No te regalaré nada

2136 Words
Han pasado seis años desde que empecé este arduo trabajo. A veces, el cansancio me ganaba, pero luego miraba a ese pedacito de mi ser dormir en su camita, y las fuerzas salían para continuar. Nunca me rendía, pues como me lo había prometido a mí misma desde que me enteré de que ella llegaría a mi vida, trabajé arduo para darle todo lo que se merece, y todo eso había dado fruto. Al fin, después de tanto trabajo y noches de desvelo, hoy había firmado con mis socios para que mi laboratorio se hiciera realidad. Y cómo si al fin toda la neblina desapareciera, esa pequeña lucecita me tomó por sorpresa saltando a mis espaldas con una sonrisa brillante y unos ojitos verdes que iluminarían cualquier camino en la oscuridad. —Oh, señora, lamento tanto, se escapó apenas escuchó la puerta desde su habitación. —No te preocupes, Ruth —le contesté a la empleada que anteriormente había trabajado con mi padre. Tenía muy buenas referencias de ella, así que no dudé en contratarla—. Si hay algo que disfruto cada día al regresar a casa, es ver a mi niña. —Mami, ¿aplastaste muchas cabezas? —¡Pequeña Diana! —Ruth se cubrió los labios, algo avergonzada. —¿Aplastar muchas cabezas? ¿A qué te refieres, mi niña? —le pregunté con curiosidad, y ella simplemente miró a Ruth. —Ay señora, qué vergüenza, perdóneme. —Es que escuché a Ruty hablando por celular con tío Nico, y ella dijo que estaba segura de que tú ganarías y que aplastarías muchas cabezas. —¿De verdad oíste eso? —Disculpe, señora, sé que debí controlar mi boca. No creí que Dianita estuviera escuchando. No iba a negar que era curiosa la forma en la que se habían referido a mí, pero tampoco es motivo para hacer un escándalo, así que le pedí a Ruth que mantuviera la calma. —Mi mami aplasta muchas cabezas. ¡Mi mami es la mejor! —No, mi amor, yo no aplasto ninguna cabeza. Solo es trabajo —mientras intentaba explicarle a mi hija, Ruth se fue a la puerta para atender a quién estaba de visita. —Oh, aquí está la campeona del año. ¿Cuántas cabezas pisaste? —¡Tío Nico! —exclamando alegremente, mi hija recibió con jovialidad la presencia de mi querido amigo. —¿Miren lo que tenemos aquí? Espera, espera, no puedo estar así ante la princesa Diana. Primero debo inclinarme —haciendo una reverencia frente a mi hija, le arrancó una pequeña sonrisa a mi niña. —Tío Nico — ella se cubrió los labios, carcajeando. —Aunque creo que para ser una princesa falta algo más —llevándose un dedo a la barbilla, Nico sacó un pequeño obsequio de su abrigo, dejando a mi niña con los labios entreabiertos de emoción. —Toda princesa merece su corona —colocando el pequeño regalo sobre la cabeza de mi hija, ella saltó de alegría y luego regresó hacia mí. —Mami, ¿lo viste? Ahora sí soy una princesa. —Así es, mi amor. Eres una hermosa princesa. —Sí, mami, y tú eres la reina. Pero… No tienes corona —colocándome en cuclillas para estar frente a mi hija, la acaricié suavemente la mejilla con mi pulgar. —No es necesario, mi vida. Sin embargo mi pequeña dejó a un lado su sonrisa. Al parecer, estaba pensando en algo, y cuando finalmente tuvo una idea, salió corriendo a su habitación. —Espera, Dianita, no corras. Puedes caerte en los escalones —exclamó Ruth, pero mi hija parecía tener tanta prisa que subió rápidamente de todos modos. —Ay, Dios, señora, ya vuelvo, con su permiso —Ruth fue detrás de mi hija para observarla de cerca. —Definitivamente, esa niña es una pequeña versión tuya. Se parece tanto a ti, sobre todo por esa mirada peculiar de un verde intenso —dijo esto último fijándose en mis ojos. —¿Quieres beber algo? —Por supuesto que sí. De hecho, traje algunas galletas. Podemos compartirlas