Melinda fue arrastrada hacia adelante por la multitud y un empleado del tren la ayudó a subir al vagón que le correspondía. Se encontró instalada junto a una ventanilla en el fondo del vagón. Se sentaba frente a ella un anciano caballero que se cubría con una gruesa capa de tweed, aparentemente temeroso de las corrientes de aire, a pesar de que era pleno verano. Su esposa iba envuelta en es- pesos velos y llevaba una capa y un sombrero adornados con abundantes cuentas. El resto de los pasajeros estaba formado por hombres. A Melinda le parecieron hombres de negocios, y sus sospechas se confirma-ron cuando empezaron a hablar de clientes y ventas. Había mucho ruido afuera, en el andén, hasta que el tren comenzó a arrojar grandes nubes de humo que pasaban frente a la ventanilla y en medio de