Gianfranco se quitó los lentes para el sol, bajó de su auto, y entró al lujoso edificio de aquel hotel, se identificó en la recepción y de inmediato siguió al elevador. Llegó al último piso del edificio, a la suite presidencial, entonces tocó a la puerta. —¡Mi niño! —exclamó la mujer que abrió, lo abrazó de inmediato. —Hola, abuela, ¿qué haces de nuevo acá en Ancona —preguntó. —Antes de responder, dame de nuevo un abrazo —solicitó Grace con su voz ronca—, ven pasa. Gianfranco era el único de los nietos que decidió tener contacto con ella, los demás la rechazaron cuando los buscó siendo adolescentes, pero Grace aprovechó que él era noble, y se acercó a su nieto con sus típicos engaños y mentiras. —¿Cómo has estado, abuela? La señora con ayuda de él tomó asiento en un sillón, a