juntos mientras me pláticas de tu famoso logro. —Pero ¿cómo lo sabes? Aún no se lo he dicho a nadie. —Vamos, Lucía. No seas modesta. Aunque lo mantengas en siete llaves, yo siempre estaré seguro de que lograrás lo que te propongas. No es necesario que me lo cuentes para saber que te fue bien, pues has madurado mucho en los negocios. —Bueno, estuve obligada a hacerlo. Tengo 26 años. Tampoco soy una chiquilla. Soy mamá de alguien. —Tampoco eres una anciana. Estás en la mejor etapa de tu vida. —La mejor etapa de mi vida, pero me siento mayor. No puedo con estos dolores de espalda —me incliné hacia atrás para poder calmar un poco el dolor de estar prácticamente sentada en la oficina. —Lo que tienes es muy común, pero nada que unos masajes no relajen. Vamos, déjame revisar. —No, no te preocupes. Esto va a… —y sin previo aviso, Nico se colocó detrás de mí para luego pasar sus dedos en mis hombros, mientras hacía lentos movimientos que relajaban mis músculos. ¡Oh, cielos! —Si te recuestas boca abajo, quizás pueda hacerlo mejor. —Oh, no. No te preocupes. No es necesario —me levanté del asiento para agradecerle por su molestia, pero yo podía solucionarlo. —¿Estás segura?" —Completamente. Además, no puedo obligarte a venir del trabajo para que hagas otro. Eres un invitado en mi casa. Así que espera aquí que yo iré por unos vasos, y compartiremos tus galletas. Unos segundos más tarde, estaba de regreso con una jarra llena de té helado y unos vasos. Y disfrutando de las galletas como el té empecé a platicarle a Nico sobre mi reciente logro. Él se emocionaba cuando me escuchaba, por ningún momento la sonrisa se apartó de su rostro, definitivamente él era el mejor amigo del mundo, pues me había ayudado tanto, aún cuando yo no le pedía nada. … POV Knox Caminando en el largo pasillo del hospital, veo que más de uno se detiene y me deja el camino libre, nadie se atreve a desafiarme o hablarme sin que yo le dirija la mirada. Es mi hospital y nadie puede hacer algo sin mi autorización. No en vano he sacrificado todo para tener una imagen intachable, los errores están prohibidos. —¿Se puede saber qué hacen encerrados? —mi voz es dura al encontrar a un grupo de internos comiendo. —Teníamos hambre, por favor discúlpenos. —¡No hay lugar para el hambre cuando hay vidas en riesgo! ¡Muévanse ahora! Asustados salieron con los sandwiches en sus bocas. Sacando la llave del bolsillo de mi bata, cerré la puerta de la sala de descanso con llave y me fuí a reunir donde estaban los demás internos. —¡Escuchen todos! —levanté la voz, golpeando la puerta—. ¿¡Quién les ha dicho que pueden descansar!? —Señor… —¡Silencio! —me acerqué a quien se atrevió a interrumpirme—. ¡Cuando hablo, todos se callan! Ustedes son una nulidad, no tienen ningún peso, por lo que deberían estar agradecidos de haber sido admitidos en estas instalaciones. —Pero señor… Solo queríamos comer, estábamos agotados. Levanté mi brazo para mostrarle la hora en mi reloj de mano. —Existen quince minutos para la hora de almuerzo y si no lo aprovechan, no es mi problema. —Pero es que a último minuto llegaron heridos y no pudimos ir a comer. —Eso a mi no me importa. ¡Aquí se respetan los horarios! ¡Qué sea la última vez que encuentro a alguien comiendo a escondidas! —Sí doctor —contestaron al unísono. Cada uno de ellos se fue a dar apoyo a su residente, mientras yo me dirigí de regreso a mi consultorio, pero la calma duró poco, pues alguien tocó mi puerta. —¡No hay nadie! ¡Largo! —Ya entré —desobedeciendo como siempre, Luis entró a mi oficina. —¿Qué quieres? —No lo sé, tal vez saber la razón de que les gritaras a mis internos. —¿De qué manera eran tus internos? —Así es, estaban