La prioridad del duque Alexander era encontrar a Rachel sana y salva, así que rápidamente se dirigió al pueblo junto con sus hombres.
Aunque sentía una ira avasallante de solo pensar en ella con Lucas, tenía que cumplir la promesa que le había hecho a Lyall… ya después vería la manera de convencerlo para romper el lazo con ella.
No sabía bien lo que pasaría, muchos lobos morían de tristeza al no tener a su pareja destinada, pero se dijo que quizás podría aguantar el dolor si sabía que ella era feliz amando a otro hombre.
Debía guardar esos pensamientos para sí mismo hasta que supiera de su paradero.
«La esencia del novio está fresca por este rumbo, señor», escuchó la voz de Thomas a través del enlace.
«Quizás está con él», respondió Alexander.
El Beta no dijo nada, porque sabía bien a quién se refería. De hecho, sabía bien que ella no estaría con Lucas, porque había huido quién sabe a dónde, adentrándose en el bosque.
La esencia los llevaba a una taberna, algo que hizo que Alexander frunciera el ceño, no quería a Rachel en un ambiente así, con tanto pervertido suelto.
El duque Alexander y Thomas se transformaron en hombres comunes, cubriendo sus vestimentas nobles con prendas simples y desgastadas para pasar desapercibidos. No querían que la gente del pueblo los reconociera.
Se adentraron en el bar de mala muerte, un lugar oscuro y lleno de sombras que no prometía nada bueno.
Al ingresar vieron a Lucas, visiblemente embriagado y vociferando con amargura. Su voz resonaba por encima del murmullo del lugar, despotricando palabras crueles y venenosas.
—Esa perra de Rachel…
Alexander apretó los dientes por la forma en que había llamado a su amada. Sentía que estaba a punto de arrancarle la cabeza.
—Sí, esa perra… imagínate que no quiso tener sexo conmigo, cuando ya se había acostado con el maldito Duque —escupió con desdén.
La ira ardió en Alexander como una llama voraz. Su semblante se endureció y sus ojos brillaron con furia contenida.
El desprecio de Lucas hacia Rachel y sus palabras, la mentira respecto a ellos; mezclado con su propio rechazo y el dolor de saberlos juntos, encendió una tormenta de emociones dentro de él.
Planeaba meticulosamente en su mente una manera de acabar con él y dejar inconsciente al resto, un enorme riesgo que estaba dispuesto a correr en ese momento.
Lyall, su lobo interior, sintió el peligro inminente y le recordó con voz serena pero firme que Rachel era ahora la prioridad.
«No vale la pena, Alexander», murmuró en su mente. «Esa escoria no merece siquiera nuestra atención.»
La respuesta disipó momentáneamente la furia ciega que lo había consumido, trayéndolo nuevamente a la realidad y la cordura.
«Tienes razón», musitó con voz tensa. «No vale la pena ensuciarse las manos con esta piltrafa que ni siquiera se puede llamar hombre»
Se apartó con determinación de la vista de Lucas, reprimiendo el impulso de confrontarlo físicamente.
«Debemos encontrarla» dijo Lyall con preocupación y Alexander estuvo de acuerdo.
«¿Qué pasará luego?», preguntó luego de unos minutos.
«Aunque me queme el alma… te juro que si no quiere volver a nuestro lado, no te insistiré más. No volveremos a intentar retenerla. Solo quiero que esté bien» la voz de Lyall se quebró en el último momento.
Alexander respiró hondo, recordando su misión principal: encontrar a Rachel y asegurarse de que estuviera a salvo.
Eso era lo único que importaba ahora.
…
Rachel se sentía más fuerte físicamente después de varios días bajo el cuidado de la anciana, cuyo nombre era Elara.
La cabaña en el bosque se había convertido en su refugio temporal, lleno de hierbas aromáticas y libros polvorientos sobre plantas y rituales antiguos.
Pero aunque su cuerpo sanaba, su corazón aún estaba en pedazos.
Mientras lavaba su rostro en el río cercano, el agua fría le devolvía cierta claridad mental.
El sonido suave de la corriente creaba una melodía que intentaba calmar el torbellino de emociones en su interior mientras sus pies tocaban la baja superficie del agua.
Cerró los ojos un momento, respirando profundamente, pero no podía escapar de los pensamientos que la atormentaban.
—¿Cómo puedo enfrentarlo después de lo que pasó? —murmuró para sí misma, con los ojos aún cerrados.
Alexander ocupaba cada espacio de su mente sin que lo pudiera evitar, aunque tampoco quería hacerlo.
La vergüenza y el arrepentimiento la embargaban cada vez que recordaba el momento en que lo dejó sin una explicación. Se sentía indigna de su perdón, convencida de que él ya la había olvidado por completo o peor: que la despreciaba.
Rachel miró hacia el agua, donde su reflejo parecía distorsionado por las emociones que la habían consumido desde su partida de Alexander.
El sonido de un crujido leve detrás de ella la sacó de sus pensamientos.
Rachel giró rápidamente, nerviosa. En el borde del bosque, entre los árboles frondosos, una sombra se movía con cautela acercándose a ella.
No podía distinguir quién era, pero una sensación de intranquilidad se apoderó de todo su ser.
—¿Quién está ahí? —preguntó, intentando mantener la calma aunque su corazón latía con mucha fuerza.
La figura emergió lentamente de entre los árboles y la muchacha perdió el aliento al notar un enorme lobo de lomo plateado que la miraba fijamente, como si pudiera ver dentro de su alma.
—Alexander… —susurró sin pensar.
La criatura se movió lentamente y Rachel se quedó paralizada, con la respiración agitada y miles de sensaciones recorriendo su piel.
El lobo la observó con ojos brillantes y llenos de inteligencia, pero también estaban plagados de una tristeza sin igual, una que hizo que el corazón se le anudara en el pecho.
Se dijo que quizás estaba loca, pero no pudo evitar pensar en que esa tristeza tan profunda e infinita era por su causa.