CAPÍTULO 2

2080 Words
El corazón de Arabella bombeaba desbocado en su pecho mientras seguía mirando a Vincet a los ojos. Con cuidado, la asustada muchacha pasó junto a él y bajó corriendo las escaleras en busca de su madre. Se escabulló entre un montón de criadas que la miraban confundidas, mientras se dirigía a la puerta del despacho de Angelo. Momentos después, llegó y llamó inmediatamente. Angelo no tardó en abrir la puerta con una sonrisa en la cara. —¿Qué pasa?— Preguntó con las cejas entrelazadas por la preocupación. Quería romper a llorar de toda la frustración y el miedo que arañaban sus emociones. —Quiero irme a casa—. Afirmó mientras retrocedía un poco, angustiada. Él rió entre dientes y abrió más la puerta de su despacho. Volvió a su escritorio y ella dio un paso cauteloso dentro, seguido de otro. —No muerdo—. Le dijo al notar su reticencia. —¿Por qué quieres irte tan pronto? Arabella se quedó torpemente quieta en un rincón de la habitación. —Es que no me siento cómoda aquí—. La verdad es que estaba bien hasta que conoció a Vincet; había algo en él que le gritaba que huyera y se daba cuenta de que no tramaba nada bueno. —Acabas de llegar—se rió. Quiso gritarle, pero el horror le nubló la voz. Aunque Angelo parecía amable, había algo en él que no correspondía a su amabilidad. Sacó un puro de su escritorio, se lo llevó a los labios y le dio una larga calada. —Lo sé, pero mis amigos y mi novio van a estar muy preocupados. No tengo cobertura en este sitio y necesito volver a casa—suplicó. Abrió la boca para hablar justo cuando se abrió la puerta. Su atención se volvió hacia Vincet, que no mostró ni una pizca de compasión. Su mirada era dura y fría mientras miraba a su padre. —Vincet, ¿conoces a la hija de María, Arabella?—, preguntó. Vincet miro a Arabella con una sonrisa de complicidad mientras le cogia la mano y se la llevaba a los labios. Ella habría jurado que su lengua recorrió su piel mientras la picoteaba. Ella le arrebató la mano, y él frunció el ceño. —Qué grosero, neonata—se burló. —Me estaba contando que necesitaba volver a casa. Dì la parola e lei se ne è andata—, le dijo Angelo a su hijo mientras se giraba hacia el ordenador. Vincet la miró fijamente como si estuviera debatiendo en su mente. (Di la palabra y se habrá ido) Ella volvió a quedarse de pie, incómoda, con ganas de huir de sus ojos ardientes. —Ella se queda. Es mi hermana después de todo, ¿no? Eso llamó la atención de Angelo, que se quedó mirando a su hijo como si acabara de resolver el problema más difícil del mundo. Arabella se secó rápidamente una lágrima que había caído de su ojo. —¿Dónde está mi madre? —¡María!— gritó Angelo. En cuestión de segundos, María entró en la habitación con las cejas fruncidas. Miró a su alrededor y se congeló en el momento en que sus ojos se encontraron con los de Vincet. La mujer miró rápidamente al suelo antes de acercarse a su marido. —Arabella preguntó por ti—le susurró Angelo al oído. Inmediatamente, su atención se volvió hacia su hija. Rápidamente se acercó a Arabella cuando vio lo triste que parecía. —¿Va todo bien?— María esbozó una sonrisa. Los ojos de Arabella se dirigieron a Vincet, que seguía mirándola intensamente. —Quiero irme a casa—dijo. Notó que su madre se quedaba inmóvil un segundo antes de mirar a Vincet y luego a Angelo. Él asintió con la cabeza y le guiñó un ojo. —Ya no tienes un hogar, Arabella—, dijo su madre. Fue entonces cuando Arabella tuvo ganas de echarse a llorar. Se había olvidado por completo de que la casa de su padre había desaparecido, la había perdido. Le dolía el corazón y el constante estado de miedo en el que se encontraba no ayudaba en absoluto. Arabella salió furiosa por las puertas