Gideon tomó una copa, la inclinó entre los dedos torpemente y gracias al movimiento de un empleado, el vino se vertió sobre su camisa. – ¡Ah! – gimió Evelyn y se cubrió la boca para no decir en voz alta lo que estaba pensando. – Excelencia, lo siento mucho – se disculpó el mesero y bajó la mirada apuntando al suelo. Gideon dejó la copa sobre la mesa – fue mi culpa, puede retirarse – se apartó – alteza, tengo una camisa en mi carruaje, iré a cambiarme. – Excelencia, hay habitaciones libres en el castillo, sí lo desea… – No hace falta – la detuvo el duque y caminó rápidamente, su zancada era más larga que la de la princesa, no pudo detenerlo y lo vio irse por una de las puertas que conectaba con el jardín. Fue cuando los vio, al príncipe heredero abrazando a su prometida, no los miró p