—¡Hurra! ¡Hazlo otra vez, Dora! Apuesto veinte guineas a que fallas en el primer intento.
Melinda se ruborizó. Nunca, ni en sus más locos sueños, pensó que vería a una dama dar un espectáculo así… y durante una cena. Los caballeros gritaban y se ponían de pie para ver mejor. Dora se veía muy agitada y el bajo escote de su talle adornado de encaje se hizo más profundo. Al dar la patada, mostró, no sólo sus piernas, sino las elaboradas prendas interiores que llevaba bajo las faldas.
Melinda cerró los ojos. Pensó que aquello no sólo era una humillación para aquella mujer sino para todas las damas presentes. Entonces, al fallar de nuevo, Dora se dejó caer en una silla, entre exclamaciones de desilusión.
—No puedo… respirar— exclamó con voz ahogada—, necesito… recobre… el aliento… alguien, d
