Acepto.

2272 Words
Zuna sintió tanta rabia hacia Bet que estaba dispuesta a responderle. Sin embargo, Greibiel solicitó que no lo hiciera. Le abrió la silla para que se sentara, pero la mujer caprichosa se negó. —No pienso comer con la servidumbre —dijo Bet levantando la mirada. Sus hermosos ojos verdes se clavaron en la mujer frente a ella—. ¿Qué parte de que Eloísa no saldrá del comedor hasta que termine su último bocado no entendiste? —No puedes venir y desautorizarme delante de los empleados —asintió Zuna con las manos—. He sido la señora de esta casa en el último año… —Y no lo serás más —dijo Bet tomando la taza con elegancia y llevándola a sus labios. Sorbió delicadamente el café, saboreando su exquisitez y sintiendo el aroma que se adentraba en sus fosas nasales—. Porque la verdadera señora ya llegó, y soy yo —levantó la mirada, volviéndola a posar en Zuna. Sus largas pestañas se movían suavemente—. Tú no eres nadie aquí. —Es mi esposa —bramó Greibiel—. Y como tal tiene derecho —dirigió la mirada a Eloísa—. Mi abuelo jamás permitió que los empleados se sentaran en su mesa —Eloísa bajó la mirada, deseando irse, pero Bet se empeñaba en que se quedara allí. —Que te quede claro que Eloísa no es ninguna empleada. Ella es parte de mi familia y tiene más derecho de estar sentada en esta mesa que ustedes dos. —Tú no vas a venir a decirme quién tiene más derechos, porque no eres más que una pueblerina a quien ayudé a escapar del miserable de tu hermano. De lo contrario, hoy serías la esposa del hombre más alcohólico del pueblo. Aunque pensándolo bien, tu hermano ya tomó el primer lugar —dicho esto, tomó la mano de Zuna para salir de aquel lugar. —¿Qué quieres decir con que mi hermano tomó el primer lugar? —Greibiel miró sobre su hombro sin decir más que eso. —Llévame la comida a mi habitación, por favor. No respondió a la pregunta de Bet y la dejó con el corazón angustiado. Eloísa trató de calmarla diciendo: —Seguro lo dijo para molestarla, señora. Bet sintió que Greibiel hablaba en serio. Pero ¿por qué Nathiel se volvería un borracho si él casi nunca tomaba? Era un hombre centrado en el trabajo y en su hogar. —¿Cuidas a los niños por mí mañana? —¿Qué piensas hacer? —Iré a Norcovi. Necesito ver cómo va todo por allá —Eloísa asintió. En la habitación, Zuna estaba histérica. —Como detesto a esa mujer. Solo lleva un día aquí y me tiene más que fastidiada. —No debes darle importancia. —No, es que no se la doy. Ella se la da a sí misma. Siempre diciendo: —Soy la dueña, la señora de la casa. ¿Y cómo lo consiguió? Abriéndole las piernas a un anciano que ya olía a formol. —Te pido que no te refieras así a mi abuelo. —Ok. Lo siento, amor. Es que esa mujer me saca de quicio. —¿Aún quieres que me case con ella? —Sí. Porque si te casas con ella, tendrás los mismos derechos. Es más, serás el señor de la casa y, como tal, podrás hacer lo que quieras —posó las manos en los hombros y lo miró fijamente con coquetería. —No necesito casarme con esa mujer para hacer lo que quiera. —Sabes que no es así. Si a esa mujer le da la gana, mañana mismo puede echarnos. Por eso, antes de que eso suceda, debes hablar con el abogado. —Lo haré mañana mismo. Pero si no aceptan mis condiciones, no me casaré. Saldré de esta casa y haré mi vida en otro lugar. No pienso doblegarme ante las locuras y caprichos de mi abuelo. —¿Sin mí? —Contigo —dijo y la besó. La puerta de la habitación fue tocada, interrumpiendo a la pareja que se disponía a hacer el amor. Muy temprano por la mañana, Bet se levantó, fue hasta la habitación de sus hijos, les dejó un beso a cada uno y salió de la casa. Junto a Hernán, se dirigieron a Norcovi. En el camino, ella no dejaba de temblar. La mujer dura y decidida de los últimos años parecía estar asustada. Pero la realidad era que estaba nerviosa, ansiosa y desesperada por llegar. —Detente— solicitó antes de tomar la vía hacia el pueblo—Volvamos— Hernán la miró con el ceño fruncido. —¿Segura?