Stefano tragó saliva sonoramente, pensando que seguramente lo escucharían en la ciudad vecina. No había esperado que Minerva le dijera esas palabras, quizás por eso su corazón latía cual frijol saltarín. Minerva lo miraba expectante, preguntándose si había metido la pata o algo así. —Piccola… —¿Está mal lo que dije? Lo siento, yo… Esta vez fue Stefano quien se acercó, callando su protesta con un beso. Minerva se aferró a él y abrió la boca deseosa, sin importarle el lugar donde se encontraban. Pero al italiano sí le importaba, quería besarla y tocarla a solas, hacerla sentir mujer, que jadeara y gimiera su nombre, penetrarla hasta sentirse saciado y exhausto. —Vamos a casa, cara mia. Ella asintió, incapaz de encontrar sus cuerdas vocales para hablar. Miró con algo de miedo la mot