—Jesse, estaré ahí a las cuatro de la tarde, te lo prometo —dice mamá, y me sirve leche en mi vaso con figuritas de ositos—. Sí, estoy con Sam —continúa hablando por teléfono y me sonríe—. Su papá va a venir a buscarla a las tres. Está almorzando ahorita. No te preocupes, yo llevaré el vino. Está bien, te mando un beso, hasta luego.
Dejo el vaso en la mesa después de beber.
—Pequeña, todavía te llenas el bigote de leche, eres adorable —dice con ternura, y me limpia con una servilleta—. Comete todo el sándwich y en la noche podrás comer tus galletas favoritas.
Sonrío con emoción.
—Sí, galletas —digo, y mamá me sonríe ampliamente.
Me encuentro en el bosque, hace mucho frío. «Espera, pero si estoy aquí, en el bosque, estoy en Canadá, en Vancouver. ¿A dónde fue mamá?», pienso, y estoy cerca del lago, puedo ver la casita de Vincent. Desde aquí parece una casa de playa, pero una muy pequeña. No estoy abrigada, tengo mi pijama. Una franela con manga corta y un sencillo mono de pijama. Tengo los pies helados. Miro hacia abajo. «Estoy descalza». Escucho risas, pero no sé de dónde provienen.
—¿Te imaginas un hotel aquí o un complejo de cabañas? —le pregunta un chico a un hombre joven.
«No pueden verme». Lo sé porque estoy enfrente de ellos. Me hago a un lado cuando el chico quien se me hace familiar, este camina directo hacia mí, está sonriendo. Mira hacia el lago.
—A Emma le gustaría venir para acá, y traerse a los niños —dice, y bebe un trago de una botella que parece ser ron.
—Que no te vea el jefe bebiendo, Gary —le dice el hombre que se ve un poco más mayor que el chico.
—Ian, es viernes, y él ya se ha ido a dormir —responde Gary.
—Bueno, en una semana y media terminaremos, y pensar que antes era un hospital.
Gary pierde la sonrisa, y bebe un buen trago de alcohol.
—Hey, déjame un poco —dice Ian, y le quita la botella.
—Sí, un hospital que estaba maldito.
Ian se ríe, pero Gary está muy serio.
—Desde que comenzamos a trabajar en la obra, no has dejado de decir que te da mala vibra el lugar.
—No puedo creer que está destinado a hacer un centro de rehabilitación para jóvenes —dice Gary e Ian la pasa la botella.
—Bueno, yo me iré a dormir, mañana tenemos que levantarnos muy temprano —dice Ian, y se pone de pie, ya que estaba sentado encima de un tronco.
—Ve, yo ya voy —responde Gary.
Ian le hace una seña con la mano llevándosela a la cabeza, y se va. De pronto, hace mucho más frío. Gary se sienta en el tronco en el que estaba Ian y me voltea a ver, me mira fijamente con seriedad. Grito con todas mis fuerzas.
—¡Sam! ¡Ya pasó! Es solo una pesadilla —dice Camila, y observo a mi alrededor.
«Estoy en la tienda de acampar con Camila». Veo a Joy, se está frotando los ojos. Kristen me mira con preocupación.
Me llevo una mano a la frente.
—Lo lamento, no ha sido mi intención despertarlas —respondo.
—Descuida, una pesadilla puede tenerla cualquiera —dice Camila con cariño.
—Vaya pesadilla, gritaste como si te estuviese persiguiendo un oso —dice Joy, y sonríe con gracia.
—¿Aquí hay osos? —pregunta Kristen toda miedosa.
—No, Kristen, no hay osos, no tienes que preocuparte —responde Camila, de nuevo con tono cariñoso.
Observo la hora en mi reloj, son las cuatro y media de la mañana.
—Bueno, volvamos a dormir, en poco tiempo nos tenemos que levantar —dice Camila.
Asiento con la cabeza. Escucho una alarma, abro los ojos, y me sorprendo un poco, ya que no esperaba que me fuese a dormir después de la pesadilla.
