Neville Audrey era el príncipe de un cuento de hadas no escrito y Felicia Gaucher, tercera princesa de un reino en declive supo desde el primer momento que ese hombre sería su esposo.
El apuesto príncipe de cabello rubio cenizo era su ideal, además, tenía la cualidad que Felicia más admiraba, se creía más inteligente de lo que en verdad era, volviéndolo fácil de manipular.
Sin embargo, había un rumor en el imperio sobre el favoritismo del emperador por su segundo hijo el príncipe Joseph Audrey, y se decía que en cualquier momento la posición de “príncipe heredero”, cambiaría de manos.
Para evitar el riesgo, la reina buscó a una adivina y llevó a su hija Felicia, de entonces catorce años, a visitarla.
La adivina miró sus palmas, analizó su aura y desplegó una baraja sobre la mesa – haz tu pregunta y escoge tres cartas.
Felicia cerró los ojos para apartar cualquier pensamiento inútil y pronunció – ¿seré emperatriz? – completó su pregunta, abrió los ojos y eligió tres cartas. A su lado la reina caminaba de un lado al otro con nerviosismo.
– Sí – respondió la vidente.
La reina se mostró muy emocionada y Felicia hizo su segunda pregunta – ¿tendré todo lo que quiero?
La vidente observó las cartas – no completamente, habrá muchos obstáculos en su camino, le aconsejo princesa hacer preguntas más específicas, obtendrá mejores respuestas.
Felicia lo tomó en cuenta y se concentró – ¿cuál será mi mayor obstáculo?
Mirando las tres cartas, la vidente frunció el ceño – una mujer.
Felicia sonrió – una amante, ¡sé manejarlas!
– No a esta, alteza, la mujer descrita en su destino es una sombra que cubrirá su posición, familia y linaje – señaló golpeando una de las cartas con sus largas uñas – me temo alteza, que no tendrá una tercera generación sí no logra vencerla.
Tanto Felicia como su madre se incomodaron, más que un obstáculo, aquella era una amenaza de muerte – ¿quién?, ¿cómo es?, ¿cuándo aparecerá?
– Solo se permiten tres preguntas – aclaró la vidente viendo que Felicia giraba todas las cartas – puede hacerlo cuanto quiera, ya no habrá respuestas.
Felicia frunció el ceño – soy la futura emperatriz.
– Cariño, basta – le dijo su madre, temerosa de la vidente con quien los mismos reyes eran cautelosos.
– No, necesito saber más – insistió Felicia.
– Lo sabrá cuando la vea – anunció la vidente y se levantó – dentro de muchos años, usted sabrá exactamente quién es esa mujer.
Cinco años después Felicia se casó con el príncipe Neville Audrey, quedó embarazada de inmediato, pero perdió al bebe en un aborto natural, esperó varios años para quedar embarazada nuevamente y tener a su heredero, el príncipe Jonás, su tesoro porque pensó que no podría tener más hijos y sorpresivamente, cuando Jonás tenía cinco años, nació su pequeña hermana, la princesa Evelyn.
Felicia lograba todo lo que deseaba, no sin dolor, pero lo conseguía. La prueba de ello fueron las muertes del príncipe Joseph y el emperador Neville Audrey, con ese beneficioso evento ella se convirtió en la emperatriz.
La primera profecía se hizo realidad, falta la segunda y ese era un problema, porque Felicia no podía encontrar a esa mujer que aparecería como una sombra y ansiaba el enfrentamiento. Hasta entonces continuaba acumulando aliados, socios y esclavos, todo aquel que le sirviera, para acabar con ese monstruo.
“Lo sabrás cuando la veas”
A Felicia le gustó esa frase, significaba que sabía juzgar a las personas por su verdadero valor y en cuando vio a Silvana lo supo – tengo una oferta para ti, conviértete en mi nuera.
– ¡Eh! – exclamó Silvana, sorprendida, porque de repente, la conversación tomó un giro sin sentido – alteza – volvió a bajar la mirada – no me atrevería.
– ¡Estás despreciando a mi hijo!
– No.
– Aceptas convertirte en mi nuera, ¡perfecto!
Silvana se mordió el labio y pensó rápidamente – hasta el ducado han llegado noticias del príncipe Jonás y su actitud admirable, por desgracia, con mi familia siendo acusada de homicidio por negligencia, no soy la persona apropiada, discúlpeme, alteza.
– Buena respuesta – admitió la emperatriz – aunque, hace poco mencionaste estar dispuesta a hacer lo que fuera para proteger a tu familia, es una pena que sean palabras y no acciones.
Silvana se quedó en blanco.
