Divorcio después del sexo
MARION
Me pidió el divorcio después de hacerme el amor.
Aún podía sentir el rastro cálido de sus besos sobre mi piel cuando mi esposo me extendió los papeles, que terminarían con nuestro matrimonio, y una pluma para firmar. No lo podía creer, me había entregado a él y me había rechazado segundos después con sus caricias vacías.
Me aferré a las sábanas alrededor de mi cuerpo al no entender lo que estaba pasando con él. Sentía cómo las lágrimas me estaban quemando detrás de los ojos. ¿Por qué? Me pregunté en mi cabeza.
— Firma los papeles Marion, vamos a terminar ésto de una vez —dijo el amor de mi vida sin siquiera dirigirme aquella mirada tormentosa de la que tanto había anhelado desde que era niña.
— ¿Por qué me lo has pedido ahora cuando me acabo de entregar a ti? —mi voz entrecortada denotaba mi dolor y mi tristeza— ¿no pudiste esperar al menos a que esté vestida?
— Simplemente quería sentirte en mis brazos, para saber si de esa manera cambiaba de opinión, pero no sentí nada. Quiero el divorcio Marion —lo dijo sin dudar, levantando los hombros. Me hizo sentir como si fuera una mujerzuela más en su lista. Debí saberlo, pues él nunca me presentó como su esposa ante la sociedad. Tan solo era un simple rumor.
Sentí que una parte de mi alma se había roto por completo. Sentía que mi mundo estaba desapareciendo succionada por un hoyo n***o. Se había burlado de mí. Le había entregado mi inocencia, sí, fui un poco anticuada en ese aspecto y no me arrepiento de hacerlo. Me dolía porque hace un año que me casé con él y esperaba con ansias ese día en el que me hiciera el amor y me dijera cuánto me amaba, pero simplemente no sucedió.
Fue un trago de cianuro, amargo y directo al corazón.
— ¿Por qué me haces ésto? Bruno yo te amo, siempre lo he hecho —dije con un hilo de voz.
— Pero yo no —sonrió con cierta ironía— Lo siento, no siento nada por ti, no te amo. No puedes ser tan tonta esperando a que te ame cuando ha pasado un año y te has metido en mi cama a la fuerza. Si me casé contigo fue porque no tenía nada más que hacer.
— Pero siempre he estado enamorada de ti y tu lo sabes. Desde que éramos niños y… —no pude contener las lágrimas traicioneras— tú solo estabas jugando con mi amor… te di todo Bruno ¿Por qué me tratas así?
Las lágrimas comenzaron a recorrer mis mejillas dejando rastros de dolor por mi rostro contraído en tristeza. Sentía que ya estaba muriendo en vida. Había idolatrado a ese hombre, era mi adoración y despreció mi corazón.
— Porque ¿Quién querría a una esposa fea como tú? —dijo Bruno sin ningún tipo de consideración hacia mí.
Siempre he sabido que no era guapa. La gente se solía burlar de mí por estar todo el tiempo sin maquillaje, mi cabello largo y desaliñado con una orzuela espantosa en las puntas y un frizz indomable. Mis ojos saltones, eran la atracción popular del bullying, me decían “ojos de sapo” por verdes, grandes y saltados. Eso sin contar con una hilera de acné que atacaba mi cutis todo el tiempo.
Lo que más me dolía es que no había visto más allá de mi físico.
— Aparentemente tú lo quisiste así en un principio —mi voz temblaba no sabía si de rabia o decepción— y ahora me desprecias por fea, me haces el amor y luego me deshechas como a una basura.
— No te vendas de pura, porque la verdad es que tú y yo sabemos que desde que tienes uso de razón has soñado en acostarte conmigo. Ya te cumplí el deseo ahora firma los papeles Marion y lárgate de mi casa.
El rostro de Bruno estaba rojo, no era por el alcohol de eso estaba segura, realmente estaba furioso conmigo por alguna razón que no podía entender. Me sentí tan estúpida por haber sentido dolor a causa de un hombre tan frío como él. ¿Por qué había sido tan estúpida en haberse enamorado de un hombre que me hacía notar mi fealdad? ¿Que me hacía menos?
