8. Humillación pública

1312 Words
[Paulina] Quedé maravillada con el edificio en el que se encontraba la casa de gobierno de Francisco, tenía oficinas espaciosas, cafetería, área de recreación y un enorme jardín, sonreí al ver los miles de árboles y plantas que lo adornaban —sabía que aquí sería tu lugar favorito, por eso mandé plantar todos estos rosales— dice Francisco acercándose a mí, sonrío ampliamente y dejo un beso en su mejilla Francisco se despidió de mí, diciendo que tenia una junta muy importante que no podía aplazar, pero que yo me quedara recorriendo el jardín o si tenía hambre podía ir a la cafetería, decidí quedarme y poder ver todas las flores que habían traído para mi —buenos días— escucho la horrorosa voz de Lucero «tranquila Paulina, cuenta hasta diez» sonrío de forma forzada y me doy la vuelta para quedar frente a ella —hola, Lucero, ¿te puedo ayudar en algo? — pregunto sin dejar de mirar las flores, ella asiente y se ladea de un lado al otro, molestándome por completo —el señor Diaz me acaba de mandar para decirle que saldremos a una comunidad cerca de aquí, llevaremos algunos materiales de construcción y alimentos no perecederos, le gustaría saber si quieres ir con nosotros o…— la interrumpo de inmediato —por supuesto que me interesa ir con ustedes, soy su esposa, es lo menos que debo hacer, quiero aprender todo aquí, ¿a qué hora nos iremos? — pregunto sonriendo y alisando mi vestido —en dos horas nos iremos, puede esperar al señor Diaz en la oficina de descanso, puedo llevarle algún libro o darle los reportes de los eventos de caridad— dice con amabilidad, muerdo mi labio inferior, se esta comportando diferente a otros días, pero supongo que es debido a los regaños de Francisco el día anterior. Lucero me llevó a la oficina de descanso y me entregó algunos libros, me enseñó como se debería llevar una verdadera agenda de eventos, me dejó sola por un tiempo ya que ella debía revisar otros asuntos, me trajo un té para que pudiera repasar mejor y me relajara un poco, le agradecí y la dejé irse. Los documentos que me entregó eran demasiados, llevar una agenda presidencial era algo agotante, hablar con tantas personas, relacionarse con algunas otras, no se en que momento me quedé ligeramente dormida, reviso el reloj, han pasado más de dos horas, frunzo el ceño ¿en qué momento pasó tanto tiempo? Salgo de la oficina para ir a la de Francisco, toco con suavidad, pero al no haber respuesta entro inmediatamente, frunzo el ceño cuando no veo a nadie, no hay nadie en la oficina, salgo al jardín para buscar a Huerta o a alguien de la seguridad que me pueda ayudar a encontrar a mi esposo —¡Huerta! — grito, él aparece enseguida, llega hasta mi con la respiración agitada —dígame, señora, ¿pasa algo? — me pregunta intranquilo —¿Dónde está mi esposo? — pregunto molesta y aun pestañeando varias veces y limpiando mis ojos —se fue hace un rato con la señora Lucero a una comunidad cerca de aquí— dice con tranquilidad, aprieto la mandíbula y suelto una risa Fui una estúpida, me dejé engañar por esa mujer, ¿cómo fui a confiarme de ella? Era obvio, quería irse sola con él, pero ¿Por qué Francisco no vino a buscarme? Quedamos de estar juntos en todo momento para que yo aprendiera a hacer mi trabajo. —nos vamos a casa— digo molesta, él asiente y me sigue al auto Huerta me ayudó a subir a la camioneta, Francisco y yo habíamos llegado juntos, pero ahora que había otro auto, prefería esperarlo en casa, hablaremos de este desplante un poco más tarde, esto no se va a quedar así. Llego a casa temprano, sin ánimos de comer o hacer algo, Amalia me lleva un poco de jugo a la habitación, lo cual agradezco —señora, encienda el televisor— dice Amalia bajando la vista, frunzo el ceño, pero me siento tan desanimada que no quiero hacerlo Encuentro el control remoto cerca de la cama, debajo de la almohada de Francisco, oprimo el botón de encendido y mis ojos se abren como platos cuando veo en la pantalla a mi esposo, en esa comunidad, de lado de Lucero, ella viste un traje sastre en color beige, paso saliva y la ira en mi cuerpo comienza a crecer —“Parece que aunque se acaba de casar, el gobernador Francisco Diaz prefiere traer a la caridad y pasar tiempo con su asesora de partido que con su esposa, ¿será que estamos ante un nuevo caso de Diana y Camila”…— apago la televisión cuando el reportaje termina, mis nudillos están blancos de tanto que los eh apretado —retírate, Amalia, quiero estar sola, mas tarde bajo para ayudarte con la cena— le digo acomodándome mejor en la cama y cubriéndome con las sábanas, ella asiente y sale de la habitación, lo que Lucero quería era humillarme enfrente de todo el país, hacerme quedar en ridículo y que piensen que solo soy un accesorio para Francisco, aunque claramente lo soy. Bajo a la cocina para ayudar a Amalia con la cena, espero así poder distraerme un poco de todo esto que ha llenado las redes, soy la esposa desplazada, el adorno, la burla de todos lados… El sonido de la puerta principal me saca de mi furia, Amalia ya me había regañado varias veces porque no estoy cortando los vegetales como se debe, también me corté un poco el dedo meñique y ella me ayudó a limpiar la sangre, Francisco debió haber llegado, limpio mis manos y salgo de la cocina. —¡Paulina!— grita, ruedo los ojos, debe estar molesto porque no lo acompañé, pero aquí la pregunta es ¿Quién debería estar más furioso? Llego a la sala dando pasos cortos, veo su entrecejo fruncido y sosteniendo una copa de alguna bebida alcohólica del bar —¿cómo te fue cariño? — pregunto sonriendo, intento acercarme, pero me detiene —¿se puede saber donde mierda estuviste toda la tarde? — me pregunta viéndome fijamente, me separo de él, cruzándome de brazos Camino hasta el otro lado de la sala y me siento sobre el sofá, separando las piernas y mirándolo fijamente, alzando ambas cejas —eso debería preguntártelo yo a ti, ¿dónde estuviste toda la tarde?— pregunto sonriendo, suelta una risa fingida —en una estúpida beneficencia ¿y tu? mande a buscarte y ¿dónde estabas? ¿durmiendo por ahí? si tan cansada te sentías no debiste haberme acompañado, me dejaste en ridículo frente a esa comunidad que deseaba conocerte— dice acercándose más a mi y bebiendo rápido su trago, ruedo los ojos, ha estado bebiendo de más —no seas cínico Francisco, la idea de acompañarte fue mía, ¿porque crees que me quedaría dormida? yo solo quiero aprender, pero tú estúpida secretaria me dió un montón de trabajo y un té para que me pudiera relajar, la quiero lejos de nuestra vida Francisco, de mi vida, Lucero quería verme humillada, quería sentirse la señora de la casa, pero le tiene que quedar en claro que no lo es, porque si no, te juro...— me detiene, tomando mi boca con su mano —¿o me juras qué? ¿la vas a matar? acepta que estás celosa de una buena vez— dice desabrochando su cinturón y quitando el botón de su pantalón, si sexo oral es lo que quiere, está equivocado —hare lo que tenga que hacer y te juro que no me vuelves a tocar, la quiero fuera de la casa presidencial, la quiero fuera de tu vida, mañana mismo o atente a las consecuencias....
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