Gabriel fue hasta el despacho, se sentó y agarró el Motorola. Abrió la pantalla y marcó el número de su amada Zuna. Del otro lado, la mujer no respondió, guardó el teléfono en la cartera y dijo para sí misma:
“Tendrás que hacer muchas cosas para contentarme, Gabriel.”
Volvió a casa cuando la noche ya casi caía. Gabriel estaba dispuesto a salir a buscarla, pero al verla llegar, corrió hacia ella y la ayudó a entrar.
Desde arriba, Bet los contemplaba.
—¿Se puede ser más estúpido en la vida? — Le preguntó a Eloísa, quien estaba a su lado.
—Ay, señora, tampoco le diga así—, Bet dio la vuelta y fue hasta la cama.
—Cuando lo vi por primera vez, me pareció un hombre inteligente, capaz de resolver las cosas fácilmente. Nunca pensé que fuera tan bruto.
—Solo está enamorado.
—Por favor, eso no es amor. Eso es brutalidad al cien—, Eloísa sonrió.
—¿Alguna vez se ha enamorado?
Bet perdió la mirada en la nada, recordando su primer y único amor, y lo ciega que estuvo durante todo ese tiempo.
—Sí, me enamoré por primera vez, caí como una estúpida ante sus bonitas palabras. Pero tenía diecisiete años, era una pueblerina ignorante y sin experiencia en el amor. Este buey ya tiene más de treinta años, si se deja ver la cara es porque se pasa de imbécil. ¿Cómo puede seguir con alguien que lo abandonó semanas después de casarse? Hay que estar demasiado falta de amor para recibir de vuelta a quien se fue y te lastimó.
—Hay que ver qué le dijo para que ella lo aceptara de regreso.
—Bastante ciego está para caer dos veces con alguien que te falló una vez.
—Para eso está usted aquí, para abrirle los ojos, para que se dé cuenta de la clase de mujer que es la señora Zuna.
Bet suspiró y caminó hacia el balcón
—¿Crees que lo convenza de que se case conmigo?
—No solo lo creo, estoy segura de que lo pedirá—, suspiró —¿Y usted? ¿No le daría una segunda oportunidad a ese amor del pasado?
—Por supuesto que no. No resbalo dos veces en el mismo lugar. Menos con un imbécil que jamás me amó como decía amarme.
Mientras las dos mujeres platicaban, Greibiel ayudaba a Zuna a salir de la bañera. Después de ponerle la bata, la llevó a la cama, se recostó y la abrazó.
—¿Por qué tuviste que firmarlos? —Greibiel recordó las razones por las que firmó los papeles del divorcio. Tenía planes de enamorar a Bet hasta el punto de que ella besara sus pies, llevarla a Norcovi y que Nathiel viera a su hermana arrastrándose por él. Pero todo cambió cuando supo por qué Bet escapó.
—Ahora no soy tu esposa, solo soy tu amante—, lloró sobre el pecho de Greibiel.
—Nos volveremos a casar-, dijo levantándole la barbilla—. Ya he apartado un lugar, la próxima semana nos casaremos y nos iremos lejos de esta casa.
—¿Irnos? —Zuna se sentó de inmediato y se preguntó: ¿Acaso pensaba abandonar la herencia? Ella no podía permitir que Greibiel dejara todo. Lo amaba, pero amaba aún más su dinero. Y lo quería con todo y él. Si dejaba que Greibiel se fuera y renunciara a la fortuna, ¿de qué vivirían después?
—Sí, nos iremos lejos.
—¿Y con qué? Si todo el dinero se lo dejó a esa mujer.
—Tengo unos ahorros de estos últimos seis años.
—¿Cuánto?
—Lo suficiente como para poder establecernos en el pueblo y comprar unas tierras.
—Espera. ¿Tú me quieres llevar a ese pueblo de donde saliste? -Greibiel asintió.
—No, eso sí que no. Yo no nací en la ciudad para pasar la mitad de mi vida en un pueblo lleno de lodo, mosquitos y tantos ácaros—, la sola idea de pensar en eso le produjo asco.
