MARION
Estaba con Gilberto hablando de los viejos tiempos. Me había encontrado con él en la cena del cumpleaños de la senador cuando sentí de nuevo que alguien me estaba observando.
Levanté mi vista cuando pude ver a Bruno a lo lejos. Nuestras miradas se cruzaron. Una inquietud dentro de mí hizo que me sintiera incómoda por un momento. No sabía si me había reconocido, pero no quería que me viera más. Tenía que moverme.
— Entonces estás de vuelta Marion. Creí que no regresarías a la ciudad luego de tu divorcio —me dijo mi amigo mientras yo le daba un sorbo a mi copa, nerviosa porque Bruno no dejaba de observarme.
— No es que haya querido regresar, pero me necesitaban aquí así que no tuve opción —dije sin más preámbulos. Era verdad, no habría regresado sino fueran por motivos de negocio.
— ¿Y has visto a "el innombrable"? —me preguntó Gilberto. Sabía que se refería a Bruno, y estaba a lo lejos frente a mí.
— Para mi mala suerte sí. Lo he visto esta mañana en los tribunales, pero afortunadamente no me reconoció.
En verdad lo decía con alivio. No era que moría por verlo, aunque una parte de mi no lo había olvidado, era parte de mi pasado después de todo.
— Es que cambiaste demasiado. Si no fuera por esos ojos aceitunados que tienes no te habría reconocido.
— No podía quedarme en depresión todo el tiempo. Tenía que hacer algo conmigo que me levantara los ánimos —le respondí con amargura— te dejo un momento Gil, iré a buscar a Selene.
— Te veo en un rato —me dijo.
Fui directo a rellenar mi copa de champagne, con el pretexto de alejarme de ahí y perder de vista a Bruno, con suerte no lo vería el resto de la noche.
Me dediqué a buscar a Selene, que al parecer no había perdido el tiempo. Estaba platicando y coqueteando con uno de los invitados. Se alejó de su conquista un momento al verme de reojo merodear por el lugar.
— Francis me ha dicho que es probable que necesite de tus servicios —me dijo mi asistente muy animada.
— ¿Francis? —le pregunté alzando las cejas. Le dediqué una mirada pícara y ella no hizo más que ruborizarse.
— Es guapo, no lo puedes negar. Además es un cliente potencial. Estaba a punto de irse con Bruno Storm.
Sentí un retorcijón de estómago al escuchar su nombre. Si podía quitarle un cliente al idiota de mi ex esposo, entonces creo que consideraría darle un aumento a Selene.
— Si puedes concretar una cita con él y evitar que se vaya con Bruno Storm, tendrás mi eterno agradecimiento y un posible aumento —le guiñé un ojo mientras me alejaba del lugar, al a Bruno cerca de ahí.
— Cuenta con ello —me dijo Selene con cierta coquetería regresando con su ligue de esa noche.
Tal parecía que sería una noche larga tratando de evitar encontrarme con mi ex marido. Tuve que camuflajearme caminando al lado de un mesero para poder pasar a su lado sin ser descubierta.
Me volví a encontrar nuevamente con él. Me estaba siguendo a todos lados como una maldición. En un movimiento desesperado por no verlo más y llegar al valet parking sin que nadie lo “notara" saludé a los ocupantes de una mesa y me metí debajo de ella ocultándose detrás del mantel.
***
BRUNO
Tal parecía que Marion me estaba evitando, la había visto hablar con una mujer a lo lejos y después irse de prisa al verme de reojo. Eso confirmó mi sospechas. Realmente era ella.
¿Desde cuándo Marion huía de mí? Siempre me había seguido a todos lados e incluso había buscado pretextos para poderme ver. Y ahora... ¿estaba metiéndose debajo de una mesa? No podía creer las ganas de no verme que tenía esa mujer.
Saludé a los ocupantes de la mesa con una mano. Dejé mi copa casualmente encima del mueble y me sumergí debajo de la mesa. Mientras los invitados no sabían que pensar sobre nuestro extraño comportamiento yo me sumergí detrás del mantel, y ahí estaba ella con cara de haber visto a un fantasma que la estaba persiguiendo hasta el infierno.
***
MARION
No podía creer que el orangután de mi ex me había seguido debajo de la mesa. En otro tiempo, Bruno simplemente me habría dejado ahí, pudriéndome en el olvido pensando que estaba haciendo un berrinche infantil, sin embargo, su rostro mostraba sorpresa y curiosidad.
— ¿Marion? —me preguntó en voz baja. Yo contenía la respiración pensando en una manera de escapar una vez más de la situación.
