La mansión Coleman, con su imponente fachada y su aura de misterio, se alzaba imponente ante Bet mientras caminaba elegantemente tomada de la mano de sus dos pequeños hijos de cinco años. Con cada paso que daban, una mezcla de emoción recorría su cuerpo. Recordó la primera vez que ingresó a esa mansión, estaba tan triste y aterrada, desconocía completamente a quienes vivían en ese lugar. Pero esta vez era diferente. Esta vez, Bet regresaba como dueña de la mansión.
La mirada fúnebre de Greibiel no se apartaba, la observaba desde la gran ventana. Sus ojos azules parecían penetrar en su alma, llenos de desprecio y desconfianza.
Con un leve suspiro, Bet abrió la puerta del salón principal. La elegancia y el lujo que siempre había en ese espacio no habían cambiado, pero ahora era ella quien lo dominaba, quien tenía el control.
Greibiel, resentido por haber quedado excluido de la herencia, se paró frente a ella, evitando que continuaran.
Los dos pares de ojos lo observaban desde abajo. Moisés, el pequeño de cinco años, lo observó con el ceño fruncido. Ante esa mirada que mandó su parte baja, Greibiel bajó la mirada. Se quedó más que sorprendido por las facciones de aquel pequeño. Apartó la mirada del niño y la dirigió a Eliana, cuando aquella niña le sonrió y le saludó con la mano, las comisuras de Greibiel se curvaron.
—¿Nos das paso? — dijo Bet.
Greibiel se hizo a un lado. No iba a discutir delante de los niños con esa mujer. Además, la ley la amparaba.
—Buenas tardes, señor Greibiel —saludó Eloísa tímidamente.
Los azules ojos de Greibiel la fulminaron con la mirada. Esa mujer había apoyado las locuras de su abuelo, le había ocultado todos esos años ese matrimonio.
—Eloísa, pide que preparen las habitaciones.
—Ahora mismo señora —, respondió Eloísa, y fue a la cocina.
Los niños continuaron observando la mansión. Al cruzar las puertas dobles de entrada, se revelaba un impresionante vestíbulo de doble altura. Las paredes en tonos crema suave servían como telón de fondo para destacar las obras de arte contemporáneo que adornaban el lugar. Un lustroso suelo de mármol blanco, dispuesto en patrón de espiga, guiaba hacia el corazón de la mansión.
Moisés llevó su mano hacia una figura, su hermana Eliana le dio un manotazo en la mano.
—Mamá ha dicho que las cosas se ven y no se tocan —, le reprendió de brazos cruzados.
En la amplia sala de estar, donde la luz natural penetraba a través de grandes ventanales de piso a techo, se encontraban Greibiel y Bet observándose fijamente. Esta última se acomodó en un elegante sofá de cuero blanco que descansaba frente a una estilizada chimenea de mármol, añadiendo un toque de calidez y sofisticación al ambiente.
Greibiel apartó la mirada de Bet y la dirigió hacia Moisés, quien curioseaba la gran mansión Coleman. Le parecía sumamente hermoso ese lugar. La sala de estar fluía hacia un comedor formal, donde una mesa de cristal con sillas de terciopelo n***o se destacaba en el espacio. Una lámpara colgante de diseño minimalista iluminaba el ambiente con su luz suave y cálida, añadiendo un toque de intimidad para las cenas formales.
El pequeño caminó hacia la cocina, un ambiente moderno y funcional que presentaba muebles de madera lacada en tonos neutros, encimeras de granito y electrodomésticos de acero inoxidable. Una isla central con taburetes de cuero blanco creaba un espacio perfecto para las comidas rápidas o las reuniones informales. Unas escaleras de estilo minimalista que llevaban al segundo piso se encontraban en el pequeño pasillo que dividía la cocina de un espacio que desconocía de que se trataba. Moisés imaginaba que esas escaleras, al igual que las dos del recibidor, llevaban a los dormitorios.
—Tus bastardos se parecen mucho a mí —, expuso Greibiel. Bet dirigió la mirada a sus hijos—. Entonces, ¿son hijos de mi abuelo? Te metiste con un hombre que te triplica la edad para quedarte con todo su dinero.
Viendo la mirada de Greibiel, Bet farfulló: —Si así fuera, ¿cuál es tu problema? ¿Ahora comprendes por qué te dejó sin herencia? — Sonrió al verlo enojado—. Yo que tú, empezaría a buscar trabajo, porque de lo contrario no tendrás cómo cumplir los caprichos de tu adorada Zuna. No vaya a ser que termine abandonándote de nuevo.
—¿Cuál es tu problema con mi esposa? Desde hace unas horas no has dejado de mencionarla—, se acercó —No vuelvas a nombrarla, porque juro…
Bet se levantó de su asiento.
—¿Qué? ¿Qué me vas a hacer si nombro a tu querida Zuna? — Estaban muy cerca, sintiendo el aliento que expulsaban sus fosas nasales.
—Mamá —, pronunció Moisés —¿Puedo subir? — Eloísa lo tomó de la mano y dijo.