— Asintió. No estaba preparada aún para volver a Norcovi. Lo haría, pero no ese día. Sería cuando estuviera lista, con fuerzas para enfrentar a su hermano y demás. —Llévame a casa, alcanzó a desayunar con mis hijos, luego me llevas a buscar una escuela. Hernán dio la vuelta. Volviendo a la mansión Coleman, Bet suspiró aliviada. Al bajar del coche, agradeció a su chofer y se adentró en la mansión. Apenas ingresaba, sus pequeños bajaban. —Mami, ¿dónde fuiste tan temprano? —Iba a visitar a alguien, pero como el camino estaba muy feo, volví—. Caminaron hacia el comedor. Eloísa fue a la cocina a preparar la comida de los niños. Solo ella sabía qué les gustaba y qué no les gustaba a los pequeños. —¿Cuándo iremos a la escuela? Pasos se escucharon. Greibiel bajó trotando las gradas, colocó su esmoquin sobre uno de los sillones al pasar por la sala y luego fue hasta el comedor. Detuvo sus pasos firmes cuando aquellos pequeños lo miraron. Volvió a quedarse impresionado por el gran parecido. No podía creer que su abuelo hubiera tenido dos hijos con esa mujer, e incluso que esos niños fueran sus tíos. El fragante aroma varonil invadió el gran espacio del comedor. La pequeña Eliana siguió a Greibiel con la mirada, cuando este la volvió a mirar, ella levantó la mano. Le agradaba ese señor. Era como el papá que siempre imaginó tener. Greibiel se acomodó en la silla, saludó dando los buenos días en general. —Y bien, pequeña, ¿cómo te llamas? —No hablamos con desconocidos— replicó Moisés. Greibiel dirigió la mirada al pequeño. Era el que más se asemejaba a él, salvo con esa seriedad. A esa edad, él no era un niño serio. Era un niño muy risueño, divertido, sobre todo, feliz. “Ese pequeño sí sacó el carácter del padre o quizás de la madre”, dijo para sí mismo. —Soy Greibiel Coleman— le estiró la mano. Moisés se encontraba a su lado. Este pareció que nadie lo saludaba, entonces Bet aclaró la garganta y solo así estrechó la mano de Greibiel—Ya no soy un desconocido—. Moisés puso los ojos en blanco. A diferencia de su hermana, a él no le agradaba ese hombre. —Yo soy Eliana— estiró su manita con una sonrisa. Greibiel se la estrechó suavemente—Qué hermoso nombre. Cuando Eloísa trajo el desayuno de los niños, cruzando el umbral levantó la mirada, al ver a Greibiel y Moisés, frunció el ceño. Al notar la mirada de Greibiel, apartó la suya y continuó acercándose. —Me pareció escuchar que Eloísa no era una empleada. ¿Por qué razón trae los desayunos? Bet ignoró a Greibiel, agarró los tazones y les acomodó la servilleta a los niños. —Lo hago con mucho gusto, señor. Todos estos años he cuidado de los niños, y lo continuaré haciendo hasta que mis pies no den más. —Entonces, ¿puedes preparar mi desayuno? —Por supuesto, ahora mismo— Eloísa se retiró. Mientras esperaba el desayuno, se dirigió a Eliana, quien era la que más le había hablado, porque Moisés y Bet se mantuvieron en silencio además de saludar. —Eli, ¿puedo decirte así?— Asintió—¿En qué grado estás? La pequeña pasó la servilleta por las comisuras, luego se inclinó hacia Greibiel y dijo cubriendo su boca con una manito. —A mamá no le gusta que hable mientras como— se alejó y se enderezó. —Entiendo— le guiñó un ojo y esperó silenciosamente que trajeran su desayuno. Tras culminar, Greibiel se dirigió a la reunión que tenía con el abogado. Esta se realizó en las oficinas del mejor hotel de la ciudad. —Tengo condiciones para aceptar. —¿Cuáles son? —Continuaré al lado de Zuna. Ella será mi mujer las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, los doce meses del año. —Pretendes tener a tu amante viviendo en la misma casa que tu esposa. Es algo que Betsy no aceptaría. —Ella será mi esposa de papel. Pero mi mujer será Zuna. No pretendo llevar a cabo un matrimonio real con la viuda de mi abuelo, eso es nefasto. Permaneceré casado con ella los años que indica ahí, luego de eso me divorciaré y obtendré la mitad de la herencia, ¿es así? —Sí, pero