del despacho y se dirigió hacia la puerta principal. Había un guardia delante y, por su aspecto, no iba a pasar. Subió las escaleras y entró en su habitación dando un portazo. Se tiró contra la puerta y se deslizó por ella mientras sus manos se palpaban la cabeza. Las lágrimas empezaron a salir de sus ojos y sus sollozos resonaron por toda la habitación. Deseó que su padre estuviera aquí para consolarla como siempre hacía. Deseó que su madre no fuera tan estúpida. Se oyó un suave golpe en la puerta. Arabella se secó rápidamente las lágrimas con la camisa antes de abrir la puerta. Su madre estaba allí con una sonrisa triste en la cara. En cuanto Arabella la vio, empezó a cerrar la puerta, pero su madre ya se había deslizado dentro de la habitación. —Mira, Arabella. Sé que estás asustada y confusa, pero ésta era la única forma que tenía de convencerle de que te dejara quedarte—soltó su madre antes de pasarse la mano por el pelo. Miró el pomo de la puerta y lo cerró. —¿Qué es todo esto? ¿Por qué no puedo irme? ¿Quiénes son estas personas? ¿Por qué me han traído aquí?— preguntó Arabella mientras volvía a llorar. Odiaba su corazón sensible, siempre sentía la necesidad de hacerla llorar por las cosas más pequeñas. —Pronto todo tendrá sentido. Recuerda que Vincet es un hombre temible. Tú eres su hermanastra, quizá eso le ayude a no ser demasiado cruel—. Maria miro nerviosa alrededor de la habitación. —¿Ser demasiado cruel? ¿De qué estás hablando? —Bella, se amable con tu hermanastro. Haz lo que te diga. Sé que debe odiarme porque yo me odiaría. Todo esto va a ser para bien, ¿vale?— Preguntó María antes de caminar hacia la puerta y dejar atrás a una muy confundida Arabella. —Esto no es normal—, susurró Arabella, con la intención de que fuera para sí misma, pero su madre la oyó. Le dedicó otra sonrisa triste y abrió la puerta. —Ven, te daré una vuelta por el lugar. Arabella siguió a su madre fuera de la habitación. —Este es el piso de Vincet—, dijo su madre en el momento en que salieron de la habitación antes de continuar, —no se permite a nadie en este piso, excepto al propio Vincet. —Si no se permite a nadie en este piso, ¿por qué vivo yo en él? ¿Y por qué tú puedes estar en él?— preguntó Arabella mientras miraba por el pasillo. —Para enseñártelo, y vives en él porque eres su hermana. Además, esta es solo una casa de tres pisos, ¿dónde más vivirías?— preguntó María y Arabella entrecerró los ojos ante la forma en retirada de su madre. —No sé, tal vez en uno de los otros dos pisos—. Murmuró sarcásticamente en voz baja. Su madre no la oyó mientras seguía caminando con una sonrisa en la cara. —Esta es la habitación de Vincet. Nunca entres en ella, es una de sus mayores manías—. Su madre señaló la puerta justo al lado de la de Arabella. Ella resistió las ganas de poner los ojos en blanco. Siguieron caminando y su madre le enseñó la cocina, el salón, el jacuzzi y el balcón, todo en la misma planta. —Este sitio mola—dijo Arabella mirando a su alrededor. Sus ojos se posaron en la enorme sonrisa de su madre, que asintió con la cabeza. En su cerebro aparecieron recuerdos de los días en que sonreía mientras el sudor se deslizaba por su piel, junto con su pelo alborotado. Arabella apartó rápidamente la mirada. —Lo sé. Ahora tengo que irme, pero si alguna vez me necesitas, grita mi nombre y aquí estaré—. Le dijo Maria antes de bajar las escaleras. El mismo chico, Valerio, subió las escaleras justo cuando su madre bajaba. —Hola, te pido disculpas por haberte dejado como antes. No pretendía asustarte—. Le dedicó una de sus hermosas sonrisas. Ella se mordió el labio inferior mientras le dedicaba una falsa y bajaba la mano al pomo de la puerta de su