—Norcovi es un pueblo muy hermoso, con el pasar de los años ha avanzado. Sus calles ya están asfaltadas. No está lleno de lodo.
—Greibiel, no—, dijo firmemente—. No pienso vivir en ese pueblo. ¿Por qué tenemos que ir allá? ¿Por qué no a otra ciudad más grande? Eres un excelente empresario. Supongo que tienes muchos millones, podemos comprarnos una mansión, mudarnos, emprender tu propio negocio y…
—No tengo mucho, si acaso me alcanza para poner una microempresa.
—¿En serio? ¿Una microempresa? ¿No alcanza para una mansión? — Negó.
—Y tendríamos que reducir muchos gastos. Por eso pienso que Norcovi es la mejor opción.
—No puedo creerlo-, se levantó de la cama—. ¿En serio piensas renunciar a todo sin pelear? Dijiste que ibas a revocar el testamento.
—No puedo pelear. Esa mujer tiene dos hijos con mi abuelo. Todo es legal. El abogado está con ella, me es imposible derogar algo que ya está más que claro.
—Entonces, ¿así perderás todo por lo que has trabajado estos años?
—No sé qué quieres que haga.
—Que te cases —, dijo serena y dejando a Greibiel impresionado —Cásate con ella, Greibiel.
—¡Te has vuelto loca! — enfureció. Le dio la espalda y miró el paisaje lejano.
—No, estoy muy cuerda —, dijo detrás de él—Solo así puedes tener tu parte de la herencia.
—Veo que el dinero te importa mucho —, dijo al mirarla. Zuna dejó caer el nudo y le sonrió.
—Sí, es importante —dijo sin titubear—. Pero no porque sea interesada. Yo podría trabajar como lo hacía antes, pero dijiste que no lo hiciera, que correrías con los gastos de mi padre… ¿Ya lo olvidaste?
—Sí, dije que te ayudaría a ti, incluso a él. Pero no sabía que fue el responsable de dejar a mi abuelo así—. Ella solo le había contado que su padre y el abuelo de Greibiel tuvieron problemas en el pasado. Y semanas después de haberse casado, se enteró de cuáles habían sido los motivos. En ese momento, Zuna quiso abandonarlo, pero él se negó a dejarla ir —Greibi, amor. Quedamos en que eso no nos afectaría a nosotros. Son problemas de ellos, en los cuales nosotros no tuvimos nada que ver.
«Su abuelo se lo había dicho. Días antes de que Zuna se marchara, le hizo saber que el padre de ella lo disparó por la espalda dejándolo en ese estado. Y como no hubo testigos de aquello, ese acto quedó impune. Por lo tanto, cuando se recuperó, decidió tomar la justicia por sus propias manos. Envió a varios hombres para que le cortaran las piernas y los brazos al padre de Zuna. Tras contarle esa historia, le hizo saber que probablemente esa mujer había llegado a sus vidas buscando venganza.
Pero Greibiel no le creyó. Greibiel pensó que solo lo decía para alejarlo de ella. Él ya sabía de quién era hija Zuna e incluso lo que había pasado con su abuelo y el padre de su esposa. Ella solo le ocultó los motivos. Lo de conocerse fue pura casualidad, igual que enamorarse.
Pero el viejo Coleman no se la creía. No confiaba en que esa mujer llegara a la vida de su nieto por pura casualidad. Desde que la conoció, no le cayó nada bien, por eso la envió a investigar. Y cuando supo la verdad, se lo hizo saber a Greibiel. Pero al obtener esa respuesta y ver que su nieto estaba ciego por esa mujer, decidió proponerle ese trato a Zuna: darle dinero a cambio de que abandonara a Greibiel, porque este estaba muy enamorado y no escuchaba razones.
Ya le había hecho saber que lo abandonaría si continuaba rechazando a su esposa. Eso era algo que el viejo Coleman no quería. Habían sido pocos años los que había compartido con su nieto. Sobre todo, no quería dejarlo fuera del testamento. Quería dejar todo a Greibiel por ser su único nieto. Deseaba que su legado continuara, pero si era con esa mujer, prefería dejar su testamento como estaba antes de descubrir que Greibiel era su nieto y dejar a este fuera.
