—Con una chica, corrijo —dice Adam, y sonríe de medio lado.
—Vayan, tranquilos —dice Aaron.
Me he quedado sola con Aaron. De pronto siento que la temperatura ha bajado mucho, y aunque estoy abrigada, siento escalofríos. Aaron lo nota.
—Acerca las manos al fuego para que entres en calor, pero con cuidado, o si prefieres podemos buscarte una cobija en las tiendas —me dice.
Me abrazo a misma, y le sonrío.
—Gracias, haré lo de las manos cerca del fuego —respondo, y cuando lo voy a hacer, de nuevo otra brisa, una más fuerte que la anterior, agita el fuego y mi cabello.
Me alegro de no haber acercado las manos al fuego o de lo contrario me hubiese quemado.
—¿Estás bien? —pregunta preocupado, y me toma rápidamente de las muñecas para verme las manos.
—¿Eh?
Me revisa las palmas de las manos. Reacciono, ya que me quedé mirando el fuego.
—Sí, estoy bien. Hay mucha brisa, eso es todo —respondo, pero continúo sorprendida porque las llamas crecieron de una manera que me causó impresión, y me dio miedo, ya que pensé que me iba a quemar las manos; las retiré a tiempo. «Justo a tiempo».
Capítulo 11: El invento de Joy
—Y bien, ¿qué lograste hacer con el profe? —dice Joy, mientras me termino de poner unas medidas térmicas.
Nos encontramos dentro de nuestra tienda para acampar.
—Nada, la verdad es que, no nos quedamos mucho rato a solas —admito con sinceridad.
«Además, no es como que pudiese hacer algo con él, no sabe que me gusta y dudo que se fije en mí, ya que soy mucho más joven que él». Descubrí que tiene veintisiete años. Lo dijo cuando estaba contándonos una anécdota de cuando él estaba en secundaria.
—Bueno, te tengo una información bastante atractiva —dice, y se sienta en su cama plegable—. Aaron va a dormir en la tienda de acampar de Adam y Evan. Por eso son tiendas tan grandes, caben hasta cuatro personas.
Frunzo el ceño.
—¿Sabes que Aaron dormirá con ellos para vigilarlos? —le respondo.
—Lo sé, por eso, una tal Camila, va a dormir con nosotras.
—¿Y Kristen? ¿La has visto?
—Sí, estaba con hablando con el doctor Costa. Ya debe de estar por venir.
—¿Tienes el sueño ligero?
Frunzo el ceño. Me sonríe con gracia, termina de sacar un sujetador rojo de su mochila.
—Sí, me despierto fácil, ¿por qué?
—Esta noche le haré una visita a su casita a Vincent.
Me sorprendo.
—Joy, tienes que tener cuidado.
—Descuida, yo vine por voluntad propia, nadie me obligó a venir a rehabilitación. Soy alcohólica y sufro de depresión. Era venir para acá o me enviarían con mis abuelos paternos a Florida. Y son súper religiosos. Mi abuela parece una monja, por eso hice un trato con mis padres.
—¿Qué edad tienes?
—Diecinueve, pero mientras siga bebiendo, mis padres son responsables de mí y de mi dinero. Soy modelo, desde pequeña he generado mucho dinero, pero veo que aquí nadie me reconoce.
—Bueno, no eres de aquí y aquí todos tenemos problemas. No lo digo por mal, pero no creo que Adam, Evan o la misma Kristen, pues lean revistas, es a lo que me refiero.
Me sonríe con gracia.
—Sí, tal vez, pero no soy tan famosa como, por ejemplo, las Kardashian. Todavía no, pero lo cierto es que salí en varias vallas publicitarias en la ciudad de Kansas. Hice comerciales, gané varios concursos de bellezas, en fin. Iba a grabar mi primera serie de televisión, pero tenía dos años bebiendo, y al final, eso me pasó factura.
—¿Se puede? —escucho a Camila.
—Sí —respondo.
Bajan el cierre de la tienda, y entra Camila.
—Hola, chicas, he venido a decirles que es tarde. Son las nueve y cuarenta y cinco, y el doctor Costa, quiere que mañana nos levantemos a las cinco y media.
—No se preocupe, yo estaba por cepillarme los dientes y ponerme la pijama —responde Joy.
—Excelente. Iré a buscar a Kristen, y las alcanzo.
Asiento con la cabeza, y veo como Joy agarra su neceser. Camila abandona la tienda, y Joy me guiña el ojo, sale detrás de ella. Suspiro, ya que me gustaría hablar ir a hablar con Evan, pero tiene rato acostado. Me alegro de haberme cepillado los dientes de primera. Afuera hay varios baños portátiles, de los que son caros, por cierto, ya que tienen lavamanos. Procedo a desvestirme, y escucho:
—Oh, lo siento —me tapo los senos, y me alegro de no haberme quitado el sujetador.
—¡Adam!, pero ¿qué haces aquí? Y ¿por qué no te anunciaste? Entras así no más —digo molesta.
Observo que la tienda está abierta.
—Lo lamento de verdad. Quería hablar con Kristen.
