Al principio Sabrina seguía con ese temor a confiar en el hombre que pasaba de ángel a demonio en un pestañear de ojos, pero algo en su corazón le decía que aquellas escaleras los llevaban a un lugar dónde Riccardo escondía el origen de la tristeza que cargaba en su mirada y que no debía hacerlo solo. Riccardo abrió una pesada puerta de roble de par en par, pero sin encender las luces, Sabrina supo lo que guardaba en aquel cuarto solo por el olor que predominaba en el ambiente. Un embriagante aroma a madera y a vino. Era la gigantesca bodega de la familia Lucchese, dónde durante años conservaron los vinos más antiguos y caros del mundo. Entre esa deliciosa fragancia se mezclaba un hedor extraño, uno que Sabrina no pudo distinguir hasta que Riccardo no la puso en el suelo para alumbrar el