dormitorio, dispuesta a marcharse. —Arabella, ¿verdad? Ella empezó a morderse el labio. —Sí. —Es un nombre precioso. Ya nos veremos, sólo quería que supieras cuánto lo sentía. Puede parecer bastante tenso por aquí, pero mejorará—. Informó. —Gracias—. Esta vez le dedicó una sonrisa genuina. Su sonrisa infantil le quedaba adorable; encajaba bien con sus mechones de pelo rubio y sus bonitos ojos. —De nada. Mejor me voy antes de que el jefe me vea aquí arriba—. Se rió entre dientes y se dio la vuelta. Se dirigió a la escalera y envió un pequeño saludo mientras bajaba las escaleras. Sus ojos fueron inmediatamente a su teléfono que tenía completamente cero servicio, una vez que entró en su habitación. Necesitaba llamar a su novio para que no estuviera preocupado, aunque debería estarlo. Tras la muerte de su padre, se propuso terminar sus estudios y convertirse en todo lo que su padre quería, para que se sintiera orgulloso. André, su novio, la acompañó en todo momento. Se aseguró de que estuviera bien e incluso abandonó sus planes de ir a la universidad antes de tiempo para estar allí y apoyarla. Echaba de menos su calor y sus cuidados. No sabía exactamente cuándo volvería a verle, ni siquiera si su padrastro o su hermanastro se lo permitirían. Por la forma en que hablaba su madre, parecía que su hermanastro era el que mandaba. Arabella volvió al armario por curiosidad. Buscó entre toda la ropa y se dio cuenta de que todo parecía ser muy revelador. La mayoría de las camisas tenían largos cuellos en V, la mayoría de las partes de abajo iban a hacer muy poco para cubrir sus nalgas, los vestidos parecían muy ajustados y mostraban mucha pierna. Un gemido salió de su boca mientras seguía mirando en el armario. Sus sujetadores eran lencería, nada más que material de encaje. Arabella salió irritada. Sus piernas la llevaron hasta la ventana, donde contempló el bosque; los árboles oscuros desprendían un aura tranquilizadora. De repente, sus ojos se desviaron al ver a un hombre acechando detrás de uno de los árboles. Estaba ensangrentado y parecía golpeado. Tenía el pelo castaño, que poco a poco se iba tiñendo de carmesí debido a la sangre que lo cubría. Tenía moratones y cortes por todo el cuerpo, así como en la cara, que parecía tener los ojos morados y dolorosos arañazos. En el momento en que sus ojos se cruzaron con los de ella, se agachó mientras el miedo la calaba hasta los huesos. Se oyó un fuerte disparo que picó su curiosidad. Lentamente, volvió a mirar por la ventana para ver la sangre que rodeaba al hombre; parecía sin vida y agotado. Su corazón dejó de bombear durante un segundo, antes de que el único sonido que podía oír era el golpeteo en su pecho. La única cosa de su cuerpo que la mantenía con vida se desmayaba lentamente mientras el miedo la mantenía firme. Esos mismos ojos azules atormentadores brillaron en el interior de los suyos mientras una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su rostro. Tenía una pistola en la mano mientras se pasaba la lengua por el labio casi a cámara lenta. Ella apartó rápidamente la mirada para salir por fin del trance en el que él la había sumido. Se llevó la mano al pecho y tomó una gran bocanada de aire. Acababa de darse cuenta de que él había disparado a ese pobre hombre apaleado y ella había sido testigo de ello. Rápidamente, cogió su teléfono y corrió a abrir la puerta. Bajó corriendo las escaleras y, justo cuando estaba a punto de correr hacia la puerta principal, la agarraron por la delgada cintura. Un cálido aliento se sintió en su nuca y la sensación de un arma colocada en su costado no pasó desapercibida. —¿Y adónde crees que vas, neonata?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD