Kristen levanta la mano.
—Kristen. Sí, dime, ¿tienes alguna duda? —le pregunta Costa.
—Sí, este, ¿se puede dibujar en el cuaderno? —pregunta.
Definitivamente, esta chica es tímida. No le gusta la atención, ya que todos tienen los ojos sobre ella y esto ha generado que encoja los hombros. El doctor sonríe ampliamente.
—Por supuesto, Kristen. Puedes dibujar, es una buena manera de expresar lo que sientes. ¿Alguien tiene alguna otra pregunta?
Costa no se ha molestado en preguntarle a Kristen si tiene alguna otra duda, ya que ella ha centrado su atención en su vaso con agua.
En el comedor, estamos solo los mismos chicos: Kristen, Adam, Evan, Jackson y yo. Y el director, los psicólogos y terapeutas; Vincent, y por supuesto el doctor Costa. Bueno y también están los mesoneros que se encuentran atendiéndonos. Levanto la mano como hizo Kristen.
—Sam. Sí, dime —responde nuevamente el doctor.
—¿Solo somos cinco pacientes?
El doctor me sonríe, pero sin mostrar los dientes.
—Sí, solo son cinco, por los momentos. Verán, jóvenes. El centro cerró sus puertas hace dos meses para poder hacer unas mejoras. Hemos abierto hoy, y ustedes son nuestros nuevos pacientes.
—¿Qué pasó con los anteriores? —pregunto interrumpiéndolo.
Él no se ve molesto u ofendido por preguntarle de nuevo y de paso por haberlo interrumpido.
—Algunos fueron trasladados a otros centros, y el resto fue dado de alta —responde, y hace una pausa, esperando a ver si le pregunto algo más—. ¿Tienes alguna otra pregunta, Sam?
—No —respondo, y Vincent me entrega un cuaderno.
—Excelente. Disfruten del postre y qué tengan una buena noche reparadora —dice, y se retira del comedor.
—Solo le faltó el podio y sería como estar en un internado —dice Jackson, quien está sentado en la mesa conmigo y Kristen.
—O como Dumbledore —dice Kristen.
Jackson alza una ceja. Ella se ve sorprendida por ver su reacción.
—¿No conoces el mundo de Harry Potter? —le pregunta ella.
—Sí, pero ¿qué tiene que ver ese cuatro ojos con este sitio?
—Bueno, aquí es un lugar muy bonito —dice, y él rueda los ojos—. Es la verdad, no es feo. Por fuera parece una escuela secundaria, y, tal vez, por dentro también, pero es acogedor; y las habitaciones, o por lo menos la mía, es muy bonita. Afuera, todo es verde, es muy hermoso la verdad.
—Niña, aquí no hay magia, ni magos, ni escobas voladoras. Pésima referencia para compararla con este sitio —dice Jackson con mala cara, y se pone de pie.
Un mesonero se acerca con los postres y aunque Jackson ya se ha ido, el mesonero le sirve. A lo mejor el mesonero piensa que él va a regresar, pero no lo creo, se veía irritado antes de irse. El mesonero se retira y Adam toma el lugar de Jackson; se ha traído consigo su postre.
—¡Miren nada más!, me gané doble postre. Pidió mousse de chocolate, no se ve nada mal. El c*****o ese tiene buen gusto —dice, y luego nos mira—. Oh, perdón. Señoritas, ¿quieren un poco?
Kristen niega con la cabeza y le sonríe con gracia.
—Y ¿tú? —pregunta mirándome.
Me pongo de pie, ya que yo no pedí postre. Miro hacia la salida por donde se fue Jackson.
—Bueno, en ese caso, más para mí —escucho lo que dice Adam, pero no lo miro.
Me voy. «Jackson se fue y no le dijeron nada». El comedor queda en el primer nivel, en donde también está la oficina del director. Es un lugar grande y amplio. Me subo al ascensor y veo los botones en el panel del mismo, solo hay tres; en vez de accionar el número dos, acciono el tres, pero no pasa nada. Frunzo el ceño.
—Para ir a ese piso necesitas usar la llave especial —dicen, y me giro.
Veo a Evan, este se sube al ascensor y luego se recuesta de una de las paredes del mismo.
—¿Cómo lo sabes? —pregunto.
Me mira de reojo.
—Vi a Vincent, quien, a diferencia de ti, pegó un brinco cuando me vio, y se apresuró a pisar el botón del piso dos. Por cierto, ¿vas a accionarlo o no?
