El número de citas

1570 Words
Veo el número de pastillas que tengo y definitivamente me toca la regla, así que además de hacer unas compras para mí y para Álvaro, hago unas compras de higiene. Cuando regreso al hotel, ya estoy sangrando y me tomo un par de pastillas contra el dolor. Álvaro me espera en la habitación y me pregunta si me apetece comer menú de niños o de adultos. Me río y le digo que la verdad, una mezcla de los dos estaría bien para mí. Voy al baño, me cambio la ropa interior y coloco un tampón. —¿Cuál es el plan? —pregunto antes de darle un beso en la mejilla. —El plan es ir al Central Park, dar una vuelta, comer algo rico en la calle, luego iremos a un partido de los Yankees, vamos a ver el partido y celebrar como locos cuando ganemos. Luego, pasearemos por la ciudad y trataremos de ver una película o algo. ¿Te suena? —Creo que es un plan ambicioso, pero voy, solo si vamos vestidos casual. —No tengo ese tipo de ropa —dice con desinterés, y yo le entrego una bolsa de regalos. Álvaro se ríe y me da un beso mientras la toma, lo pone todo sobre la mesa y saca una camisa negra de su talla, unos jeans, una faja por si acaso, tenis e incluso una gorra y bóxer. —Wow, nadie nunca había pasado tanto tiempo pensando en mí. —Me gustas, y quiero que estés cómodo —los dos reímos y él me besa y me aprieta las nalgas. —Te adoro —dice contra mi mejilla. —¿Ahora comemos aquí o bajamos? —Cámbiate, comemos en el hotel, con la gente pasando de un lado a otro. Oh no, un sándwich. Álvaro, vamos a por un sándwich como esos grandes de las pelis y ¿te apetece un Starbucks? —¿Cuál es tu Starbucks favorito? —Latte de vainilla con extra de espuma y base de crema dulce. —Qué bien, a mí me gusta el chai latte, con crema batida encima. —¿Deberíamos probar algo diferente? —pregunto, y Álvaro comienza a desvestirse, se encoge de hombros y me promete que probaremos dos bebidas diferentes y el brownie, pero es momento de que me quite los acné. Le miro algo incrédula y voy a mi maletín de zapatos, encuentro unas zapatillas cómodas y perfectas para ver una ciudad enorme e imponente como Nueva York y unas que me hacen ganar un par de centímetros para verme bien junto al hombre guapo con el que voy a salir. Obviamente llevo las incómodas y un bolso cruzado y pequeño para ir con él. Álvaro sonríe, me da un beso sobre los labios, toma uno de sus tres celulares, la billetera y mi mano y camina decidido hacia la puerta. Bajamos al restaurante del hotel, y me dice que le han informado que no he desayunado con tal de irme por la ciudad a comprar ropa, y que para sus planes tan excitantes necesito estar bien alimentada. Cuando destapan la comida que han servido para nosotros, me encuentro con unos Nuggets de pollo, papas fritas, ensalada y medio aguacate. Mis Nuggets tienen forma de flores, corazones y muñecas; los de Álvaro son estrellas, cohetes y chicos espaciales. Álvaro me cambia una flor por una estrella, me río y él me da un beso pequeño antes de sentarse a mi lado. —Solo necesitaba verte a los ojos, me gusta estar a tu lado. —Me he dado cuenta, eres un poco pegajocito... —Lo soy, amo muchísimo y con intensidad —responde. —Uhmm, ¿estás diciendo que me amas con nuggets de pollo? —Bueno, estoy demostrándote la variedad de cosas que siento por ti. —Me encanta que sientas tanto. Y te anticipes porque tengo mal carácter cuando me da hambre y no encuentro qué comer. —¿Cómo sobreviviste en un orfanato? —Hay algo que no sabes de mí. —Muy pocas cosas, trabajaste para mí, es como venderme de gratis toda tu información —asiento. —Pero estoy interesado en escucharlo de tu boca. —No me encanta hablar de ese lugar, pero robaba la comida, y me pegaban —los dos reímos. —¿Tú cómo fue tu infancia? —Soy el hijo del amante, todos lo sabían. Mi mamá finalmente se divorció de mi padrastro, y se casó con mi papá. Mi padrastro peleó la custodia de mi hermana, y un día antes del veredicto, tuvo un accidente. —¿Un accidente? —Sí, los accidentes pasan —responde divertido. —Chocó borracho. —¿Era un buen papá? —No, mi abuelo le