En medio de la locura que significa que Aroa me esté besando, tomo su rostro entre mis manos con delicadeza para no lastimarla, y hago que nos separemos. Ella me mira como esperando a que hable y yo simplemente regreso a la mesa y me siento en la silla donde estaba hace un momento. No tengo ni idea de cómo sentirme en este instante, es como si me hubiese olvidado de todas la reglas de sociabilización entre un hombre y una mujer. Apenas puedo mirarla mientras que se sienta en la silla frente a mí del otro lado de la mesa.
—¿Tanto te ha desagradado mi beso?— Me pregunta sin rastros de rabia en su voz.
Niego con la cabeza —No es eso— Explico y está esperando a que diga algo más, pero las palabras no son mi fuerte.
—¿Y que es entonces?— Presiona.
La miro fijamente e intento acomodar las ideas en mi cabeza —No te conozco Aroa, apenas me has traído un café el día de hoy y ni siquiera sé cómo terminamos aquí… ¿entiendes?— Trato de expresar.
—¿Me has mentido? ¿Tienes pareja?— Insiste y respiro profundo.
—No, soy viudo Aroa— Declaro y noto como su mirada cambia de repente mientras que el camarero trae lo que ordenamos y lo deja sobre la mesa —Gracias— Le digo al joven al darme cuenta de que ella no dice nada.
—Un placer— Responde y se retira.
—Aroa, dime algo— Le pido y agacha su mirada.
—No lo sabía, lo siento— Habla y de pronto busca algo en su bolso. Me sorprendo al ver que deja un billete sobre la mesa —Mi parte del p**o— Sentencia y se levanta de su silla para luego salir del restaurante, pero por la playa.
Me quedo como un idiota mirando como se aleja cuando en un acto de valentía, dejo otro billete de mayor valor y agarro el suyo para luego ir detrás de ella. Salgo rápidamente y camino hasta llegar a su lado y la tomo del brazo con cuidado —¿Por qué te vas?— Le pregunto mirándola a los ojos y le doy su dinero.
Ella rechaza el gesto, pero después de hacer que cierre su mano con el billete en ella, deja de intentar devolvérmelo —Soy impulsiva, no mido las consecuencias de lo que hago y la mayoría del tiempo quedo como una idiota— Explica.
—No eres tú— Trato de decir, pero levanta su mano para que me calle.
—No lo digas, es peor. Odio esa frase, no eres tú, soy yo…— Habla frustrada.
—Pero es la verdad, no tienes idea de lo que ha sido mi vida durante este tiempo. En realidad, ni siquiera es vida, solo estuve respirando para tratar de cumplir mi objetivo— Le cuento.
Ella mueve su cabeza de un lado a otro y mira la arena —Lo siento de verdad— Reitera.
—¿No te parece que has ido un poco rápido? Digo, has besado a un completo desconocido— Bromeo tratando de que la situación no se vuelva tan tensa.
Aroa sonríe y finalmente me mira a los ojos —Para mí no eres un desconocido— Declara y no esperaba esta respuesta.
—¿Cómo? ¿Nos conocemos?— Averiguo.
—¿Vamos a la orilla y te cuento?— Propone.
—Vamos— Accedo y en completo silencio vamos hacia la orilla.
Aroa se sienta en la arena sin importarle su ropa, y yo hago lo mismo a su lado —Soy la hija del dueño del café, Marcelo es mi hermano— Me confiesa.
—No lo sabía, pero ¿Qué tiene que ver? ¿De dónde me conoces?— Insisto.
Ella mira hacia el horizonte —Tenía casi 13 años cuando te vi por primera vez con ella en el café. No sabía que había fallecido, pensé que simplemente habían terminado su relación— Relata y tengo que verla.
—¿Qué? ¿Tú?— Inquiero sorprendido.
—Era la adolescente que cada vez que tú y ella venían al café a planear su boda se sentaba en una de las mesas cercanas a verte— Confiesa y de inmediato recuerdo las veces que me sonrió desde aquella mesa en la terraza mientras Ainara y yo organizábamos todo.
—¿Cuántos años tienes?— Pregunto alarmado.
—25, no te preocupes, no iras preso por el beso que nos dimos— Bromea.
—Me casé muy joven, tenía 21 cuando me comprometí con Ainara, y 22 cuando nos casamos— Relato.
—Siempre has sido muy guapo, ella tenía suerte y yo sentía que se rompía mi corazón. Era un poco exagerada, ya sabes, amores de adolescencia, pero te volví a ver cuándo regresaste al café y te reconocí… Te veía de lejos y le pedía a mi hermano que te atendiera porque no me animaba a verte a la cara, tenía miedo de que me reconocieras, pero obviamente no lo hiciste— Explica y sonrió.
—Cambiaste mucho— Le dejo saber.
—Pero sigo siendo la misma idiota… quise llevarte por delante como un huracán, pero sigues enamorado de ella y es válido. Recuerdo que era muy hermosa— Habla y respiro profundo.
—Aroa, no te rechace por eso— Confieso —Eres muy hermosa, pero yo no sé cómo seguir adelante ¿entiendes? Mi vida estuvo en pausa por tres años y siento que debo aprender a caminar de nuevo antes de querer correr—
—Lo entiendo— Susurra.
—Hay muchas cosas que todavía no me atrevo a contarte, pero no sé, no quiero que pienses que no te quiero ver, me haces bien, eres luz en medio de la oscuridad y tal vez podamos primero conocernos ¿sí?— Le pido y asiento.
—Por supuesto— Accede.
Sonrió tímidamente y la miro —¿Trabajas mañana?— Pregunto y ríe.
—¿A eso le llamas caminar?— Pregunta divertida.
—En realidad navegar, te iba a invitar a navegar— Le cuento.
—No trabajo mañana— Informa.
—Júrame que tienes 25— Digo y ríe.
—¿Cuántos tienes tú?—
—34— Respondo.
—Ya ves, tenía casi 13 cuando te conocí, has la cuenta—
—Muy bien, solo no quiero ir preso— Bromeo.
—Nadie va preso por un beso si es con mutuo consentimiento— Expresa divertida.
—Okey, ¿te veo mañana a las nueve de la mañana?— Le propongo.
—¿En el café?—
—En el café— Afirmo y asiente.
—Está bien, adiós, Jan— Susurra y se pone de pie.
—Adiós Aroa— Respondo y solo la veo marchar.