Subo al auto y sí, dentro esta Michael Turner, lleva unas gafas de sol. No me mira cuando subo, tampoco me importa. No es que porque me haya liberado le voy a rendir pleitesía. Ambos tenemos intereses y es eso que nos ha unido.
—Sabes que vas a la boca del lobo —me dice sin mirarme.
—No —digo con la mirada al frente—. No hay boca del lobo, cuando la loba es la que entrará —sonríe. Lo veo de reojo. Quizás crea que exagero, pero los años en prisión te enseñan a ser fuerte. Depende de ti dejarte destruir, o hacerte fuerte, indestructible. Yo tenía ganas de dejarme morir, sin embargo, cuando vi la muerte cerca y no me aplastó, supe que aún tenía mucho por qué hacer. Y aquí voy, directo hacia lo que me mantuvo viva: la venganza.
Aparcamos en una hermosa villa. Grandiosa, esplendida por fuera y por dentro. Una maravilla, un lujo que solo un Turner puede darse.
—Date un baño. Hay un equipo de profesionales esperando en esa habitación para que te dejen como una digna esposa de Michael Turner.
—Digna —mascullo irónica.
—Soy un empresario muy importante, con un apellido intachable. La prensa, todos los ojos están puestos en nosotros. Por ello, debo lucir una esposa de clase, con estilo envidiable —camina a mi alrededor— Tienes todo eso, pero con esos harapos, pareces una pordiosera. Todos van a saber que saqué una esposa de prisión, no que recogí una mendiga.
—Ok. Entonces vamos a ponernos al nivel del señor Turner —sin soltar la mochila voy hacia la habitación. La cual rebosa de lujos. Tenía seis años sin ver algo lujoso. En prisión todo era gris, incluso las sábanas. Pero aquí, todo alumbra, tiene color, brilla. Es, hermoso.
Dejo de distraerme con las cosas, procedo a bañarme. Hay una tina lista para mí. Me deshago de la ropa gastada. Como Dios me trajo al mundo ingreso. Al sentir el agua caliente, cierro los ojos y me sumo en el recuerdo.
«Mi hijo. Mi bebé muerto. Dejando de respirar en mis brazos. Dando su último respiro».
El pecho duele, quema. La sangre me hierve. Siento una necesidad profunda de clavar un puñal en el pecho de Charles Turner, que muera viéndome a los ojos y diciéndome que no era su hijo. ¡Maldito! ¡Infeliz! Seguramente cambió los resultados para deshacerse de mí. Nunca le importé, jamás me amó como decía, porque si me hubiera amado, no hubiera permitido que me encerraran en ese lugar.
Por años me he preguntado ¿Por qué si me amaba y estaba dispuesto a dejar todo por mí no creyó en mi inocencia? ¿Fue por la traición? Pero si se casó con la mujer que lo traicionó primero. La perdonó, regresó con ella, la embarazó al mismo tiempo que a mí. El hijo de ellos si sobrevivió. El de ellos si ha crecido, mientras que el mío no pasó ni el día.
Siempre he creído que, lo asesinaron, que le hicieron algo para que mi bebé muriera. Esa familia, toda esa familia son unas víboras. Debieron mover sus hilos para acabar con mi bebé. Pero van a pagar, van a pagar por todo.
Cubro mi cuerpo en una toalla. Cuando salgo del baño, hay unas cuantas personas en la habitación, entre mujeres y hombres. Todos me saludan con amabilidad, se acercan asegurándome que están ahí para dejarme totalmente cambiada. Me ordenan sentarme. Hago todo lo que dicen. Permito que me manejen al antojo que quieran. Todo sea por quedar al nivel del señor Michael Turner.
Secan mi cabello, lo plancha, realizan hondas. Luego van por mi rostro, colocando tantas cosas en mi rostro, mis ojos, por último, mis labios. Por último, les dan una limpieza a mis uñas, de manos y pies. Realizan un pintado hermoso, que me trasporta a esos momentos en los que íbamos al salón de belleza con «mis amigas» esas perras traidoras no eran mis amigas. Son una miserables que pronto tendrán sus merecidos.
Al finalizar le dan una pulida a mi cuerpo, me colocan tantos líquidos que dejan mi piel, suave, brillante y olorosa. Tanto tiempo sin oler así. Tantos años percibiendo mal olor de las prisioneras, que ya oler de esta forma me parece el paraíso.
Una empleada trae un armario de ruedas con un sin número de vestidos. Me hacen medir algunos y, me quedo con el que más me gusta.
El vestido n***o que finalmente selecciono es simplemente exquisito. Es de un material suave y fluido que se desliza sobre mi cuerpo. El corte es recto y elegante, con un escote en V que resalta delicadamente mis hombros. La tela se ajusta perfectamente a mi silueta, sin ser demasiado ceñido ni demasiado holgado.
Cuando me miro en el espejo, me sorprendo al ver lo favorecedor que es este vestido. El n***o intenso crea un contraste llamativo con mi piel. Los detalles en la espalda, con un delicado cruce de tiras, añaden un toque de interés visual sin ser demasiado llamativo. Me siento increíblemente cómoda y segura. Transmite un aire de elegancia y clase, lo que quiere el señor Turner. Además, que la muerte se viste de n***o. Y soy la muerte que arrastrara a los Turner al mismo infierno. Este vestido es perfecto para hacer mi ingreso a la mansión de esas malditas ratas.
Salgo, lista para ser digna del señor Turner—. Señor, esta lista —dice uno de los que ayudó a arreglar. Él está de espalda, bebiendo una copa. Al girarse, su rostro se impresiona. Pues sí, he quedado hermosa. Siempre fui hermosa. Soy así como un diamante que brilla en cualquier lugar, y llama la atención del más miserable humano.
—Perfecta —dice. Deja la copa en la mesita de estar, saca un collar y procede a colocármelo. Cuando lo veo con las intenciones de hacerlo, lo detengo.
—Yo lo hago —se sorprende, pero accede. Cuando termino de colocármelo, él me observa, demasiado para mi gusto— ¿Nos vamos? —asiente. Hace ademán de que vaya primero. Lo hago, y siento su mirada en mi culo. Pero no me ofende. Siempre fui de la mente abierta que, el trasero se ha hecho para lucirse, y a mí me gusta que me lo admiren.
Subimos al coche. No hablamos, cada uno ocupa su lugar. Aun no me dice cuales son sus planes, pero yo tengo los míos claros y, esos son acabar con todos. Desde el más indefenso al más miserable.
El auto se detiene. Ya hemos llegado, sí. Veo como el grande portón se despliega delante de nosotros y aparece la impresionante mansión Turner. Mis piernas tiemblan, todo mi cuerpo tiembla. Carajo. No ahora. Mi estado emocional no puede fallarme ahora.
Mi corazón late al momento que la puerta del coche se abre, mi palma hormiguea cuando Michael Turner toma mi mano. Me siento caliente, la sangre me hierve cuando ya estoy a dentro y los ojos de todas esas cucarachas a la que voy a aplastar se posan en mí.