Lo acciono, y me quedo pensando. «¿Qué hay en el piso tres? Es decir, más habitaciones, pero ¿por qué se necesita de una llave especial y no basta con accionar el botón y ya?».
La puerta se abre y salgo. Me dirijo a mi habitación y puedo sentir que Evan va detrás de mí. Me detengo enfrente de mi puerta y disimuladamente lo veo. Se ha detenido en la número cinco, del lado izquierdo. Su habitación está diagonal a la mía. Me apresuro a entrar y no me sorprendo de que la puerta no tenga llave. «!Vaya privacidad!». Me da rabia, debí de preguntarles a mis tutoras sobre la llave. Cierro la puerta, y… «!Genial!, es que no hay manera de ponerle un seguro», pienso sintiéndome frustrada por no haberme dado cuenta antes. Enciendo la luz y esto es otra cosa que me causa malestar. No hay lámparas. Cuando estoy demasiado molesta, llaman a la puerta. Frunzo el ceño. Me encamino hacia la puerta, ya que estaba de pie en medio de la habitación, furiosa por mi situación en este lugar. Abro la puerta y veo a Vincent.
—Vine, porque se me olvidó explicarte cómo funcionan las lámparas de la habitación.
—Querrás decir la lámpara, porque la única que hay, está en el techo; y es sencillo, piso un botón y listo, enciende y luego se apaga. ¿Puedo hacerte la demostración si quieres? —respondo obviamente con sarcasmo.
Me sonríe con gracia.
—Las estrellas que están en la pared —dice mirando hacia las mismas que están cada una encima de las mesitas de noche.
—¿Qué hay con ellas? —pregunto con el ceño fruncido.
—No son relieves de la pared, ni adornos, son lámparas —dice, y se acerca hacia una mesita de noche—. Aquí, a un lado de la mesita de noche, hay un botón. Lo presionas y la luz se prenderá o se apagará si está encendida —dice, y hace la prueba.
—Y ¿mis cosas?
—Tus cosas están guardadas en la cómoda.
—No hay closet, y en las maletas traje ropa que se guinda. ¿No esperarás que te crea? Es imposible que toda mi ropa quepa en esa cómoda.
—Aquí hay lavandería. La ropa que se guinda, está en un armario.
—¿Cómo se supone que voy a vestirme después de bañarme? ¿Tengo que ir a la lavandería?
—Cuando necesites ropa, me avisas o le avisas a tus tutoras. Y cualquiera de nosotros, te llevaremos a tu armario para que selecciones lo que necesites.
—¿Bromeas?
—No, no bromeo, es por seguridad.
«¿Cómo podría alguien lastimarse dentro de un closet?». Ni me molesto en decirle lo que he pensado. Me quedo callada.
—Bien, Sam. Encontrarás algunas de tus pertenencias. Mañana puedes hablar con el doctor Costa, sobre las cosas que no se te entregaron. Las mismas están a salvo, guardadas. Hay una explicación lógica, del porqué no puedes tenerlas en este instante. Buenas noches. Si te sientes mal, puedes accionar este botón —dice caminando hacia la puerta, del lado contrario del interruptor de la luz, hay un botón rojo—. Acciónalo si te sientes mal. No es un botón para servicio a la habitación, es solo para emergencias. ¿Entiendes? —dice, y esa última parte, el comentario sobre el servicio a la habitación, lo ha dicho con tono de voz y expresión de gracia.
«Al menos alguien del personal tiene sentido del humor».
—Sí, entiendo.
—Bien. Descansa, te veré mañana.
—Espera, Vincent. ¿Cómo sé que no va a entrar otro paciente a mi habitación? No está cerrado con llave —pregunto llena de ansiedad.
—No te preocupes por eso. Te aseguro que nadie va a entrar a tu habitación. Si alguien lo intenta, lo sabremos y la puerta desde afuera va a estar cerrada, nadie va a poder ingresar al menos que tengan una tarjeta especial. Pero tú, sí podrás salir de la habitación, aunque esté cerrada por fuera. No estarás encerrada. Es un sistema empleado para que los huéspedes se sientan seguros y no sufran de estrés. Solo el personal puede entrar, y no todos.
Eso me alivia.
—Gracias, Vincent —digo con sinceridad, ya que me ha tranquilizado.
Vincent asiente con la cabeza y se va. «¿Y no todos? Supongo que no pueden entrar los cocineros del centro o vigilantes. Debe de haber vigilantes». Suspiro. Estoy cansada, pero no tengo sueño.