—Si tú no lo mandaste, entonces alguien más lo hizo —mencioné, intentando calmar la situación. Ella lanzó la carpeta sobre su escritorio con un movimiento brusco. —Es obvio que yo no lo hice. Reconozco que soy ambiciosa y me gusta el poder, pero no robarlo. Así que vete si piensas que yo haría algo para dañarte —echaba fuego por los ojos, y su respiración era rápida y pesada. No cabía duda de que hasta molesta se veía hermosa. Me quedé como un idiota mirándola, incapaz de formular una respuesta coherente. —Ya, di algo —me gritó, rompiendo el silencio. —No me grites que sí te escucho —respondí, sintiendo que mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Sus palabras resonaron en la oficina, y ambos permanecimos en silencio por un momento. La miré fijamente, tratando de leer más allá de su e