Capítulo 3: La anciana y comienzo del capítulo 4

1377 Words
Estoy mirando hacia el techo, la habitación está oscura, pero hay un poco de claridad, esta proviene de afuera, ya que hay un poste de luz, afuera del edificio; está cerca de mi habitación. Me incorporo sobre mis codos porque siento algo, y entonces, la puerta de la habitación se abre bruscamente y una anciana de cabello largo y gris, entra, pero se sujeta con ambas manos del marco de la puerta, como si algo estuviese tirando de ella hacia atrás. La anciana grita, pero se escucha como si estuviese muy lejos y no tan cerca de mí. Se ve furiosa, quiere entrar, lucha por hacerlo. Se está moviendo bruscamente. Ella está vistiendo un camisón de pijama blanco, como los que usaba mi abuela materna. La anciana se detiene y macabramente su cabeza se queda quieta, y sus ojos me miran fijamente. Me despierto exaltada, y me apresuro a encender una de las lámparas de estrellas. Mi corazón está latiendo rápidamente. Observo la puerta y esta está cerrada. «!¿Qué diablos ha sido eso?!». Tuvo que haber sido una pesadilla, en la misma, no podía moverme. Estaba aterrada viendo a esa anciana. Me desperté boca arriba, tal cual como estaba en el sueño. Necesito beber agua, observo las mesitas de noche. —Mierda, no busqué agua —digo, y me pongo de pie, porque tengo mucha sed. «Mi linterna», pienso, y me apresuro a buscarla en la cómoda. Rebusco entre mis cosas, pero no está. Me dirijo hacia las mesitas de noche; abro ambas gavetas, de arriba y abajo, y nada, no está. «Me la quitaron». —Ni modo, tendré que ir sin ella. Me coloco mis pantuflas, miro la puerta de la habitación y luego la abro. Respiro profundo y salgo al pasillo. Está iluminado y reina un silencio total. Recordar a la anciana en el umbral de la puerta me genera escalofríos. Lo curioso es que, en el sueño, no podía ver el pasillo ni la luz del mismo. Se veía oscuro, muy oscuro detrás de la anciana. Me subo al ascensor y acciono el botón número uno. Al abrirse la puerta, doy un respingo. Evan me mira sorprendido. —Evan, qué susto me has dado —digo sin pensar o digo lo primero que me ha pasado por la cabeza. —¿No puedes dormir? —me pregunta. —¿Eh? No, no es eso. Tengo sed, y me olvidé de llevar agua. —La cafetería está cerrada, pero afuera de la misma, hay un bebedero. Está detrás de una planta de plástico. —Gracias —respondo, y Evan se sube al ascensor. Salgo del mismo. Le da al botón y el ascensor se cierra. Suspiro. «Supongo que tenía sed, pero ¿para qué explicarme lo del bebedero, yo misma lo puedo ver cuando me dirija a la cafetería? Supongo que está siendo amable». Me dirijo hacia la cafetería y me alegro de que los pasillos están bien iluminados, pero cuando estoy cerca de la cafetería, me detengo. «¿Será que me perdí?», pienso, ya que esta parte del pasillo no está iluminada, solo la mitad. La otra mitad se ve completamente oscura. No hay nada de claridad. «¿Qué extraño? ¿Se habrá quemado el o los bombillos?». Suspiro, y dejo de ser cobarde. Tengo sed y no soy una niña pequeña que le teme a la oscuridad. Aprovecho la claridad de la mitad del pasillo y veo la planta de plástico que mencionó Evan. En efecto, también veo la silueta del bebedero. «Ahora entiendo. Está oscuro, se logra ver un poco la planta y el bebedero, este está oculto por la planta». Si Evan no me dice, no me doy cuenta. Intento hacer memoria, no soy una persona muy detallista, normal, pero no recuerdo haber visto el bebedero, hoy en la tarde. Le resto importancia al asunto, porque tengo frío, aquí está helando. Me acerco al bebedero y me pongo de lado para no tapar la luz de la mitad del pasillo. Acciono el agua y comienzo a beber. Me seco la boca con el dorso de la mano y