Frunzo el ceño.
—Ella está afuera con el doctor Costa. Cerca de la fogata, ahí fue donde la vi por última vez —digo.
—No, vengo de allá. Hasta la busqué en donde cenamos, y no vi ni a Costa ni a Kristen.
Frunzo el ceño.
—Bueno, a lo mejor regresaron al centro. No sé. O ella está con sus tutores, tal vez.
—Sí, a lo mejor. Bueno, buenas noches —dice, y me despedido de él.
«¿Qué raro? ¿Se habrá sentido mal?». Me pongo de pie y cierro la tienda. Termino de prepararme para dormir. Apago la linterna que ilumina la tienda y me acuesto a dormir.
Por supuesto, escucho como abren la tienda.
—No hablen duro, Sam, ya se acostó a dormir —dice Camila en voz baja.
No escucho respuesta, pero estoy segura de que ya ha regresado Joy y se han traído a Kristen con ellas. Estoy dándoles la espalda. Enciende una luz, pero una un poco menos intensa. A los diez minutos, ya que he visto mi reloj, apagan la luz y reina el silencio. Solo se escucha la vida nocturna. Búhos, grillos, etc.
Comienzo a quedarme dormida. Me despierto, y observo mi reloj, son las tres de la mañana. He escuchado el cierre de la tienda. Me doy vuelta disimuladamente, y observo a Joy, va de salida. Camila sigue roncando suavemente. Mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad que hay en la tienda. No está demasiado oscuro como para no ver nada porque afuera de las tiendas encendieron unos postes de luz. El lugar afuera está iluminado, perfectamente, como si se tratase de un parque en la ciudad. Son luces de color naranja, no son muy intensas, pero se puede caminar tranquilo sin necesidad de usar linternas.
Siento el frío de afuera, una brisa helada ha entrado. Joy cierra la tienda. Me han dado ganas de orinar. Espero cinco minutos, y me pongo de pie para salir de la tienda, pero antes me cercioro de que Kristen y sobre todo, Camila, estén dormidas. Kristen está respirando tranquilamente, se ve que está en un sueño profundo. Me alegro de que tenga el sueño pesado. Camila se gira y aguanto la respiración. Vuelve a roncar y me relajo. Veo la cama de Joy, ha puesto su almohada para que parezca que hay alguien acostado en ella. Abro con cuidado el cierre, miro hacia atrás, y siguen durmiendo. Salgo y me apresuro a cerrar la tienda. Subo la cremallera de mi abrigo. La temperatura ha bajado. El lugar está desierto. Por primera vez, me alegro de que no haya cámaras aquí afuera, pero tengo que tener cuidado. Estoy un noventa y nueve por ciento segura de que Costa ha puesto a alguien a hacer rondas nocturnas. Observo la casita de Vincent a lo lejos, está a oscuras. Me apresuro a ir hacia los baños. Hay seis, y están, del lado izquierdo hay tres para las mujeres, y del lado derecho hay tres para los hombres. Me cercioro de que el que he elegido este desocupado. Lo está. Entro, enciendo la luz, observo bien el interior del baño, ya que no quiero encontrarme con algún insecto nocturno. Cierro la puerta, pongo el seguro, y procedo a orinar. Termino. Me lavo las manos y me miro en el espejo. Finalizo y salgo. Observo a Evan, está entrando en uno de los baños. No me ha visto, porque estaba de espaldas.
—Sam —dicen, y doy un respingo.
Me giro rápidamente.
—Lo lamento, no ha sido mi intención asustarte. Pensé que me habías odio al acercarme —dice Aaron.
Me llevo una mano al pecho.
—No, no te oí, pero descuida.
«¿Está vigilando a Evan?».
—Disculpa que te lo pregunte, pero ¿estás vigilando a Evan? ¿siguiéndolo? Lo he visto entrando al baño de hombres cuando he salido recién del baño.
Me mira con sorpresa.
—No, para nada. Lo vi saliendo de la tienda, pero, no, no salí por eso, lo hice porque es mi turno de dar una vuelta por el lugar —responde, y se ve sincero.
—Es que, pensé que le pasó algo cuando Adam contó el cuento de El chico de la hoguera.
Me sonríe sin mostrar los dientes, pero es una sonrisa linda.
—Es bueno que te preocupes por otros huéspedes, pero te aseguro que él está bien. No le gustó el cuento, le pareció aburrido y por eso se fue.
«No me lo creo, pero parece que Aaron sí, por su manera de decirlo».
—Bueno, que tengas buenas noches, hace frío, regresaré a mi tienda —digo, y he perdido la oportunidad de hablar con Evan.
Aaron me desea buenas noches, y me encamino hacia mi tienda. Me alegro de que los baños portátiles de los hombres estén lejos del nosotras, así puedo estar segura de que Evan no ha podido oírme hablando de él con Aaron, porque eso sería bastante embarazoso. «Aaron tiene razón, me he preocupado por Evan, no lo admití, pero sí, al igual que con Kristen, ya que ella me cae bien». Todavía no me fío de Adam y de Joy.