Capítulo 4 Noches de copas

1489 Words
Esteban Llevaba en Nueva York sólo siete horas, siete malditas horas y ya estaba entrando en una especie de martirio personal, amada mi trabajo, me gustaba lo que hacía, pero me gustaba más cuando era desde lejos. Lo mío era el campo, las montañas, el aire puro y cero ruidos, yo amaba a estar solo, las personas resultaban ser bastante molestas y me negaba a compartir mi tiempo y espacio con cualquiera que quisiera arruinar mi paz mental, eso incluía mujeres, niños y cualquier persona fuera de mi círculo social. Era un sujeto solitario y ahora estaba rodeado de gente. Suspiro de nuevo, pasó la mano por mi rostro cuando tocan sus bocinas por quinta vez, en Texas estas cosas no pasan, a lo sumo tocan la bocina para saludarte cuando vas de pasada, pero luego todo es silencioso. Quizás, si tenéis suerte y te agarra alguna de esas tormentas de verano, puedes escuchar el ruido de los truenos retumbando en tu cuerpo, ese era todo el sonido que ibas a escuchar. Al menos, donde yo vivía. La mezcla que producía el cuero, heno, la madera, la hierba después del roció de la noche o incluso las flores del campo cuando la tormenta azotaba la zona, era lo que te avisaba que estabas sumergido en la nada misma. Eso era lo que me gustaba, el olor, su paz, tenía mi casa ahí, mi vida entera, manejaba ganado y había puesto unos viñedos gracias a un lago privado que tenía al final de mi terreno. Sin embargo, no vivía solo, mi familia estaba conmigo, me encargaba de cuidar a mi madre y a mi hermana, ellas eran todo lo que necesitaba para vivir tranquilo, todo lo que quería para hacer mi vida. Ambas lo sabían, quizás por eso mi madre estaba entrando a una especie de crisis sentimental donde lo único que decía una y otra vez es que su hijo moriría solo y la plata de la familia se iría directo a la tierra infértil. Mejor dicho, mi plata. Mis padres habían trabajado duro para tener lo que querían, ellos pusieron una pequeña empresa que manejaba el petróleo, se encargaban de exportar todo lo relacionado con él, sobre todo en crudo para el resto del mundo. Ahora venía a ver eso. Digamos que llevábamos un amplio abanico, aunque en su momento apenas lo abrieron era menos el capital que teníamos, con el tiempo y mi habilidad con los negocios, aquello cambió, pasamos a hacer una simple empresa que enviaba petróleo crudo a convertirnos en el número uno en exportación de este, combustible, además de proveer de gas. Pero todo esto fue posible gracias a mi falta de empatía con los seres humanos. Yo solo me dedicaba a trabajar. — Señor el atasco va a durar unas horas más —maldición —y me acaban de avisar que han cancelado los vuelos por tormentas eléctricas —pase la mano por mi rostro. — Willy, paremos en el primer hotel que encuentres —moví la mano —un segundo más con esta fila de autos y creo que moriré —lleve la cabeza hacía atrás —Gracias a dios solamente tengo que viajar una vez, cada un par de años ¿o eran meses? —lo mire. — Meses señor —gruñí. — Joder —comenzó a reír —detesto esta parte del trabajo —no pude evitar reír con él. — Debe ser una de las pocas personas que prefiere estar aislado de todo el mundo —seguramente —déjeme decirle que lo comprendo, prefiero manejar las cosas del rancho a estar metido en esta calle. Willy era prácticamente mi mano derecha. Él siempre estuvo en la familia, prácticamente era parte de ella, el único con el que podía charlar y también el único que podía decirme lo que pensara. Había ayudado a mi padre cuando comenzaron con todo esto y luego a mi madre cuando papá falleció años atrás, la misma cantidad de tiempo que tuve que venir a hacerme cargo de los negocios, tratando de no morir. Había crecido en mi rancho, en ese entonces era una pequeña casita hasta que crecí, me hice cargo del lugar, trabajé en la empresa con mi padre, empezó a ganar mi sueldo y le compré el viejo rancho al sheriff del condado. Pase de una pequeña casa a varias hectáreas. Había querido comprar el terreno de la señora que vivía al lado, pero en todas esas oportunidades se había negado diciendo que era para