primero debo hablarlo con Bet. Ella será quien decida si acepta o no. —No entiendo por qué mi abuelo insiste en querer unirme a su viuda. ¿Para separarme de Zuna? Si es así, que sepa que nunca dejaré a mi esposa, y menos por sus sobras —. Se levantó, arregló su traje y salió —Tengo una cita programada para la próxima semana, avísame si acepta. —Y si no acepta, ¿qué planeas hacer? ¿Renunciar a todo? — Sin decir más, salió. El abogado sonrió y movió la cabeza mientras marcaba el número de Bet —¿Podemos reunirnos? —Durante la hora de almuerzo. Estoy buscando una escuela para mis hijos. —De acuerdo. Bet inscribió a los niños, compró sus uniformes en la tienda, los dejó en el parque con Eloísa y se encontró con el abogado Stevens en un restaurante frente a la playa. —Me reuní con Greibiel esta mañana. —¿Y qué dijo? —Acepta casarse, pero con la condición de que su ex esposa siga a su lado. —Me parece bien. —¿En serio? —Claro. Así podré desenmascararla más rápido. Si la echo, él se irá con ella. Esperarán a que se cumpla el tiempo estipulado y no podré abrirle los ojos. Ella tiene que estar cerca. —No había pensado en eso. —Dile que acepto. Cuando Greibiel recibió la llamada del abogado, se encontraba cerca de Zuna —¿Quién era? —Stevens. —¿Qué te dijo? —Aceptó—, Zuna levantó una ceja y pareció emocionada por lo que escuchaba, mientras que Greibiel no parecía estar contento. —Solo serán tres años. Verás cómo pasan volando. Bet tenía tres años para desenmascarar a Zuna, lograr que Greibiel se olvidara definitivamente de esa mujer y le diera una oportunidad a alguien más, pero no a ella. Aunque esos eran los planes del viejo Coleman, ella no estaba dispuesta a volver a amar. Había entregado su corazón a Grego, pero este lo rompió en mil pedazos, aunque sabía que no había sido culpa suya. No había sido su culpa entrar a la habitación equivocada, ni que ese hombre la hiciera perderse en la pasión hasta el punto de hacerla delirar e imaginando que estaba con él. Aún podía sentir las caricias, el peso sobre ella, esa lengua húmeda deslizándose por su v****a, esas manos atrapándola y llevándola al paraíso. Su corazón parecía reaccionar a ese recuerdo. Cerró los ojos y respiró hondo, sacando esos pensamientos pervertidos de su cabeza y ocupándola en otra cosa. Al llegar a casa, se encontró con Zuna en la salida. Esta aún no conocía a los hijos de Bet, y al verlos, su expresión reveló su sorpresa. Ella había dudado que fueran hijos del viejo Coleman, incluso había planeado realizar una prueba de ADN para ver si tenían parentesco con Greibiel, pero al verlos de cerca, era evidente el parecido, incluso parecían más a su amado Greibiel que a los Coleman. —¿Se te perdió algo en la cara de mis hijos? Le sonrió forzadamente. —Solo me percataba que tuviera parecido a su padre… —Lleva a los niños a la habitación—, Eloísa tomó la mano de los pequeños y se adentró en la casa. Cuando sus hijos desaparecieron, Bet se acercó a Zuna, mirándola con desagrado dijo —Que sea la última vez que mencionas esa palabra delante de ellos. —¿Qué? — Hizo un puchero —¿Les afecta la partida de su papá? —, volvió a sonreír —No entiendo cómo pudiste tener estómago para enredarte con un viejo de esa edad—, apoyó el codo derecho en su mano izquierda —Pero así son las mujeres como tú, dispuestas a acostarse con ancianos para conseguir lo que quieren. Bet levantó una ceja —¿Lo dices por experiencia? — le regaló una sonrisa cínica —Me pregunto ¿cómo te sustentabas antes de conocer a Greibiel? — La sonrisa de Zuna desapareció —Digo, porque ahora no trabajas, supongo que nunca lo hiciste. O quizás trabajabas otra cosa. Los dientes de Zuna se apretaron —No te metas conmigo, pueblerina, porque no me conoces… —Aquí la que no me conoce eres tú. Y es mejor que no me busques, porque puedo ser muy venenosa—, terminó y se alejó, dejando su exquisito aroma a rosas en el aire.
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