Cuando Minerva salió aquella tarde de la academia, un chico con el que había coincidido varias veces copiando el mismo modelo, se le acercó. —Tú eres Minerva, ¿verdad? —Sí. —Yo soy Máximo. ¿Vas a tu casa? —Sí, claro. —¿Te gustaría venir conmigo a tomar algo? —No puedo, tengo que hacer allí. —Puedes avisar de que vas a tardar —contestó, ofreciéndole su teléfono móvil. —No, no es por avisar, es que no puedo, de verdad —habló incómoda. —Bueno, otro día. —No creo, suelo estar muy ocupada. Minerva se alejó en dirección a la parada del autobús. Ya se había dado cuenta de que el chico la miraba mucho mientras dibujaban, pero no pensaba que se acercaría y le propondría salir. Había tenido gracia el muchacho. No era feo, pero la verdad era que resultaba tan soso, tan infantil... Sonr