escucho un metal cayendo, o el eco de este. Se me ponen los vellos de punta, y sin volverme a ver, porque de verdad no quiero ver hacia atrás, está muy oscuro. Me apresuro a ir hacia el ascensor. Entro, acciono el botón del piso dos, y respiro profundamente. «Sam, estás paranoica. Tuviste una pesadilla y ahora crees que algo te asecha en la oscuridad. ¡Absurdo!». Con ese pensamiento, regreso a mi habitación. Cuando estoy por abrir la puerta, recuerdo que Vincent me dijo que nadie puede entrar si una tarjeta especial. «Oh, no, yo cerré la puerta antes de irme», pienso e intento entrar, pero para mi sorpresa la puerta se abre. Ahora me siento molesta. «Vincent me mintió, he entrado fácilmente. Mañana va a tener que darme una buena explicación, porque yo no tengo ninguna tarjeta y he entrado fácilmente». Observo el reloj de mi muñeca, son las dos y cincuenta y seis de la madrugada. No me siento segura, no quiero volver a dormirme. No tengo ni veinticuatro horas aquí, y ya me han mentido. Ni siguiera puedo trabar la puerta con alguna silla, porque no hay. Me dirijo hacia la ventana, corro la cortina y no me sorprende ver que la ventana está sellada. Hay un vidrio grueso y no hay manera de abrirlo. Hay un marco y un vidrio. Es una ventana grande, pero eso es todo, no hay pestillo. Esto apesta, pero sabía que eventualmente, papá me dejaría botada en un sitio como este. Observo el diario encima de la mesita de noche izquierda. «¿Qué se supone que voy a escribir? Querido diario, hoy es mi primera noche en un centro de rehabilitación. Soñé con una anciana tétrica. Un empleado me mintió sobre la puerta de la habitación. Cuando fui a buscar agua, y me encontraba bebiéndola, escuché un metal cayendo en el suelo y este hizo eco en el sitio, pero nunca escuché pasos o voces, solo eso. Me fui rápidamente del lugar para regresar a la que es mi habitación. No, no puedo escribir sobre esto, van a pensar que estoy ansiosa, paranoica, en el peor de los casos, loca por imaginarme sonidos pasada la medianoche. Agarro el cuaderno, es de tapa blanda y de color n***o. Capítulo 4: ¿Ideas mías? Me despierto, ya que llaman a la puerta. «Me quedé dormida». Ya ha amanecido. Observo mi reloj, son las siete de la mañana. Vuelven a llamar por segunda vez. —¡Adelante! —digo. Me paso las manos por los ojos. La puerta se abre y entra Vincent. —Buenos días, Sam—saluda con buen humor. No es que antes no lo tuviese, pero se ve bastante alegre. «A lo mejor es su estado natural. Es una persona feliz». —Buenos días —respondo, y veo que ha traído un carrito. —Te he traído el desayuno, pero si lo prefieres, puedes bajar al comedor. —Gracias, me quedaré aquí. Recuerdo que tengo que reclamarle o preguntarle lo de la puerta de la habitación. —Tu sistema de la puerta es un fraude —digo, y se gira a verme, ya que estaba destapando el plato. Guardo el cuaderno en una gaveta de las mesitas de noche. Anoche no escribí nada. —No, no lo es. Verás, por las cámaras, te vi anoche. Me tocó guardia. Fui yo el que te abrió la puerta. Frunzo el ceño. —¿Qué pasó con eso de la tarjeta especial? Sonríe con gracia. —También se abre con ella, pero hay un sistema a distancia. —Igual que en una prisión —digo, y me pongo de pie. «Necesito un espejo». —Bueno, si lo dices por las celdas, sí, es el mismo sistema, pero a diferencia de los huéspedes de aquí y de prisioneros. Tú puedes salir cuando quieras, los prisioneros, no. —Por cierto. El bebedero que está afuera del comedor. Haciendo memoria, no lo vi ayer, sino hasta anoche en la madrugada. ¿Hacen trabajos silenciosos? Lo sé, he cambiado de tema, no me gusta recordar que estoy aquí encerrada por culpa de mi papá.
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