Esperó pacientemente a que se olvidara de Zuna, pero cuando se enteró de que Greibiel había contratado a un investigador privado para buscarla, trastocó los planes de su nieto y decidió no agregarlo hasta que encontrara una mujer decente y de buena familia. Si lo hubiera criado desde niño y mantenido bajo su control, seguramente le habría buscado una buena chica, y él habría seguido sus órdenes».
—Pero no es mi culpa, Greibi. Eso fue problema de ellos, no nuestro. ¿O quieres dejarme por eso?
—No. No quiero dejarte. Es por eso que prefiero renunciar a la fortuna de mi abuelo en lugar de casarme con esa mujer y apartarme.
—Es que no me apartarás mi amor. Si ellos quieren que te cases, ponles condiciones.
—¿De verdad estás dispuesta a permitir que me case con esa mujer? Hace minutos atrás estabas llorando porqué ya no estábamos casados, y ahora me pides esto. No puedo créelo— Lo llevó de la mano hasta la cama. Se sentaron, le acarició el rostro y mirándolo fijamente dijo.
—¿Me amas, verdad? — Greibiel asintió —Entonces puedes proponerle que te casas, siempre y cuando yo siga a tu lado. Continuaremos durmiendo juntos. Yo seguiré siendo tu mujer, aunque la del papel sea ella—, subió una pierna y continuó —Greibi mi amor. Ellos quieren casarte para separarnos. Creen que casándote lograrán que me olvides, pero nosotros les demostraremos que ni estando casado con otra persona, podrán separarnos. Te casas, cobras la herencia, te divorcias y luego tú y yo nos casamos y tenemos esa familia que tanto quieres ¿No te parece genial la idea? Así no perderás tu herencia y podremos llevar una vida digna cuando nuestros hijos lleguen.
—¿Y si no aceptan que sigas a mi lado?
—Tienes que lograr que acepten.
Greibiel se quedó pensando por un momento, luego decidió aceptar. Zuna no podía estar más feliz. Ella realmente amaba a Greibiel, pero amaba aún más que él fuera completamente millonario. Por eso había regresado, pensaba que después de casi cinco años, el viejo Coleman ya lo había incluido en el testamento.
No tenía miedo de ser descubierta por Greibiel. Estaba segura de que el viejo Coleman no se atrevería a delatarla, ya que eso lo pondría en evidencia a él. En caso de que lo hiciera, ella tenía su coartada. Después de que Greibiel la encontrara en ese hospital y le contara esa trágica historia, era obvio que él le creería a ella y no al viejo Coleman.
Por la noche, Greibiel bajó tomado de la mano de Zuna. En el comedor solo se encontraban Eloísa y Bet, los niños ya habían cenado e incluso ya dormían.
Bet bebía su café cuando escuchó pasos. Al ver dos pares de piernas al final de la mesa, ni siquiera levantó la mirada, ya sabía quiénes eran y lo patéticos que les parecía.
—¿Quién te dijo que puedes sentarte en el comedor? — Recriminó Zuna. Hasta donde sabía, Eloísa era una empleada de la mansión, no entendía cómo esa mujer se atrevía a sentarse en el comedor.
—¿Me lo dices a mí? — Inquirió Eloísa.
—A quién más, mugrienta.
Bet solo esperaba que Greibiel callara a su mujer, pero este no hizo nada por exigir respeto hacia Eloísa. Por ello, Eloísa se iba a levantar, no obstante, Bet la detuvo.
—No te levantes. Sabes que me gusta que me acompañes a comer…
—Pero señora…
—Yo soy la dueña. Nadie más que yo da las órdenes. Y te ordeno que te sientes y comas conmigo como lo has hecho todos estos años—, dirigió la mirada a Zuna y Greibiel —Y si no te gusta, ahí está la salida—, Eloísa volvió a tomar su lugar.