— ¡Eres un maldito idiota! ¡Si tu crees que estuve desesperada por tener s*x* contigo entonces no mereces mi amor! —grité con todas mis fuerzas. No sabía que era posible pasar del amor al odio en menos de un minuto, tal como experimenté en ese momento.
No sé si fue la adrenalina en mi cuerpo, pero sentí que debía de parar.
— ¡Nunca has sido ni la mitad de lo que fue Pamela! ¡Nunca serás como ella ni en tus más burdos sueños! ¡No quiero tu absurdo amor! ¡Lo único que quiero es que te largues de aquí! —me lo escupió a la cara como un chorro de ácido, esperando deshacer todo mi ser de la manera más agonizante posible.
— Pamela —me dije a mi misma. Me abracé a mi misma al sentir cómo mi cuerpo se estremecía al escuchar ese nombre.
Decidí levantarme. Con mi cuerpo desnudo y tembloroso ligeramente, tomé mi ropa del suelo y decidí vestirme. No valía la pena estar ahí, con él, sin ser valorada.
Había tenido mucha fe en él y solo me había ganado la decepción de su desprecio.
Aquel hombre carismático, guapo, multimillonario, con una carrera exitosa en la abogacía, era alegre con todos menos conmigo. Todo mundo hablaba sobre la buena persona que era Bruno Storm, pero a mí me tocó conocer su lado frío, su lado salvaje y calculador.
Busqué una pequeña maleta en ese momento. Había sido demasiado, me había olvidado de mí misma, lo había amado toda mi vida pero no dejaría que me humillara más.
Puse las pertenencias más importantes que tenía, como el collar de mi madre con un dije en forma de corazón. Dentro había una fotografía donde yo estaba con ella, abrazándonos. La echaba mucho de menos desde su partida.
Puse un poco de ropa para poder taparme del frío abrazador que hacía allá afuera, algunos zapatos y cosas de aseo personal.
De pronto mi bolsa cayó al suelo. Al principio no entendía qué había pasado, pero después vi que Bruno me fulminaba con la mirada.
— No tienes derecho a llevarte nada. Te llegará una compensación por haber estado en éste matrimonio de mierda y espero nunca más verte en mi vida —me dijo Bruno. No podía creerlo.
Lo empujé con todas mis fuerzas. Las lágrimas me habían vencido. Sentí como quemaban mis mejillas por sus palabras. me limpié las lágrimas de inmediato.
Lo había decidido en ese momento. Me puse el abrigo más caliente que tenía en el armario y unos tenis, lo único que podía llevarme en ese momento.
Tomé los papeles de divorcio en mis manos y sin dudar un solo segundo los firmé. Se los aventé a la cara furiosa por lo que había hecho con los dos, por lo que había hecho conmigo, por matar este amor.
— Te odio Bruno —dije entre dientes mientras las hojas caían esparcidas a sus pies— te odio y no sabes cuánto. Maldito el día que te conocí y creí amarte.
Lo decía en serio. Una pequeña parte de mi alma lo estaba odiando. Por un momento pude notar cierta sorpresa en su rostro al decirlo de esa manera. No se lo esperaba, para ser honesta yo tampoco, pero se sentía bien decirlo.
— ¿De verdad los has firmado? —sonrió con sarcasmo— hasta ahí ha llegado tu lealtad a mí. No pensé que fueras tan desleal después de todo. Me habías prometido que me amarías a pesar de todo —se acercó a mí lentamente. Le sostuve la mirada. Tal vez estaba a punto de hacer lo más valiente que había hecho en mi vida.
— Ahí tienes los papeles Bruno —dije con sequedad.
— Después de todo creo que tienes cierto grado de intelecto. Desde éste momento no tiene nada que ver conmigo —me dijo con frialdad fulminándome con su mirada.
— Eres libre. Me cansé de amarte —me quité el anillo de promesa de bodas y lo dejé sobre el lado de su cama como un símbolo de que no seguiría amándolo más.