CAPÍTULO 3

1722 Words
—En realidad no es asunto tuyo—, murmuró ella sin importarle siquiera si él podía oírla o no. Inmediatamente, se soltó de él. Se dio la vuelta y avanzó hacia la puerta, pero sus movimientos se detuvieron cuando la mano de él rodeó su muñeca. La acercó a su cuerpo duro como una roca. —Te lo voy a preguntar otra vez—, sintió que sus labios rozaban ligeramente su oreja mientras hablaba. —¿Dónde demonios crees que vas?— Preguntó en voz baja y profunda como si fuera un gruñido. Ella no pudo ocultar que se estremeció. Todo su cuerpo se estremeció ante la proximidad y el ligero aroma a menta de su aliento. —A casa. —¿En casa? Estás en casa—, murmuró él. El cosquilleo que le recorrió el cuerpo fue evidente cuando él le pasó el pelo por detrás de la oreja. —Me refiero a mi verdadero hogar—, tartamudeó nerviosa. Quería darse una patada por estar tan nerviosa. Sólo era su hermanastro y no debería hacerla sentir tan incómoda. Gracias a la cantidad de torpeza con la que ya había sido maldecida a una edad temprana, realmente no ayudaba. —¿Su verdadero hogar?—, soltó una risita sombría. —Dime, Arabella, ¿tienes realmente un hogar o tu único hogar está enterrado en una tumba? Ella miró al suelo. Los recuerdos que una vez tuvo de su padre se empañaron poco a poco en una oscuridad que no esperaba. Soltándose de su agarre, corrió escaleras arriba mientras las lágrimas empezaban a salir de sus ojos. En cierto modo, él tenía razón, estaba desamparada mental y físicamente. Entró en la habitación que le habían dado y cerró la puerta tras de sí. El día había sido muy emotivo para ella. No sólo era el funeral de su padre, sino también el día en que entró en el infierno. Debería haber sabido que su madre no tramaba nada bueno. Cuando se marchó de pequeña, no debería haber vuelto nunca. Ahora, su madre está casada con un hombre rico. Tiene un hermanastro loco y un padrastro loco. Sin mencionar que su madre es igual de lunática. Estaba confusa. Nadando en sus pensamientos, estaba confusa. Su cara no mostraba nada, pero los pensamientos perplejos nadaban en su cabeza. La puerta se abrió rápidamente y captó su atención mientras miraba al intruso. Vincet entró con una sonrisa diabólica en la cara. Se apoyó en la puerta con los brazos cruzados. —No esperaba que salieras corriendo. Ella resistió el impulso de poner los ojos en blanco mientras se daba la vuelta en la cama para mirar a la pared, con la mirada clavada en él. Su cuerpo podía sentir los ojos de él sobre ella mientras miraba fijamente a la pared. —Sólo quiero que me dejen en paz, por favor. Arabella esperó a que el sonido resonara en sus oídos, alertándola de que él había abandonado la habitación, pero el sonido nunca llegó. Se sentó en la cama con los ojos inyectados en sangre para encontrarse con los duros ojos azules de acero de él. No desprendían emoción alguna, como si fueran una especie de psicópata. Se quedaron así un segundo. Dejando que la incomodidad del ambiente envolviera todo su cuerpo a través de una mirada. Finalmente ella apartó los ojos de sus intensos orbes. —Mátame—susurró. Él no pareció sorprenderse por sus palabras. Era como si esperara que esas mismas palabras salieran volando de su boca. El silencio en la habitación la estaba matando, hasta que su risa falsa rebotó en las paredes de la habitación que parecían estar cerrándose. —¿Quieres que te mate?— preguntó. Su marcado acento se hacía evidente a medida que pronunciaba cada palabra. Ella se miró los dedos como si fueran lo más interesante del mundo. Su mente visualizó las palabras que él había repetido, preguntándose si eso era exactamente lo que ella quería. Sus lágrimas se detuvieron de repente cuando su cerebro volvió a representar lo que había ocurrido poco antes —¿Qué eres exactamente? Cuando su mirada volvió a la de él, la estaba mirando fijamente como antes. Dio un paso adelante y, como un gato asustado, ella retrocedió. La pausa en sus pasos era evidente. Vincet estaba de pie en medio de la habitación y, de repente, estaba más cerca. Las lágrimas volvieron a brotar, debilitándola. Todo se derrumbó sobre ella y no podía creerlo. —¿Puedes, por favor, llevarme a casa? Él dejó escapar un suspiro de fastidio. —Bien. Si puedes darme una dirección, te llevaré personalmente a tu 'casa'—, respondió. Ella se lo pensó un segundo. Un sentimiento de esperanza se extendió por su corazón mientras procesaba sus palabras. La primera persona que apareció en su mente fue su novio, André. Él estaría más que dispuesto a dejarla quedarse con él sabiendo las cosas por las que ha pasado. —2345 WestField—habló ella. Se acercó a la puerta y la abrió de un tirón. Hizo un gesto con la mano y