Lo fulminé con la mirada.
— Creo que se equivoca de persona. Con permiso —dije sin más. Comencé a gatear para ir hacia el otro lado de la mesa.
— Eres Marion. Estoy seguro de ello —me dijo seguro de lo que decía. Como si tuviera pruebas de lo que creía.
Gateó detrás de mi sin perderme de vista.
Salí de la mesa con los ojos de los invitados de la mesa puestos en nosotros. Me sacudí el vestido, le acomodé el cabello y seguí mi camino con la respiración de Bruno en mi nuca.
— No sé a lo que se refiere señor Storm. No soy esa tal Marion de la que está hablando —dije sin pensarlo.
— Si no eres esa Marion que estoy buscando entonces ¿cómo demonios saber que soy el señor Storm? —lo dijo con tono de burla.
Cerré los ojos con fuerza al ver la estupidez que había cometido. No podía continuar negándolo. Un error tan tonto me había costado tener que verlo a la cara tan cerca.
Me tomó del brazo con fuerza y me jaló al baño que estaba cerca de donde estábamos.
— Bruno, suéltame —le dije entre dientes tratando de no montar una escena, sonriendo forzadamente a todos los invitados.
— Así que has dicho finalmente mi nombre —me dijo triunfante.
Por fortuna nadie vio el momento en que cerró la puerta por detrás y nos encerró con seguro. Me puso contra la pared enjaulándome poniendo sus fuertes manos sobre la pared.
Me miró fijamente y sentí como mi corazón se aceleró por el nerviosismo que sentía al tenerlo tan cerca. Era la segunda vez que en mi vida que lo había tenido tan cerca escudriñándome con la mirada. La primera vez había sido la noche el que me pidió el divorcio, luego de haberme hecho el amor de una manera tan fría.
Traté de empujarlo con ambas manos para salirme de su encierro, pero no sé movió un solo centímetro. Me tomó de las manos y me inmovilizó. Era frustrante saber que no podía hacer nada salvo ver al suelo.
— Debo decir que me sorprende tu cambio Marion —me dijo de pronto con la voz ronca— de no haber sido porque te vi en el tribunal y pude reconocer tus ojos aceitunados y el lunar debajo de tu mentón no te habría reconocido.
— No podía pasarme la vida lamentándome por lo imbécil que fuiste conmigo —me atreví por primera vez a verlo a lo ojos. Me veía con cierta curiosidad— las personas cambian cuando lo deciden y decidí ver por mí misma por primera vez. No todo gira al rededor tuyo.
— Es eso te equivocas. Siento decepcionarte —tan altanero como siempre. Maldito imbécil.
— Ahora resulta que me tratas fríamente. Antes no te atrevías siquiera a responderme —sentí su respiración sobre mi rostro. No podía retroceder porque la pared me lo impedía, pero tampoco debía parecer débil por lo que respondí a su mirada, furiosa— parecía que rogabas por mi atención.
— Y mira ahora quién me está buscando —sonreí con burla.
— No creas que me importas. Mi única pregunta es saber qué haces en la ciudad. ¿Por qué has regresado a la ciudad Marion? claramente te dije que no te quería ver —me dijo con seriedad.
— Tú y yo no tenemos nada que ver el uno al otro. Así que quítate la idea de que tengo que estar avisándote qué tengo que hacer. Así que déjame ir —dije intentando zafarme de su cautiverio.
— Tan solo responde s mi pregunta y te dejaré ir —me insistió.
— No voy a responder nada de lo que preguntes —dije tajante y segura de mi misma.
Me vio por un momento acariciando una de mis mejillas. Sentí la calidez de las yemas de sus dedos, nunca me había tocado de esa manera, ni observado con detalle. Parecía que no podía creer que hubiera cambiado, no tan solo físicamente, sino también en mi carácter.
El culpable había sido él, de tanto dolor y sufrimiento por su frialdad, me había vuelto más fuerte que nunca.
— No eras tan necia y resongona antes. ¿Qué pasó con la mujer tímida que me perseguía a todos lados como un perrito faldero?
— Ya no existe. Desafortunadamente veo que el idiota del que una vez estuve enamorada sigue existiendo —estaba harta de estar encerrada en ese baño teniendo una conversación inútil con él— te odio Bruno —le volví a repetir.
Me miró a los ojos, y por primera vez no supe decifrarlo.
— No creo que sepas lo que estás diciendo —me dijo tomándome de la nuca, con sus dedos en entre mi cabello para robarme un beso, frío y apasionado al mismo tiempo.