La clase aquella tarde era sofocante; hacía un calor espantoso, el peor día que Minerva recordaba en Turín, y estaba deseando que terminase. El sol daba de plano en el aula, porque el profesor había levantado las persianas para que entrara la luz. Una vez finalizada la clase y antes de recoger, lo que siempre les llevaba un rato, Minerva se acercó a la ventana para echar las persianas y librarse del sol abrasador mientras recogía. Cuando echó un vistazo a la calle no pudo dejar de dar un respingo al ver a Stefano parado en la puerta. —¿Qué te pasa? —le preguntó una compañera que se había parado a su lado. —Mi marido ha venido a recogerme. Algo debe ocurrir, no es normal. —¿Tu marido? No sabía que estabas casada... No llevas anillo. —Nunca lo uso. Me parece estúpido llevar un objeto q