Marcela Vlad toca el timbre de la mansión en donde viven sus abuelos. Es un chalet de lujo con ladrillo a la vista, tres pisos, garaje para cuatro coches, salón de billar, sala de cine, sauna, turco..., todo un lujo. Ni siquiera mi padre ha tenido una casa así en toda su vida. Por supuesto que el abuelo de Vlad tuvo que haber acumulado una gran fortuna siendo un militar de alto rango desde muy joven, y después como secretario de defensa por más de 20 años. La puerta se abre, y puedo ver a una de las primas de Vlad. Dasha. La despampanante mujer sonríe al vernos, pero no salta a abrazar a Vlad, como yo me estaba imaginando que lo haría. Los europeos no son tan empalagosos como nosotros los latinos. No son de dar abrazos ni otras muestras de cariño, aun cuando son familiares. —¡Dob