—¡No me casaré con el Coronel Gillingham!— murmuró Melinda. Entonces su voz se quebró y las lágrimas empezaron a brotar de lo más profundo de su ser, sacudiendo su frágil cuerpo torturado—. ¡Oh, mamá… papá! ¿Cómo pudieron permitir que… me sucediera esto? — sollozó—, éramos tan felices; la vida era tan maravillosa hasta que… murieron. Las lágrimas ahogaron su voz, pero ella siguió murmurando, una y otra vez, como una niña perdida. —¡Papá!... ¡Mamá! Los… necesito… ¿en dónde… están? De pronto, como si sus padres hubieran contestado a su súplica, supo cuál era la solución de su problema. Se le ocurrió en forma clara, repentina, inconfundible, como si alguien le hubiera dicho lo que tenía que hacer. Ni por un momento se detuvo a pensar si estaba bien o mal, o si sería bueno o malo para su fu