Inesita sacó a pasear a Beto, el perro se encontraba intranquilo, al igual que ella, la pobre mujer sentía que tenía el corazón en la boca, nadie le daba noticias de Marypaz. —Que no tenga nada grave, ella es tan buena, tan noble, merece una vida plena, por favor, Dios mío escúchame, que esté sana —suplicó mientras gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. El ladrido de un perro la sobresaltó, volteó y se encontró con la duquesa, miró a su alrededor y no estaba acompañada de Gianfranco sino del capataz, Martina le había pedido sacarla a pasear, también había notado a la mascota de su dueño inquieta. —Seño…rita Inés, ¿qué hace por aquí? —preguntó Piero—, es muy tarde. Inés limpió con el puño de su suéter sus lágrimas. —Saque a pasear a Beto, anda muy inquieto, mi niña Marypaz no