– Te haré un favor, no lo hago seguido, siéntete honrada – miró hacia el escritorio – ve ahí, escóndete y no digas ni una sola palabra sin importar lo que escuches.
Fue una orden sin sentido que Silvana no se atrevió a ignorar, tal y como la emperatriz le ordenó, fue hacia el escritorio, apartó la silla para meterse en el agujero entre las dos cajoneras y recogió sus rodillas.
Un caballero entró poco después y la emperatriz dio la orden – traigan al duque.
Pasó muy poco tiempo, el duque Agustín Santes llegó al estudio y bajó la cabeza – alteza, me disculpo por mis errores, a causa de una herida no estuve al tanto de la producción, descuidé mis responsabilidades, no tengo excusa.
– ¡De verdad!, me parece que está poniendo muchas – lo interrumpió la emperatriz – es culpa de su herida, del vizconde, quizá sea culpa de la lluvia, que provocó un derrumbe en el camino a la mina y lo dejó sin hierro.
El duque se sorprendió al descubrir que la emperatriz sabía del derrumbe y bajo el escritorio, Silvana permaneció en silencio.
– Fue un accidente – dijo la emperatriz – una prueba del cielo, los cargamentos se retrasaron porque había que mover la tierra para restaurar los caminos y los pedidos se acumularon, sé que el ejército no es paciente y hay clausulas en sus contratos, sí usted como proveedor no cumplía con los encargos, tendría que pagar una multa, estaba en un verdadero predicamento y fue cuando surgió esta, bendición disfrazada, una aleación más delgada y barata, todo a cambio de sacrificar un poco de resistencia, ¡funcionó!, lo felicito por eso.
El duque no se atrevió a responder a ese falso halago.
– Los caminos quedaron restaurados, era el momento perfecto para retomar la producción y continuar con el diseño tradicional, excepto, que el nuevo diseño funcionaba, perfectamente para soldados que trataban con gentuza, pueblerinos, ladrones, mercenarios de bajo nivel, sí se trataba de empujar a un hombre adulto los escudos eran funcionales, hasta que se enfrentaron a algo más grande, el hacha de un bárbaro.
Gotas de sudor bajaron por la frente del duque.
– Dos o tres muertes al mes en un pueblo pequeño se considera una semana tranquila, para usted o para mí, ¡qué son cincuenta soldados muertos! – sonrió – así que continúo invirtiendo poco y ganando mucho, fue un movimiento muy atrevido de su padre. Y entonces, sufrió una caída que lo dejó en cama por un mes y mientras usted se recuperaba, el vizconde Grellier tomó su lugar, fue él quien descubrió el problema, a través de las muchas quejas que llegaban por correo y fue al castillo, a buscarme.
El duque cayó de rodillas – alteza, en verdad pensé que no era necesario mejorar los escudos, las personas que los probaron me aseguraron…
– Mas excusas.
Debajo del escritorio Silvana se cubrió la boca y lloró en silencio.
– Antes de venir aquí el vizconde envió a tres herreros de sus talleres al palacio quienes firmaron una declaración en la que lo acusan de estar al tanto del problema e ignorarlo, de hecho, según su confesión usted amenazó con despedirlos sí hablaban.
El duque apretó los dientes con rabia, en caso de que algo saliera mal o lo descubrieran, estaba listo para culpar al vizconde, era la salida perfecta, por eso lo nombró su suplente, no tenía idea, de que el maldito lo traicionaría.
– ¿Algo que decir?, duque Santes – anunció la emperatriz dándole una última oportunidad.
– Alteza, la verdad es que he estado enfermo desde hace más de dos años, no quería decirlo por temor a que mi familia me considerara un hombre débil.
La emperatriz bufó – duque, sí trajera a sus hijos y les preguntara sí eso es verdad, ¿qué creen que me dirían?, especialmente su hija Silvana, quién según nuestra conversación, está muy interesada en el negocio familiar, ella me dirá con honestidad sí usted lleva dos años lejos de la administración o está inventando excusas.
El duque apretó los dientes – mi hija Silvana es joven e inexperta, ella no entiende bien las cosas, es muy infantil, sí llama al mayordomo, él le responderá.
Silvana levantó la tela de su falda para morderla y no permitir que su llanto se volviera ruidoso.
– ¡Es así! – exclamó la emperatriz – me pareció una joven inteligente, incluso podría convertirse en mi nuera.
La expresión del duque cambió – quiero decir, Silvana es brillante, desde pequeña le interesó el trabajo artesanal, la placa – señaló la pared y descubrió que los retratos ya no estaban, luego miró alrededor – esa – la señaló – mi hija pintó el diseño, tenía diez años, es muy creativa.
– ¿Obediente?
