—El centro parece una escuela secundaria.
Sonríe con gracia.
—Bueno, a lo mejor pensaron que como los pacientes que aceptan son jóvenes, pues estos se sentirían bien dentro de una escuela secundaria.
—O todo lo contrario —respondo, pero estaba pensando en voz alta.
Se sorprende por lo que he dicho.
—¿De qué hablas? Tienes una teoría, por lo que veo —dice con entusiasmo.
—Bueno, los acres, la naturaleza misma es hermosa, y Costa nos habló del Edén. Es obvio que el centro tenga que verse así, como si estuviésemos en un sitio para educarnos, y la recompensa por nuestro esfuerzo de querer vivir, de acabar con la ansiedad, pues, es el famoso Edén. Por eso mi papá no me quiso decir en qué lugar estamos, pero el solo hecho de venir en taxi acuático, y ahora que me cuentas sobre la cantidad de acres y por supuesto, el sitio tiene dueños. Es obvio que es un lugar privado. Necesitaban un lugar apartado para tener cero distracciones, para que nos relajemos, pero no entiendo de qué les sirve omitir dónde estamos.
—Creo que tienes la respuesta —dice, y sigo sin entender. Lo nota por mi expresión y continúa al decir:—. Quieren que comencemos de nuevo sin saber en dónde estamos. Hay recompensas, sí, pero será final, al salir rehabilitados de aquí, que vamos a enterarnos en que parte de Vancouver estamos. Estoy seguro de que si le preguntamos a los demás chicos, van a decirnos que no saben en qué parte de la ciudad estamos.
Me quedo callada pensando en lo que ha dicho.
—Bueno, el lago es privado, ya que mencionaste lo del lugar privado. Y el costo de todos estos acres y edificios que hay en el sitio es de treinta millones de dólares —dice.
—¿Cuál es el misterio de no saber en dónde estamos? Es decir, disculpa que te lo diga, pero tu teoría sobre comenzar en nuevo lugar, pero sin saber cómo se llama este nuevo lugar, es absurdo. Ni que estuviésemos secuestrados —respondo con frustración.
Vuelve a sonreírme con gracia.
—Quieren que nos ganemos las cosas, saben que estamos aquí, porque no teníamos opción, la mayoría de nosotros, ¿recuerdas que lo dijo Costa? —me pregunta.
—Sí, cierto. Lo dijo como si tuviésemos todas las de perder. Se sintió como una amenaza, pero es, de nuevo lo diré, ridículo. Nuestras familias están pagando para que estemos aquí, al doctor Costa y a todo el que trabaja aquí, les interesa que estemos. Suena egoísta, pero es un negocio. Por cierto, el director mintió y papá le siguió la mentira —digo molesta.
—¿De qué hablas? —me pregunta, y estamos muy cerca uno del otro porque ha movido recién su silla rústica de madera hacia la mía, sus rodillas rozan las mías, estamos sentados uno frente al otro.
—Me hicieron creer que hay otra manera salir de este sitio, no solo por agua o avión, ya que vi el hidroavión cuando llegué a la ensenada, al muelle.
—No hay otra manera, no que yo sepa —responde.
—El director Davis, le dijo a mi papá, que el hospital más cercano, este queda a cinco minutos de aquí, yendo en carro.
Evan frunce el ceño.
—¿Por qué mentir así? —pregunta confundido.
—Porque quisieron hacerme creer que hay una manera de escaparse, ya que por agua sería imposible, me descubrirían, y ni hablar del hidroavión.
—¿Quieres escaparte? —pregunta entre curioso y serio.
—Eso no importa ahora. A ti no te dieron esa mentira, así que, puede que haya sido diferente para cada uno de nosotros de los que estamos aquí. Esa pequeña entrevista de conociendo al director Davis, puede que no nos haya dado el mismo paquete de bienvenida a todos —respondo muy seria.
Capítulo 10: El chico de la hoguera
Después de cenar, bajamos por unas escaleras para acercarnos a una cálida fogata, que estaba esperando por nosotros. Tenemos solo cinco minutos sentados alrededor de la misma, y estamos esperando a que nos den chocolate caliente con malvaviscos para asar y aunque estamos ahora más cerca del lago, pero no tanto como lo está una pequeña casa, que se encuentra diagonal a nosotros. La casita está hecha con partes de un viejo tráiler. Si no me lo dicen, ni lo sospecho, ya que por la oscuridad y porque estamos a unos cuantos metros de distancia de la misma, no puedo detallarla bien desde mi posición actual. Nos los dijo Vincent, nos dijo sobre el material de construcción de la pequeña casa. Cuando Adam le preguntó que había ahí. Vincent le respondió que, mientras él trabaje aquí, esa continuará siendo su vivienda.
—Bueno, ¿qué quieren hacer? —nos pregunta el doctor Costa.
—¿Está permitido contar cuentos de fantasmas? —pregunta Joy.
