6. Tomar el mando

1820 Words
[Paulina] No sabia como sentirme al respecto, el rostro de Pablo aún lo tenia grabado en mi mente, pero los movimientos tan profesionales de Francisco eran… definitivamente superiores y eso era obvio, es una persona mayor, aunque debajo de ese traje había un cuerpo muy bien trabajado, sus besos y caricias me habían nublado la vista, me hacían querer más, pero en todo momento el rostro de Pablo se aparecía en mi cabeza —déjate llevar Paulina— me dice al oído, erizándome la piel con su voz ronca, mi ser consciente quería quitármelo de encima, la primera noche que lo conocí le dije que no me tocaría igual que él, que no sentiría lo mismo con él que con Pablo, le dije que no me dejaría tocar, pero… no pude resistirme, no pude negarme —quiero que seas igual de altanera en el sexo, eso me ha gustad de ti, muéstrame lo que sabes hacer— me dice de nuevo, dejando besos en mi cuello y rozando aun su m*****o con mi entrada, sin entrar completamente en mi Me puse nerviosa, con Pablo fue mi primera vez, no sabia muchas cosas, pero había leído algunas y visto algunas otras, eso lo impresionó, pero no sabía si lo haría con Francisco, así que solo… lo miré fijamente y actúe como en esas telenovelas donde la mujer sabe muchísimo del tema, donde son dominantes y no dejan que las toquen donde ellos quieran, quería tomar el mando, aunque fuera por un momento… Lo empuje a la cama, sonrío por lo bajo, me puse encima de él, soltando mi cabello de su agarre, dejando que cubriera mis pechos, Francisco lo quito de inmediato —quiero verte en todo tu esplendor— me dice sonriendo, paso saliva y asiento segura de mi misma «tu puedes, tu puedes con esto y más» siento sus manos recorrer mis pechos, mi abdomen, hasta llegar a mi cintura, siento un escalofrío recorrer mi cuerpo Cierro los ojos y me dejo llevar por mis instintos, tomo su m*****o con fuerza y lo introduzco en mi entrada, su tamaño es grande así que suelto un gemido cuando entra por completo en mí, comienzo a cabalgar lentamente para acostumbrarme a la sensación, cerrando los ojos para poder suprimir las lágrimas que quieren salir, con Pablo todo fue tan… diferente, tan bello, tan natural y todo fue una mentira, me mintió para llevarme a la cama y ser el primer hombre en mi vida, lo odio, lo odio… Con ese mismo sentimiento en mi cabeza de querer quemar al mundo, tuve el sexo mas rudo, pasional, caliente, perverso que tendría jamás en mi vida con mi ahora esposo, Francisco aprovechó para usar mi cuerpo para su autosatisfacción, aunque claro, siempre asegurándose de que yo también estuviera disfrutándolo y claro que lo hice, me dejé llevar por las sensaciones nuevas, posiciones nuevas y sentimientos nuevos , ¿cómo era posible que en dos días pase de ser una niñita inocente a una mujer completamente nueva? Claramente aún no lo descubría, pero estoy segura de que no miraré de nuevo hacia atrás, esto me servirá para seguir adelante y no detenerme por nada ni nadie. La luna de miel terminó de maravilla, Francisco me llevó a conocer la isla, los habitantes y empleados del lugar me trataron muy bien, comí alimentos que jamás creí que existieran, frutas tropicales que tampoco conocía y Francisco y yo tuvimos sexo en cualquier lugar que nos fuera posible, él quería hijos, yo entendía eso, pero no estaba muy segura de yo querer tenerlos, no estaba enamorada de él, no estaba enamorada de mí, no me sentía lo suficientemente lista para hacerme responsable por otra vida humana. —¿en qué tanto piensas? — me pregunta bajando el periódico y mirándome fijamente, paso saliva —¿Qué pasará a partir de ahora? ¿Cuál será nuestro… itinerario? — pregunto volteándolo a ver, se alza de hombros y cruza su pierna — bueno, al llegar al aeropuerto ya habrá prensa esperándonos, harán preguntas, yo las contestaré con tranquilidad, te harán preguntas a ti y tu debes responder… con amabilidad, la seguridad nos llevará a la camioneta e iremos a casa— dice con simpleza, como si fuera lo más sencillo del mundo, asiento y desvío la mirada —cuando lleguemos a casa, las cosas serán… diferentes— dice sin quitarme la vista de encima, giro mi vista a él —dormiremos en habitaciones separadas, es el protocolo, tus nuevas pertenencias ya estarán instaladas en tu habitación, yo me levanto a las cinco de la mañana todos los días, a esa hora ya debe estar el desayuno listo, porque salgo a la oficina a las seis y media, me despedirás como se debe y podrás hacer lo que quiera luego, Lucero se encargará de las actividades mientras aprendes a hacerlas por tu cuenta— frunzo el ceño al escucharlo y me pongo de pie inmediatamente, dándole la espalda —¿dormir separados? Lo de despertarme a las cinco lo entiendo y puedo hacerlo, pero creo que lo de dormir separados no es parte de ningún protocolo, ¿Cuándo se ha sabido que unos esposos recién casados duerman separados? ¿en qué película lo encontraste? O mejor dicho ¿en qué fundamento se basó Lucero para “sugerírtelo”? — pregunto cruzándome de brazos y acercándome más a él —en ninguno, mi madre y mi padre así lo hicieron cuando él fue presidente, es mi deber seguir las reglas y— lo interrumpo caminando hacia él, sin quitarle la vista de encima y comienzo a quitarme el blazer, dejando a la vista el corsé en color vino que llevaba debajo —¿de verdad te vas a perder de ver esto… todas las noches? ¿Lucero vale tanto la pena como para dejarte influenciar por ella? — digo sonriendo de lado e inclinándome hasta donde está él, separa las piernas, pero no me muevo, nuestras intensas miradas se juntan de nuevo, hay fuego en la suya, lo veo pasar saliva y bajar su mirada hasta mi cuerpo El sonido de la puerta de la cabina lo distrae, el sobrecargo entra y da un gritito, evadiendo la situación, girando para darnos la espalda —lo siento, yo... yo… no quise…— Francisco lo quiere interrumpir, pero cubro su boca con una mano y con la otra sostengo la suya al reposabrazos para que no se suelte de mi agarre —mi esposo y yo estamos teniendo una discusión, ¿te puedo ayudar en algo? — digo sonriendo, voltea para mirarme, Francisco quiere hablar, pero solo se queda mirando, con los ojos bien abiertos —ya aterrizamos, el capitán dice que pueden bajar cuando gusten— dice bajando la mirada, sonrío y asiento —gracias, cariño, excelente viaje, no sentí cuando llegamos, en un momento bajamos ¿las camionetas están afuera? — pregunto con una enorme sonrisa, asiente rápidamente —entonces puedes abrir las puertas, vamos enseguida— digo levantándome y liberando a Francisco de mi agarre, el sobrecargo sale corriendo hasta la salida del avión —que sea la ultima vez que me haces eso Paulina, porque si no te juro… — tomo mi bolsa y ruedo los ojos, ignorándolo por completo Salí de la avioneta antes que él, bajando las escaleras a toda prisa, aun me costaba usar tacones altos, pero ya no era tan difícil como la primera vez, me estoy acostumbrando a esto demasiado rápido. Las camionetas de seguridad ya se encontraban esperándonos —¿Por qué hay dos camionetas? — le pregunto a Huerta, uno de los elementos de seguridad —en una van ustedes y en otra nosotros— responde sin verme, asiento, veo como Francisco baja a toda prisa —mi esposo va en una, yo en otra, es el protocolo según entiendo, Huerta, usted viene conmigo— digo cuando Francisco está demasiado cerca para escucharme, Huerta asiente y caminamos al mismo tiempo a una de las camionetas libres, Francisco quiere detenerme, pero no lo logra, estoy enojada y no pienso detenerme ahora, quiero hacerlo enfurecer, desearme a toda costa Francisco tenía razón, los reporteros ya nos esperaban los reporteros afuera del aeropuerto, por fortuna las camionetas iban blindadas y con los vidrios polarizados, sería un escandalo que se descubriera que Francisco Diaz, el gobernador de la ciudad más importante del país iba en un auto diferente al de su esposo. —Gómez, ¿Quién está en la casa? — pregunto al conductor, el desvía la vista del camino para verme por el retrovisor —Amalia, la señora Lucero, el joven Gabriel y el resto del personal— dice regresando su mirada al camino, asiento —¿la señora Lucero siempre está en la casa? Necesito prepararme antes de llegar— pregunto al aire, Huerta gira su vista hacia mi —el señor Diaz sale de la casa a las seis y media, la señora Lucero llega a la casa a las seis y media y ella lo acompaña, llegan a la oficina a las siete en punto, pasan la mayoría del día ahí y después el señor Diaz regresa a las siete de la tarde a casa, la cena se sirve a las ocho— dice Huerta sin detenerse a responder, a pesar de que Gómez intentó que no me dijera nada, le agradezco y sigo mirando por la ventana. La camioneta de Francisco nos alcanza antes de entrar a la casa, lo veo bajarse, está furioso y me alegra, llega hasta mi puerta y la abre con molestia —baja— me dice haciendo espacio para que pudiera bajar de la camioneta, ruedo los ojos y le pido que se mueva. Bajo de la camioneta y puedo ver al personal de la casa saludarnos al pie de las escaleras —mira quien está aquí, tu perrito faldero, ¿ella si compartiría habitación contigo si estuvieran casados? — le pregunto en voz baja cuando vamos caminando —por el amor de Dios Paulina— dice antes de cargarme en brazos, como si fuera un costal de papas, intento patalear, pero me detengo cuando me da una nalgada Camina conmigo y puedo ver de reojo que las chicas que nos ayudan en casa están riendo, Lucero tiene cara de pocos amigos, pero estoy disfrutando esto, demasiado —a partir de hoy mi esposa duerme conmigo, pasen sus pertenencias a mi habitación, ella tendrá voz y voto en la casa, nada se hace sin su autorización o la mía, tómense el día libre, no quiero a nadie rondando por aquí hoy, tenemos mucho que hacer todavía antes de volver a la oficina mañana— dice con voz potente y sin dejarme bajar, quiero reír, pero mi estomago está aplastado por su hombro, las chicas del personal asienten y desaparecen al igual que Lucero quien no llevaba una linda cara… es hora de tomar el mando.
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