—Los llevaré al segundo piso—, Bet asintió.
Eloísa y los niños subieron al segundo piso, los llevó a una de las habitaciones más grandes. La suite principal, el santuario de descanso y tranquilidad, presentaba una cama con dosel en tonos tierra suaves. Los muebles de almacenamiento empotrados y las paredes revestidas de madera añadían un toque lujoso y práctico al espacio.
El baño principal, un oasis de relajación, estaba equipado con una bañera de hidromasaje de gran tamaño y una ducha de vidrio amplia. Los lavabos de estilo moderno se alineaban en una encimera de mármol, mientras que los espejos montados en la pared reflejaban la elegancia y el buen gusto del diseño.
La mansión también contaba con una sala de entretenimiento equipada con una pantalla plana, cómodos sofás y una mesa de billar. Un gimnasio privado, completo con máquinas de ejercicio de última generación y una zona de spa, ofrecía un refugio para aquellos que buscaban mantenerse en forma y relajados.
El patio trasero, un espacio diseñado para el disfrute y el entretenimiento al aire libre, incluía una piscina de forma rectangular rodeada de exuberante vegetación y una amplia terraza cubierta con muebles de exterior elegantes y cómodos.
La mansión de los años noventa era una obra maestra de diseño interior contemporáneo. Cada detalle había sido cuidadosamente considerado y seleccionado para crear un ambiente de lujo y confort, donde el minimalismo se fusionaba con la funcionalidad. Esta residencia era verdaderamente una joya de la época, una muestra de la elegancia y el estilo inconfundibles de los años noventa.
Los niños subieron a la cama y saltaron en el colchón. Agarraron las almohadas y golpearon sus pequeños cuerpos, cayendo sobre la suavidad del colchón y rebotando.
En la planta baja, Greibiel dio dos pasos hacia atrás, sin apartar la mirada de Betsy. Esta tampoco se apartó.
—Mi abuelo quiere que críe a sus hijos —sonrió—. Como si yo no tuviera una vida por delante.
—No necesito a nadie para criar a mis hijos —expuso Bet.
—Entonces, ¿por qué carajos mi abuelo quiere que me case contigo? No le encuentro otra razón.
—No la ves porque estás ciego, porque eres un ingenuo que no ve más allá de sus narices.
—Lo veo perfectamente. Sé que mi abuelo no quería a Zuna. Sé que, por mi regreso con mi esposa, más los bastardos que tuvo contigo, me dejó fuera de su testamento.
—Vuelves a llamar bastardos a mis hijos, y te juro que reviento todo lo que hay en esta sala en tu linda cabeza.
Greibiel sonrió —¿Crees que esta vez me quedaré de brazos cruzados? —Volvió a acercarse peligrosamente, esperando que Bet retrocediera, pero ella continuaba ahí, sin mover un músculo de su perfecto cuerpo —Ahora no tienes a tus dos gorilones que te defiendan.
Bet cruzó los brazos —No necesito a nadie, puedo defenderme sola. En estos casi seis años, he tenido que lidiar con infelices como tú, esos que creen que pueden golpear y la mujer se echará a llorar. Así que sé perfectamente cómo lidiar con ellos.
—No he dicho que voy a golpearte. No es mi estilo tratar a las trepadoras como tú —Bet soltó una carcajada.
—¿Trepadora? ¿Acaso conoces el significado de esa palabra? —Greibiel se mantuvo en silencio —Creo que no lo conoces, porque si lo conocieras, sabrías diferenciarlas y no te dejarías engañar tan fácilmente —sin decir más, dio la vuelta, esparciendo un aroma a flores que emanaba de sus cortos cabellos rubios.
Sacudiendo su gran trasero, caminando con su cuello recto como una jirafa, subió las gradas.
Greibiel suspiró profundo. Volvió a acercarse a la ventana, esperando que su esposa regresara.
Horas atrás habían discutido. Resultaba que en verdad estaban divorciados. Zuna se puso muy triste porque ya no eran esposos, porque él había firmado el divorcio cuando ella se encontraba hospitalizada.
Eso fue lo que hizo creer a Greibiel. Hace un año atrás le llamó llorando, pidiendo que fuera a verla a un hospital, donde había permanecido en coma por algunos años. Estuvo varios meses en terapia y apenas se había recuperado.
Greibiel sentía una opresión en el pecho. Tenía miedo de que Zuna se volviera a marchar.
Mientras observaba hacia el exterior, vio bajar a Hernán. Este sacó varias maletas del maletero y las llevó adentro. Al abrir la puerta, se quedó helado por la mirada de Greibiel.
—Otro traidor tengo en frente.
—Señor, yo…
—Por lo visto, todos en esta casa son unos miserables traidores.
—Lo siento. Solo seguí órdenes de su abuelo. No pude decírselo, perdería mi trabajo.
—Supongo que ahora no te importa perderlo, ¿cierto?
—Soy empleado de la señora Betsy, es ella quien puede despedirme, señor —inclinó la cabeza y siguió—. Con permiso, señor.