Marcela
A diferencia de muchas personas, yo detesto la navidad.
No sé cómo sea en otras partes, pero aquí en Colombia, las familias somos muy numerosas, ya que se consideran como primos incluso a los primos de los papás, y todos se reúnen en alguna casa para pasar la noche buena.
Y yo no me llevo muy bien que digamos con mi familia.
Yo no puedo estar en algún lugar con mi padre sin que terminemos discutiendo, y como no soy buena mintiendo, no quiero que justo se forme una discusión familiar en noche buena cuando me pregunte sobre mi trabajo en Orejuela Lawyers.
Vlad me había convidado de pasar las fiestas de fin de año en Rusia, con su familia, pero si hay una sola razón para yo querer estar con mi problemática familia, es mi hermano, que viene a visitarnos del exterior.
Mi pequeño hermano, Mateo, se fue a estudiar su carrera universitaria a Alemania desde hace tres años, y piensa quedarse trabajando allí, ya que definitivamente no quiere quedarse en Latinoamérica, en donde el mercado laboral está jodido, y lo que les pagan a los profesionales es un insulto para todo lo que tuvieron que esforzarse para obtener su diploma.
Y apenas papá supo que mi hermano tiene pensado quedarse en Alemania, lo dejó de apoyar económicamente, ya que el viejo en serio esperaba que su hijo varón se hiciera cargo de su negocio de la ganadería cuando ya estuviera muy viejo o que simplemente dejara este mundo, pero a Mateo nunca le ha gustado el asunto de las fincas.
Yo, a pesar de que aparentemente soy una mujer muy fina que se cuida muy bien sus uñas acrílicas y que nunca cambiaría sus tacones por unas botas pantaneras, en realidad sé ordeñar vacas, pastorearlas, combatir las plagas de los cultivos y negociar a buen precio la leche, la carne, las piñas, los aguacates y el cacao que producimos en nuestras fincas con los compradores más importantes del sector.
Pero como mi papá es un machista de mierda, no quiere ni imaginar que yo pueda quedar a cargo de sus negocios algún día.
Y es así como ahora me encuentro bajándome de mi auto, con mis altos tacones de 15 cm y mi vestido dorado de lentejuelas que deja muy poco a la imaginación, y mi larga melena rubia platinada cayendo en ondas, arrastrando una bolsa llena de regalos hacia la mansión de mis padres. La misma casa en la que viví hasta los 22 años.
Sí. Yo por supuesto que crecí con todas las comodidades que cualquier persona podría desear. Era de esperarse, si yo nací en el seno de un matrimonio conformando por un ganadero y una agente de bienes raíces, pero dejé todas esas comodidades apenas me gradué y mi mamá me ayudó a conseguir un apartamento por un buen precio; por supuesto que fue ella quien me pagó la cuota inicial, a pesar de que le insistí en que yo podía sola. Yo siempre seré su niña consentida.
Entro a la casa caminando con la frente en alto y haciendo resonar mis tacones en el suelo. Mis abuelos, mis tíos, mis primos y mi padre me miran como si yo estuviera vestida como una prostituta. Mi abuela incluso invoca el nombre de Jesucristo al verme.
Todos y cada uno de los que están aquí, me han herido alguna vez con sus palabras.
Crecí en una familia cristiana, de esas en donde las mujeres usan faldas largas y no se maquillan, así que por supuesto que mi manera de vestir les parece muy inmoral.
—¡Ha llegado el alma de la fiesta! —exclamo, tirando todos los regalos que compré con mis últimos ahorros bajo el árbol de navidad de tres metros de alto —. Hay regalos para todos, incluso para los pequeños llorones que ni me sé sus nombres.
Los primos de mi padre me fulminan con la mirada. Por supuesto que me estoy refiriendo a sus hijos, quienes siempre que hay alguna reunión familiar en esta casa, entran a la que hasta hace unos pocos años era mi habitación para hacer estragos.
Y aunque muy pocas ganas tengo de estar aquí con ellos, me acerco a saludarlos a todos con beso en la mejilla, porque mamá me enseñó modales, y no...no es hipocresía. O bueno, tal vez en mi caso sí, pero me importa un carajo.
Mi madre y mi hermano salen de la cocina y me saludan con muchos besos y abrazos, siendo al parecer los únicos alegres de verme.
Oh, mi Mateito. Cuánto lo adoro. Imposible creer que mi bebé ya vaya a cumplir 22 años.
Nos parecemos un poco físicamente. Le heredamos los penetrantes ojos cafés a mamá, y a papá le sacamos sus pómulos altos y su bella sonrisa; pero solo es en algunos rasgos de la cara que nos parecemos, porque por lo demás, yo soy una enana de 1.63, y mi hermano un gigantón de 1.82.
