—Vendrá, estoy segura de que vendrá —suspiro y la miro—. Lo único que voy a lamentar al salir de aquí es, dejarte sola.
—No te preocupes por mí, que yo me sé cuidar. Tú ve, disfruta tu libertad.
—¿Disfrutar? —sonrío— Ya no se puede disfrutar cuando no tienes a nadie quien te reciba. Mi libertad la usaré para que quienes se atrevieron a pisotearme, paguen por ello.
No tenía que ocultarle mi propósito a mi compañera de celda, quien se había convertido en mi amiga, en mi apoyo en estos años. Ella sabía los enemigos que tenía a fuera, ella sabía absolutamente todo. Esperaba que esto se diera, que pudiera ser libre y, cuando tuviera el poder suficiente, sacar a Scarlett de aquí.
Esa noche doy vuelta en la cama tratando de conciliar el sueño, pero me es imposible. Debo reconocer que estoy ansiosa por salir de este lugar, no veo la hora de estar en frente de esas personas, de ver sus malditas caras al momento que ingrese por esa puerta.
«Charles Turner, espera un poco más, que pronto nos volveremos a ver».
El día llega, dejo ordenada mi cama y limpiamos la habitación con mi compañera. Llega la hora del desayuno y, vamos hacia el comedor. Al llegar, las que ya están comiendo se levantan y mientras voy pasando me hacen reverencia. Sí, me respetan, ese respeto me lo gané a puño y patada, haciendo correr sangre, quebrando nariz, dientes, incluso asfixiando a algunas cuantas.
Tras mucho entrenamiento me gané el respeto de todas, hasta de las que un día me golpearon. Pero ya se las cobré, ya les di su merecido. Fue a punta de golpes que le saqué los nombres de quienes le pidieron me hicieran todo eso.
La tarde llega y, con ello llega la hora de la visita. Camino de un lado a otro, ansiosa, deseosa de que me informen que ese hombre está ahí a fuera. Traqueo mis dedos, Scarlette me mira y, aconseja—. Calma, si ese hombre vino, es porque te necesita.
Acaba de decir eso cuando la guardia se asoma y dice—. Tienes visita —miro a Scarlette y le sonrío, seguido me dirijo a la puerta. Camino a pasos lentos, para que no se note mi ansiedad.
Al llegar a la sala de visitas, no encuentro solo al hombre de ayer, alguien más lo acompaña. Aquel me sonríe y se levanta a abrirme la silla.
Vaya, vaya, pero que amable me salió. Como dice Scarlette, sí que me necesitan estos dos—. Me llamo Alonso Silgado, si firma el documento que mi amigo Michael Turner le entregó, seré su nuevo abogado.
—Supongo que ya tomaste la decisión ¿Cierto? —dice Michael.
—Si, pero tengo una condición.
—Creo que no estás en posición de poner condiciones.
—Pues entonces, no tengo nada que hacer aquí, menos firmar —asiento las manos para levantarme, cuando me giro para salir le escucho decir.
—¿Qué condiciones? —sonrío y, al girarme muestro seriedad. Regreso al asiento y hago mis propuestas— ¿Nos has visto la cara de defensores de delincuentes? Supongo que tu amiga está ahí dentro por asesina.
—No todos entran por ser asesinos, y si se da cuenta, señor Michael, está a punto de firmar un trato con una asesina —el abogado lo mira y suspira, luego me mira y dice.
—Revisaré el caso de tu amiga, veré que puedo hacer.
—A mí no me hablas con veremos, a mí me afirmas o no hay trato —enarca una ceja, y su rostro es un poema.
—Guao —musita y mira a Michael— ¿Qué dices?
—Haz lo que te pide y, acabemos de una vez por todas con esto.
Con esas palabras agarro el documento y firmo. Al realizar la firma siento como si el fuego me invadiera. Es tan gratificante sentir que estoy a nada de cobrar mi venganza. Que esperen los Turner, que espere Charles, incluso Vanessa, porque voy por ellos, como la misma muerte, a arrastrarlos al infierno.
Regreso a la celda con un anillo muy caro en mi mano. Ya soy la esposa de Michael Turner, incluso me dio un anillo el cual no es nada barato. Lo sé, porque conozco de joyas. Charles, ese infeliz siempre me dio regalos caros. En cada viaje que hacía, siempre traía algo para mí, pero la maldita de Vanessa se las quedó, asegurando que nada me pertenecía. Perra, pero la primera que desenmascararé es a ti.
—Ela, esto es un diamante —me mira—. Podrías venderlo apenas sales y, huir. Te darían una fortuna por ello.
—¿Huir? No pienso huir. Estoy ansiosa por ver a la cara a Charles y toda la mugre de familia que tiene. Esta es la oportunidad que estuve esperando por muchos años y, no voy a dejarla pasar por unos cuantos verdes. Siendo la esposa de Michael, logro tener más que lo que me darían por esto.
—Pues sí, tienes razón.
No sé cómo lo hicieron para sacarme tan pronto de ese lugar. Pero al día siguiente abandono la prisión. No sé si sea la eficacia del tal Alonso, o es que las pruebas con las cuales me encerraron eran una farsa y, el absoluto poder de los Turner, intervino en la decisión del juez.
Las rejas de prisión se abren lentamente. Mis piernas tiemblan al momento que se abren por completo. Solo debo dar unos cuantos pasos y estoy a fuera. Seré libre. Libre. Sin embargo, no me muevo, es como si las piernas tuvieran plomo. Las guardias no hacen por apurarme, solo me observa como pensando que el encierro me ha dejado retrasada.
Un auto lujoso se parquea en frente, de este sale ese hombre: Alonso Silgado. Quizás el otro espera a dentro. Sé ve un poco arrogante y supremo, para mi gusto. Han venido por mí, supongo que creyeron que me escaparía. Pero ellos no saben que mi sed de venganza es más superior que la de ellos.
Me atrevo a dar un paso, firme, sin miedo al éxito. No miro hacia atrás, ni siquiera para recoger impulso, a pesar de que mi amiga queda dentro. Sé que pronto saldrá, porque es una tregua que hicimos con Michael Turner, espero que cumpla, si no lo hace, me encargaré personalmente de sacarla de ese lugar.
—Eres libre —dice el abogado— Permíteme llevarte a un lugar donde traerán de regreso a la Rafaela Adams que hace años desapareció —asiento. Les permitiré que hagan conmigo todo lo que quieran, menos tocar mi cuerpo, porque el que se atreva, me lo quiebro.