su sobrina, una sobrina que jamás venía y de la que nadie conocía, pero que mi vecina parecía adorarla en vida, pues no paraba de hablar de ella de cómo necesitaría esa casa pronto. Willy paró el primer hotel que vi, un lugar de dos estrellas que quizás para muchos empresarios sería horroroso, pero para mí, era perfecto, me gusta vivir cómodo, pero no pasarme. No me molestaban las cosas ostentosas, pero no las necesitaba en medio día a día, podía vivir tranquilamente sin ellas. Ahora, maneja un rancho, un coqueto rancho que se encargaba de vender ganado y hacer todo lo que se supone que hacen esos lugares, me gustaba que fuera así. Para todo el pueblo era un simple ranchero, no quería que la gente se acercara mucho, pero sobre todas las cosas no me interesaba llamar la atención de ninguna de las mujeres, la mitad de ellas eran unas moscas fastidiosas y caza fortunas. Podemos decir que estaba solo por elección propia, solo porque así me sentía más cómodo y mejor, solo porque me negaba a dejar entrar a una mujer a mi vida y mucho menos permitirle engatusarme, no confío en nadie, las únicas personas a las que confiaba era de mi hermana y mi madre. Fin del comunicado. Pero eso no quería decir que no apreciara estar con una buena mujer, tenía mis momentos donde me dejaba llevar por la necesidad carnal que todo hombre tenía. Esos momentos donde iba un poco más allá y me permitía dar un poco de confianza a alguna mujer, solo lo básico para satisfacer mis necesidades personales. No necesitaba mucho y tampoco hacíamos nada extravagante, tenía ciertas reglas, límites que me negaba a que alguien pasara, por ejemplo, la intimidad no iba acompañada de ciertas cosas cómo lo eran los besos, no iba a besar a una mujer que no conocía y que se estaba yendo a la cama conmigo sin siquiera conocerme. — Descansa Willy, iré por una copa —me despedí de él. — Tenga cuidado señor —afirmó despacio. Caminó un par de cuadras hasta uno de los bares de la zona, es modesto por fuera, pero dentro toda grita lujo, me asombro un poco que me preguntara mi apellido en la puerta, no me quedó de otra que decirlo, junto con el de mi empresa. Nunca usaba el nombre de mi empresa, pero cuando lo vi observarme de manera tan despectiva, supe que lo más probable es que solo dejarán entrar a una cantidad limitada de personas y ya, solo aquellas que cumplieran ciertos requisitos. Algo que en cierta forma me había dado la seguridad de saber que no me encontraría con situaciones poco agradables. Me detengo un momento a mirar todo, el piso blanco reluce por las luces de las lámparas colgantes, cada una de ellas son como pequeños focos que dejan a la vista al brillante piso. los mozos vestidos de bordó con camisa blanca y corbata, las mujeres con falda de tubo y el pelo recogido, dejan en claro la diferencia con el público. Mis ojos van por todo el lugar mientras observo un grupo de mujeres moverse de un lado al otro, los hombres beben en unas esquinas o mesas mientras tienen sus ojos en las chicas que ahora mueven sus caderas al ritmo de la música, algunas bailan mirándolos, la mayoría hace eso excepto por dos mujeres. Ellas simplemente se mueven mientras que se miran. No tengo que ser un genio para saber que todos las están mirando a ellas, tampoco para darme cuenta de que una de ellas llama muchísimo la atención, es pequeña, tan pequeña que parece al punto de romperse si la aprietas de más, sus caderas son más anchas y tienen un diminuto vestido que apenas tapa lo justo, pero que a pesar de que se mueve y baja la pieza no se le mueve ni un centímetro. Es bellísima, su piel parece suave desde la distancia, sus labios en un término intermedio y sus ojos claros… Su rostro giró en mi dirección y sonrió. Su cuerpo se mueve alejándose de la amiga que ahora baila con un sujeto mientras que ella camina directo a la barra, está ebria, se nota desde lejos la cantidad de alcohol que lleva en sistema, algunos hombres se le acercan para hablarle mientras lo camina, pero no los mira, solo pasa mientras los aparta con la mano.
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