heredó todo el dinero de las minas y petróleo al primogénito de mi madre, eso quería decir que quien tuviese a Sia, tenía el oro, literalmente. —Álvaro suspira. —Mi mamá era terrible para los negocios y mi papá tenía muchísimo en el plato con los suyos, le ayudaba, pero, sabía que mi abuelo no le quería, así que dejar perder su negocio no le importaba. Mi abuelo siempre pensó que mi papá era un don nadie, un oportunista: Mientras mi familia materna había crecido con la seguridad de tener dinero y riqueza aseguradas de por vida, mi padre, había trabajado duro hasta llegar a la cima, desde la pobreza hasta la riqueza que construyó. Cero suerte, favores o empujones, solo trabajo duro y buenas decisiones. —Se encoge de hombros. —Era complicado. Mis papás murieron poco después cuando yo cumplí ocho. —Debe ser duro. —No… creo que es lo mejor que me pudo pasar. Mi papá era complicado y mi mamá muy frágil mentalmente, y quedar a cargo de mi hermana fue lo mejor que pudo haberme pasado, peleo un montón con mi excuñado, pero, ellos dos fueron los mejores papás que pude tener en esa época. Lo único que me entristece es lo mal que se lo hice pasar a mi hermana. —¿No es cosa de hermanos? —Obvio, pero, murió joven, en medio de mi etapa máxima de desorden y mala cabeza. Solo me hubiese gustado… —¿Estar sobrio? —pregunto y él asiente. —Creo que perder gente nos ayuda a entender que la vida tiene límites. ¿Has ido a un hogar de ancianos? —pregunto y él niega con la cabeza. —Me da yuyu la gente vieja, las arrugas y la gordura es como ser bebé pero de una forma desagradable. —Reconoce Álvaro y me río. —Vale, siempre hay un viejito de 87 años, aproximadamente. Preocupadísimo por morirse. Se pregunta: ¿cómo llegará ese día? ¿Si será en mientras duerme o después de alguna comida? Ansía saber si le dará tiempo de disculparse, de disfrutar de un nuevo helado o paseo —me encojo de hombros. —Y está la gente joven preocupada por el abuelo, cuando la realidad es que todos podemos morirnos cualquier día. Álvaro se queda mirándome en silencio. —Eres la mujer más oscura que he conocido —dice y me toma de la mano —¿Puedo ponerte como contacto de emergencia? —Claro. ¿Cuáles son tus deseos? —Si en algún punto; por drogas, un accidente, mal sexo o lo que sea... termino vegetal, después de treinta días y que me llores todos los días desconéctame. —Cuarenta días. —Propongo. —¿Te parece? —Lo que sea mejor para tu corazón, solo déjame ir. —Vale. —Y Mina. —Ay, no… —Tienes que seguir viviendo —dice mirándome a los ojos, por lo que sé que no es tan broma como suena. Acaricio su mejilla y asiento. Álvaro me hace decirlo en voz alta, que seguiré y que entiende que la vida son ciclos y probablemente de todas las formas posibles su ciclo termine antes que los míos, debido a la diferencia de edad tan grande entre nosotros. —¿Mina? —Álvaro, qué pesado. —Mina, es mi única condición en la vida. —Bueno, trataré de seguir, pero soy más leal de lo que parezco —él me besa en los labios y sonrío, yo le acaricio el pelo y los dos nos quedamos en silencio. —Para mí es importante que lo hagas. Su tristeza y su preocupación son reales, por lo que no puedo evitar preguntar: —¿Cuál de los dos no pudo seguir? —Mi madre. Lo mantuvo conectado seis meses y le visitaba todos los días. Mi papá iba deteriorándose en el hospital y ella gastó dinero y tiempo, al final, le dio un infarto de tanto sufrir. Mi hermana y yo la enterramos y al día siguiente desconectamos a mi papá. —Álvaro… te digo algo. —Él asiente. —Si me muero y tenemos tres, cinco, diez años juntos, te guardas la polla o el corto del más allá, a mí guárdame alto. —Álvaro se ríe y me toma de la mano divertidísimo. —Eres una sociópata, me encanta, este es material de una sexta cita. —Mírate, estás supertragado. Contando las citas. —Cuento cada segundo que estoy contigo—responde mirándome a los ojos, muy serio. —No puedo con tanto. —Le tienes muchísimo miedo al amor, Mina, pero yo tengo muchísima paciencia. Come, tenemos cosas que hacer.
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