—Sí, no veo por qué no, bueno, siempre y cuando se moderen con los detalles. No quiero escuchar relatos obscenos o muy gráficos, como, por ejemplo, detalles horribles sobre una masacre, ni nada de eso.
—Divertido —responde Joy con sarcasmo.
El doctor no se inmuta por su comentario.
—Bueno, yo tengo un cuento —dice Adam.
—Adelante, eche el cuento —responde el doctor.
—Bien, yo no soy de aquí, de Canadá. Vengo de Australia, pero viví desde los nueve años hasta hace poco en Nueva York. Cuando me trajeron para acá, antes del centro, quiero decir, bueno, un amigo que es nativo de aquí, me dijo que en las fogatas u hogueras, su familia, su bisabuelo, este solía contar siempre la misma historia, no solo a su familia y amigos, sino a nuevos integrantes, los que se unían alrededor del cálido fuego para escuchar cuentos de fantasmas. El bisabuelo contaba lo mismo, palabra por palabra, siempre igual, sin cambiar la historia. La historia de El chico de la hoguera. Este chico o joven de veinticuatro años de edad, puede ser visto, exclusivamente de noche, y por supuesto, en suelo canadiense. Enfrente o a los alrededores del vivo fuego de una hoguera, fogata o fuego para acampar, por eso se le apodó: El chico de la hoguera.
—¿Y qué hace ese chico? ¿te lleva al más allá con él? —pregunta Joy en tono burlón.
Adam le sonríe de medio lado.
—Dicen que está atrapado en nuestro mundo, ya que murió por envidia o traición, no sé sabe con exactitud. El chico, era un joven emprendedor, y su mejor amigo lo emborrachó y lo empujó con fuerza. Este se pegó en la parte posterior de la cabeza y murió por el golpe, el mismo fue fatal; murió al lado de la hoguera, se golpeó la cabeza con una roca que había cerca de la misma.
—Es una historia triste —intervengo.
—¿Y entonces qué es lo que hace que continúe su alma en pena? —pregunta Joy.
—Él no sabe por qué su mejor amigo lo mató. El chico estaba borracho pero consiente. Después de muerto, quiso obtener respuestas, pero su asesino, consumido por la culpa, se suicidó.
—Bueno, Adam —interviene el doctor.
Adam lo mira.
—Gracias por la historia, ahora vamos a algo más alegre —continúa diciendo Costa, en tono serio. Es obvio que se ha puesto así porque Adam habló de suicidio.
Observo a Evan, y sus ojos están puestos en el fuego, no parpadea. Frunzo el ceño, «Parece que la historia le afectó de alguna manera, o al menos eso intuyo».
Evan se pone de pie y se aleja sin decir nada. Miro al doctor Costa y este mira a Vincent. Vincent sigue a Evan. Quiero ir también tras de Evan, pero no puedo o Costa hará que me sigan.
—Alguien se puso sentimental —dice Joy manteniendo el molesto tono de burla.
«Perra, lo ha dicho por Evan».
—Bueno, es una historia triste —dice el doctor.
—Bueno, triste o no, un alma en pena buscando respuestas, de seguro asusto a más de un campista —dice Adam, también con diversión.
Vincent regresa solo, y el doctor se pone de pie.
—Chicos, ya vuelvo, los dejaré con Vincent —dice Costa, y se aleja.
—¿Y Evan? —le pregunto a Vincent.
No puedo hacerlo con discreción porque estamos todos juntos.
—En su tienda de acampar, en la que compartirá con Adam, pero descuiden, él está bien.
—Buenas noches, chicos —dice Aaron uniéndosenos.
—Profe —dice Joy, y quiero rodar los ojos.
Aaron se sienta a mi lado, a mi izquierda, tengo a mi derecha a Joy y Adam está junto a ella, quedando así en medio de ella y Vincent.
—¿Qué me perdí? —pregunta Aaron.
—Un cuento sobre un pobre y desafortunado hombre joven quien murió en donde estás sentado —dice Joy haciendo una broma de muy mal gusto, y de pronto una brisa fuerte hace que el fuego de la hoguera se agite. Tengo el cabello suelto y este me ha tapado la cara por lo fuerte de la brisa.
Joy se ríe nerviosa.
—Descuiden, brisa de otoño —dice Aaron.
—No molestes a los muertos —dice Adam. También ha intentado ser gracioso, pero se le ve sorprendido por la repentina ventisca.
—Bueno, chicos, ya. No más bromas sobre fantasmas —interviene Vincent.
—Está bien, iré por agua, arriba en donde cenamos, ¿puedo? O ¿tengo que esperar al doc? —pregunta Joy mirando a Vincent.
—Sí, puedes. Yo te acompaño. Aaron te quedas a cargo, por favor —le pide Vincent.
Aaron quien estaba bebiendo un poco de chocolate caliente que se trajo consigo en una taza, le responde:
—Descuida, yo me quedo con el resto.
—Te quedarás con las chicas, porque a mí también me ha dado sed el chocolate —dice Adam, y se pone de pie.
—Yo tengo que ir al baño —dice Kristen, y se pone de pie.