Isabel caminó a la salida, pasaban de las seis de la tarde, había terminado su trabajo y por primera vez, no avisó a su jefe que se retiraría, no quería ver la cara de Ernest, porque habían dentro de ella tantos sentimientos ambivalentes; pasaba del amor, del dolor, de la pasion a la frustración y remataba en una tristeza profunda, no, ella no podía mirar los ojos de Ernest sin desear que fuera él quien la salvara del dolor que padecía.
Intentó ir a su auto, cuando de pronto escuchó esa voz que tanto adoraba, se detuvo, se quedó perpleja al mirarlo
—Isabel, espera, tenemos que hablar.
—Ha terminado mi horario, señor, debo irme —ella abrió su auto, dispuesta a irse y dejarlo ahí, pero él cerró la puerta antes de que ella intentará subir, lo miró con rostro enojado
—¿Qué es lo que quier
