Por suerte, no era mi teléfono el que sonaba, sino el de Freddy. Él respondió con una sonrisa; era esa mujer con la que había ido a la gala, y comenzó a hablarle como un idiota. Su voz se tornó suave y melosa, y sus risitas me parecieron insoportables. No estaba de ánimos para escuchar romanticismos. Me sentía inquieto, con un nudo en el estómago, y necesitaba aclarar las cosas con Victoria. Salí de mi empresa y me dirigí hacia la empresa de Vicky. Tenía que hablar con ella de una vez por todas, y además, tenía ganas de verla. Los últimos días habían sido un torbellino, y sentía que solo ella podría ayudarme a encontrar algo de paz. Conduje mi auto hacia esa empresa, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en mis hombros. Al llegar, me recibió el valet parking, un hombre de mediana edad