– Sí, definitivamente.
– A cambio de dejar de lado esta investigación, ¡qué le parece cederme a su hija!
El duque respondió en menos de un segundo – será un honor, alteza.
– Aún no le he dicho lo que planeó o los riesgos a los que estará expuesta, ¡no le molesta!
El duque asintió – mi hija entiende su papel en el mundo, una vez que yo hable con ella, hará todo lo que usted le pida, sobre la investigación…
– Necesito pensarlo – lo interrumpió la emperatriz y envió al duque de vuelta a su habitación, después de que la puerta se cerrara dijo en voz alta – ya puedes salir.
Lo que emergió del escritorio fue un fantasma, la piel del rostro de Silvana era pálida, sus labios estaban entreabiertos y había lágrimas bajando por su rostro.
– Siéntate.
Apenas lo ordenó, Silvana se dejó caer, sus ojos no miraban, estaba fijos en la nada.
– Tu padre es culpable, irá a prisión y estará por lo menos veintisiete años, dada su edad es un tiempo considerable, el matrimonio de tu hermana se cancelará y es poco probable que encuentre otro prometido, tu hermano menor aún es joven y al ser hijo de un criminal no se le considerará como heredero, la propiedad será administrada por el vizconde hasta que encontremos un heredero digno en las ramas secundarias de la familia y ustedes, lo que les suceda no es mi problema.
Silvana cerró los ojos empujando sus lágrimas y miró a la emperatriz – ¿qué quiere que haga?
– Sé mi nuera. Mi hijo Jonás es un encanto, por desgracia últimamente le ha dado por creer que tiene libertad de pensamiento, un pequeño defecto que aún no he podido arreglar, quizá sea mi culpa, lo amo demasiado – sonrió con afecto – es por eso que necesito una mujer obediente, que haga todo lo que yo le pida y sepa manejar a mi hijo de la forma en que yo necesito que lo haga, ¿entiendes a qué me refiero?
Silvana asintió.
– Dilo en voz alta, niña.
– Haré todo lo que usted me ordene, alteza.
– Mucho mejor – sonrió la emperatriz – ahora, sobre la acusación, alguien tendrá que pagar, hay veintisiete soldados muertos, cientos sí expandimos la investigación y no puedo meterlos bajo el tapete, ni permitir que la plebe piense que no me importan sus muertes, según nuestro acuerdo, el vizconde será un buen candidato.
Silvana apartó la mirada – por favor no lo haga – podía soportar que un hombre culpable eludiera la prisión, pero enviar a un hombre inocente, era demasiado – se lo suplico.
– Te dije que te haría un favor, vives en un mundo demasiado rosa, querida, se cometió un crimen, alguien tiene que ir a prisión o las personas dejarán de confiar en su emperador, ¿prefieres que sea tu padre?
No quería eso y desesperadamente pensó en un plan que resolviera el problema – hablaré con él, hay un método para la nobleza, se le prohibiría salir de la mansión y mi tío estaría a cargo de la administración del ducado hasta que mi hermano Felipe sea mayor de edad.
La emperatriz mantuvo la mirada fija sobre Silvana – Stephen – llamó a su caballero y la puerta se abrió – esta noche el duque Santes sufrirá un infarto por la impresión y se cerrará la investigación, encárgate.
Silvana sintió su cuerpo pesado, vio al caballero que se retiraba y sintió que la puerta era un vacío sin fin que se cerraba ante ella, con un pequeño tropiezo se levantó, se apoyó sobre la mesa y llegó corriendo a la puerta para empujarla, le dolía el pecho y su visión se volvió un túnel con el caballero alejándose a gran velocidad como su centro, no podía alcanzarlo, siguió corriendo por el pasillo, vio la puerta de la habitación, a los caballeros que entraron y al hombre que apretaba con su antebrazo el cuello de su padre.
La emperatriz llegó justo después de ella, le sujetó el brazo y no la dejó entrar.
No hubo sangre y toda la escena se volvió irreal, minutos atrás su padre estaba en el estudio, hablando con la emperatriz y ahora, estaba muerto.
– Existen personas a mi alrededor – dijo la emperatriz – con la creencia de que se les permite pensar por su cuenta, un error común – la miró – restan tres personas en tu familia inmediata, responde antes de que ese número disminuya, ¿harás todo lo que yo te diga?
Las lágrimas de Silvana se sintieron muy calientes – sí, alteza.
Los monstruos reales no eran como los dragones, no tenían garras, no escupían fuego y no se anunciaban en los cielos, tampoco había sombras oscuras dibujadas a su alrededor con una mezcla de tinta.
Ellos eran aterradores porque lucían como personas normales.