—Hola, chicas, buenos días. Las dejé dormir media hora más. Son las seis y media de la mañana. Yo ya estoy lista, pero ustedes tienen que cambiar de ropa. Iremos a pescar, están esperando por nosotras —dice Camila entrando a la tienda.
Joy gruñe y se coloca la almohada sobre la cara. Kristen sonríe con gracia. «Kristen hoy se ve animada, tan diferente de anoche», pienso, y me he quedado mirándola. Frunce el ceño, y finjo un bostezo. Me pongo de pie y busco mi neceser. Salgo de la tienda bien abrigada y con mi ropa para cambiarme, no quiero hacerlo en la tienda. Me encantaría tener unos lentes de sol a la mano y beber café caliente. Suspiro y me dirijo a los baños. Al salir, me dirijo hacia la tienda, pero escucho que me saludan. Me doy vuelta, y veo a Aaron.
—Hola, buenos días —le digo.
—Sam, me gustaría hablar contigo antes de salir a pescar —dice, y lo veo un poco serio.
—Sí, ¿qué sucede?
Aaron mira hacia los lados. Nos alejamos de los baños para dama, ya que me abordó cerca de los mismos. Se detiene muy cerca de en donde estuvo anoche encendida la hoguera.
—¿Qué hacías a las cuatro de la mañana fuera de la tienda?
Me da escalofrío al escucharlo decir eso.
—Hey, ¿estás bien? Te has puesto pálida.
—Acabas de decir que me viste a esa hora, pero, no puede ser, yo estaba durmiendo…, es decir, me desperté a las cuatro y media por una pesadilla.
Frunce el ceño.
—Yo te vi a las cuatro y quince, regresabas del lago. Al principio pensé que venías de casa de Vincent, pero no tiene sentido, porque la casa estaba a oscuras y tú venías de otra dirección.
—No lo sé, tal vez, caminé dormida —digo más para mí que para él, pero con tono teñido de miedo.
—Escucha, no te estoy llamando la atención, pero solo quería saber qué hacías. En fin, caminar dormido es posible. Tendré que decírselo al doctor Costa —lo miro con preocupación y agrega:—, pero es por tu seguridad, no por exponerte Sam —dice con mirada sincera.
Suspiro.
—Sí, está bien. Es raro, tenía años que no me pasaba eso. De niña, caminaba dormida, pero han pasado muchos años.
Me sonríe.
—Bueno, todavía estás joven, no es extraño que te pase de nuevo. Hay adultos que son sonámbulos.
Le regreso la sonrisa, ya que me encanta cuando me sonríe.
Capítulo 13: Kristen
Kristen
Cuando sientes y crees que tu cuerpo es horrible, eso hace que estés muy inconformé con el mismo y por si no fuera poco, tienes otros pesos más que soportar, entonces todo se vuelve gris. Pero antes del deceso, lo habías logrado, te propusiste a comer saludable, a ejercitarte, y cuando habías encontrado al amor de tu vida, empezaste a retroceder y no sabías en qué momento todo lo que te costó lograr se te escurrió de los dedos. Eso me sucedió a mí. Me quedé gorda y sola.
Unos meses antes de conocer a Ricky.
—Kristen, bella durmiente, es hora de levantarse, hay que ir al supermercado, recuerda que me pediste que te despertara para que me acompañes hacer las compras del día de hoy —dice mamá.
Le sonrío, y me estiro en la cama.
—Buenos días, mamá. Gracias por despertarme —respondo, y se acerca para besarme la frente.
—Te he dejado café encima de la mesita de noche.
—Gracias.
Observo la taza y ya no me mortifico, estoy haciendo ejercicio y alimentándome saludablemente, pero no me privo de un café con leche y un poco de miel para endulzarlo. De hecho no me privo de varias cosas que antes consumía desenfrenadamente, ahora lo hago con prudencia. Estoy reemplazando el azúcar por cosas más naturales o sencillamente no consumo azúcar, sin embargo, no pienso mucho en eso, lo normal; no es una obsesión, ya no.