí desde tu nombre hasta el lugar en el que te iba a dejar. —Venía a buscarte —dice Felipe. —Felipe, yo… soy huérfana. Mi papá es muy rico y yo soy otra de sus infidelidades, una palabra parlante. Me escapé del orfanato a los dieciséis, me drogué con todo lo que se me ocurrió, viví en la calle. Me prostituí por drogas y dinero, y ahora soy una escort. Si de verdad puedes lidiar con todo eso, puedo de verdad dejarlo todo, pero si no puedes o no quieres lidiar con ello, entonces tenemos que dejarlo ahora. —Demetrio es tu padre. —¿Cómo lo sabes? —Tiene los mismos ojos, y no estaba aterrada cuando casi te caes. Es como si se conocieran de toda la vida. —Entiendes cuán complicado es esto. —A mí me da igual. Solo venía a invitarte a bailar. —¿Bailar? —Sí, y después veré cómo le quito las fotos al cabronazo de tu padre. Felipe me toma de la mano y nos dirigimos hacia la pista de baile, mientras la orquesta comienza a tocar una canción lenta. Sus ojos marrones me miran con ternura y yo sonrío, dejando a un lado por un momento todo el peso de mi pasado y mi origen incierto. Solo estamos allí, bailando y disfrutando el momento juntos, sin importar lo que pueda deparar el futuro. —¿Dónde aprendiste a bailar? —pregunto y él ríe. —Mi madre era bailarina en La Habana. Cuando conoció a mi padre, poco después él la envió aquí en busca de más oportunidades y ella se unió a un grupo de teatro y baile. Conozco a mis padres desde que bajaron del autobús. Es cosa de los Cárdenas saber divertirse. —Sí, entiendo, y como resultado, te obligaron a bailar. —Como resultado, todos íbamos a clases de baile para su entretenimiento. ¿Y tú? —Estuve internada en Peace durante cuatro años, así que tal vez aprendí muchas cosas. Felipe me da un beso corto en los labios. —Ya podemos escaparnos. —Tu pobre madre tendrá el corazón roto. —Pobrecita —se queja Felipe mientras salimos de la pista de baile—. ¿Podemos irnos? —Ha sido suficiente. —Mina, ¿cierto? —pregunta una mujer. —Ella es Luisa, la amiga de mi padre. —Te he estado viendo desde que llegaste y estoy segura de que he visto esos ojos en otro lugar. —Son fotos preciosas. —Tenemos los duplicados, estaremos encantados de compartirlas contigo. —¿En serio? —Sí, y personalmente me encantaría saber qué ha sido de ti —pregunta la mujer. Me entrega una tarjeta con sus datos y le agradezco, abrazo a la mujer y ella a mí. Me abraza durante mucho tiempo y no puedo evitar decir: —Me hubiera gustado que fueras mi madre. —Te esperamos tantos años que nunca pudimos adoptar a nadie más.
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