ella lo interpretó como que la dejaba salir. Bajó corriendo las escaleras y se dirigió hacia la puerta. Justo cuando su mano tocaba el picaporte, éste fue arrancado. —Lo tengo—, le oyó murmurar antes de abrirle la puerta. Lo primero que le vino a la mente fue un coche muy bonito. Debido a su incapacidad para querer aprender nada acerca de los coches, ella no sabía exactamente lo que era. Sólo sabía que era bonito y rojo. Cuando le vio caminar hacia el vehículo, le siguió. Él le abrió la puerta antes de rodear la parte delantera del coche y entrar en el lado del conductor. Se sentó en los asientos de cuero antes de ponerse el cinturón. Parecía que estaba siendo amable. Segundos después, se alejó por la carretera. Con el rabillo del ojo, se permitió contemplar sus rasgos. Parecía el tipo de hombre que consigue lo que quiere. Si había una mujer inalcanzable por la cantidad de atractivo que irradiaba de ella, acabaría con ella. Un dios griego sería quedarse corto con su aspecto. Se preguntó quién sería su madre. Obviamente, las miradas de su padre eran claras, pero había algo en su cara que parecía muy diferente a la de su padre. No podía decir exactamente qué, pero tal vez era la ligera cantidad de pecas que salpicaban su piel. Tal vez era la frialdad en sus ojos que su padre parecía ocultar. Era algo. Volviendo su atención a la ventana, se dio cuenta de que todavía podía sentir su corazón latiendo salvajemente en su pecho. Su respiración seguía acelerada, pero sólo era por los nervios. Estaba asustada porque estaba muy confusa. Intentar saber exactamente cómo había llegado a esa situación le daba miedo. El hombre que estaba a su lado le daba miedo. El silencioso viaje en coche no tardó en llegar a su fin. En el momento en que lo hizo, abrió la puerta y sintió que por fin podía volver a respirar. —¿Fidanzato?—, preguntó en voz baja. No supo exactamente lo que dijo, pero no habló de ello. Arabella creyó que lo dijo más por su bien; que por el de ella. [ novio] Cerró la puerta tras de sí y se dirigió a la moderna casa de dos plantas. André vivía solo en la casa debido a que era estudiante universitario y sus padres le dejaron la casa antes de fallecer. Era una de las razones por las que se sentía tan bien confiando en él después de la pérdida de su padre. Él la comprendía como nadie más podía hacerlo. Arabella llamó a la puerta de madera. Sus ojos miraron detrás de ella para ver si Vincet seguía allí, y así era. No sabía si podía confiar en su acto de bondad. Parecía fuera de su carácter dejarla quedarse con su novio en vez de con él. Cuando nadie respondió, volvió a llamar. Esta vez, la puerta se abrió. Apareció una chica con una camiseta larga. Se parecía a una camiseta que una vez había comprado André. Llevaba el pelo corto y rubio desordenado sobre la cabeza mientras miraba a Arabella con una sonrisa. —¿Qué puedo hacer por usted?— preguntó. Se oía un ligero acento rural mientras dejaba escapar las palabras de su lengua. Arabella confiaba lo suficiente en su novio como para no sacar conclusiones de inmediato. Así que se conformó con una sonrisa antes de mirar hacia el coche de Vincet. —¿Dónde está André?— Le preguntó a la chica. —¡Andre!— gritó la chica. Un momento después, André se acercó a la puerta en pantalones de chándal. Iba completamente descamisado, dejando que sus abdominales morenos brillaran por el sudor. En cuanto vio a Arabella, se le borró la sonrisa. Miró a la chica antes de volver a mirar a su novia. —Arabella, ¿qué estás haciendo aquí?— le preguntó. Ella se dio cuenta de que la llamaba Arabella en lugar de nena. Nunca la había llamado por su nombre de pila. —Necesito un lugar donde quedarme. Ha pasado algo y...—, se le quebró la voz. —Voy a ducharme. Ven conmigo cuando termines, ¿vale, cariño?—, le preguntó a André antes de darle un picotazo en los labios. Arabella quería echarse a llorar. Vio cómo la chica se alejaba y sintió cada paso que daba como un tirón en su corazón. —No importa—, fue todo lo que pudo decir. Giró sobre sus talones y caminó hacia el coche de Vincet. Quería gritar y llorar. La verguenza a la que se enfrentaba, mas la cantidad de angustia que tuvo que retener en solo 24 horas se estaban convirtiendo en demasiado. Abrió la puerta del pasajero y subió al coche. Él la miró y, por suerte, no dijo nada. Se alejó por la carretera mientras ella se acurrucaba frente a la ventanilla. Sus ojos suplicaban que la dejara llorar. Suplicaban que les aliviara su dolor. La garganta le pedía un sollozo. Su cuerpo quería algún tipo de reacción. Lo único que podía hacer era cerrar los ojos y esperar algo mejor. Esperar algo mejor.
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