agotados, merecían ir a comer algo, yo les dí el permiso. —¿Y con qué derecho sobrepasas mi autoridad? —Con el mismo derecho que formo parte de la directiva del hospital. Vamos Knox, son seres humanos, no máquinas. —¡Pues una máquina es menos estúpida que esos internos tuyos! —Es curioso, pues eso me recuerda a cierta persona que no tolera a los niños… ¡Pero es pediatra! —¿Me estás diciendo estúpido? —Si te queda la bata, pontela —dicho esto, salió de mi oficina. —¡Luis! —grité entre la ira y ofensa. —————— POV Lucia —Te puedo recomendar mis instalaciones para la promoción de tu laboratorio —se ofrece Nico y yo me siento muy agradecida. —Me encantaría, déjame coordinarlo con la junta pues sería una excelente estrategia. —Mi equipo está a tu dispocición —me sonríe, sin apartarme la mirada. —¡Mami! ¡Mami! —entonces mi niña baja presurosamente con algo en sus manitos. —¿Qué pasa mi amor? —Cierra los ojos —me dice al estar frente a mí. —Oh, ¿será una sorpresa? Ella asiente y yo decido seguirle el juego, hasta que algo se posiciona sobre mi cabellera. —Ahora mami es la reina. Mi pequeña Diana me había hecho una corona con sus manitas lo que llenó de ternura mi corazón. —Esta es la corona más valiosa que puede haber en el mundo —cargo a mi niña en mis brazos, cuando de repente alguien llama a a la puerta. Ruth va a abrir, pero ella queda boquiabierta, como si hubiera visto a un fantasma. —¿Quién es Ru…? —Hola Lucia. —Filipo… Vestido como si viniera de un velorio, camina viendo a detalle la casa. —No creí que esta pocilga podría mejorar. —Filipo… ¿Cuánto tiempo? —me siento algo emocionada al ver a mi hermano después de casi 8 años. —Parece que no perdiste el tiempo —dice cuando ve a mi hija. —Mami… ¿quién es él? —Mucho gusto pequeña señorita, soy tu tío. —¿Mi tío? —Así es mi pequeña, él es mi hermano —le contesto con toda la intención de recibir a mi hermano con los brazos abiertos, pero su abrupto comentario lo cambia todo. —Bueno, no he venido a hacer un tour familiar, vengo por el dinero que me corresponde. —¿Qué? —No pongas esa cara Lucia, supe hasta hace poco que papá si dejó algo en su testamento. —Pero tú nunca llegaste a la lectura. —No, pero el abogado me dejó una copia. Soy parte de la familia, nada se me puede ocultar. —Ese dinero se lo dejó a tu hermana, tú ni siquiera viniste al entierro. —Mira, no sé quién diablos seas, pero no te metas en asuntos familiares —dijo Filipo a Nico. —Me meto porque es mi amiga. —Amiga, amante, tu maldito polvo, no me importa. Solo vengo por mi dinero —entonces su mirada se desvía hacia el folder que yo tenía en la mesa—¡Vaya! Un laboratorio —dice al revisarlo—. No resultaste tan tonta, hermanita. —¡Se puede saber que te pasa! —Nico, por favor retírate —le pido—. Mi hermano y yo tenemos que hablar. —Pero… —Hablaremos después de la oferta que me hiciste. —E-está bien, pero no dejes de llamarme —él se va y luego le pido a Ruth que se lleve a mi hija a la habitación. Una vez a solas tomó la actitud seria que corresponde al momento. —Papá no te dejó nada, y no pienso hacer un escándalo de esto, sin embargo, no voy a regalarte nada. —Tengo derecho a ser parte del laboratorio, el dinero fue de nuestro padre. ¡Soy el mayor y exijo lo que me corresponde! —Lo que te corresponde te lo dió nuestro padre el día que te fuiste llevándote parte de sus ahorros. —¿Ahorros? Eso no me duró ni una semana. —Creí que el tiempo te ayudaría a madurar, pero ya veo que no. —Sabes que puedo demandarte. —No me importa, en lo que a mi concierne, no voy a regalarte ni un solo centavo, así que trae a todos tus abogados, que yo te esperaré con los míos.
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