—Wow. Siempre vestida para impresionar —dice mi hermanito, mirándome de pies a cabeza —. Le estás sacando canas a papá en este instante.
—Desde pequeña se las saqué —digo, y entonces abandonamos esa sala llena de arpías para tomarnos un cóctel en el balcón.
Mateo está aquí desde inicios de mes, así que ya hemos tenido tiempo de sobra para adelantar agenda, y es el único de la familia que sabe que me despidieron de Orejuela Lawyers y que estoy probando suerte como litigante, pero sin mucho éxito, porque sigo sin ser capaz de conseguir clientes.
—Deberías aceptar la propuesta de Vlad —dice Mateo cuando ya vamos por la segunda copa.
La propuesta de Vlad.
Hace unos días, antes de que mi mejor amigo se fuera para Rusia, me hizo una propuesta muy poco común para las modernas épocas en las que estamos: que yo le dé hijos, y entonces él me mantiene y me da vida de reina de por vida.
Él es abiertamente gay, como sus padres, así que en realidad no está tratando de llevar una tapadera. Simplemente...quiere un hijo sin tener que hacer todo el trámite de adopción o de vientre de alquiler, y como nos queremos con locura, pues podríamos ser una perfecta familia, solo que cada quien teniendo amantes por su lado.
Es una buena propuesta, en realidad. Vlad es el embajador de Rusia en Colombia, tiene un sueldo atractivo, inmunidad diplomática, un pent-house de ensueño..., y yo siempre he estado enamorada de él.
Sí. Yo soy una de las tantas chicas desafortunadas que resultaron enamoradas de su mejor amigo gay, pero claro, Vlad no ha cedido ante mis insinuaciones. Tal vez me ayudó algunas veces a masturbarme, pero la cosa nunca ha pasado de ahí.
Y, además, nuestra amistad se podría catalogar como tóxica. Yo le he espantado a todos los novios, y él me los ha espantado a mí. Yo siempre quiero saber con quién rayos sale de fiesta, y él lo mismo conmigo, y aunque siempre nos amenazamos con romper nuestra amistad, siempre resultamos regresando a los brazos del otro.
Un hijo...un hijo podría unirnos definitivamente, y yo no tendría que preocuparme por volver a trabajar jamás.
Pero está la pequeña cuestión de que siempre me ha gustado de ser una mujer independiente. Aunque mis padres me lo dieron todo mientras estaba estudiando, yo aun así trabajé desde los 18 como dependiente judicial en pequeñas oficinas de abogados para tener mi propio dinero y ganar experiencia, hasta que di con la vacante de dependiente en Orejuela Lawyers, y pude trabajar ahí desde muy joven y de paso hacer mi pasantía.
Además...está también el hecho de que tuve que trasnocharme y quemarme las pestañas para obtener el título de abogada, y después el de especialista en derecho civil; no pienso echar todo eso a la basura por jugar a la casita con Vlad, y Mateo ya lo sabe, pero de seguro está notando mi cara de miseria bajo mis cinco capas de maquillaje.
—No quiero ser una mantenida —replico.
Una cosa es tener un marido proveedor que no se pusiera con la pelotudez del 50/50, pero otra muy diferente es depender totalmente de una persona. Yo no tengo problema en tener un marido que se haga cargo de todos los gatos del hogar, pero es primordial para mí seguir trabajando.
Mi carrera profesional no me dirá de la noche a la mañana que ya no me quiere.
—Pero...lo amas —dice mi hermano, en voz muy bajita, por si de pronto alguien pasaba por el balcón sin que nos diéramos cuenta —. Y no. No está mal a veces dejarlo todo por amor.
Suelto una risotada, escupiendo el sorbo de cóctel que me bebí justo antes de que Mateo resultara con esa estupidez.
Definitivamente es un niño que le hace más caso a las historias de romance que se lee en aplicaciones de lectura juvenil, que a los hechos de la vida real.
—No seré feliz en un falso matrimonio en donde Vlad pueda acostarse con cualquier chico que se le atraviese, mientras que yo boto la baba por él —digo, sintiendo amarga la bebida, y miro la hora en mi reloj Cartier, el cual fue regalo de...Vlad —. Vamos. Ya es hora de la cena navideña.
—Total. Los hombres hetero también son infieles —murmura mi hermano mientras nos dirigimos a la lujosa sala del comedor, y le doy una patada en la canilla con mi tacón —. Auch. Duele mucho.
Mientras que cenamos, pienso en los pros y contras de aceptar la propuesta de Vlad.
Podría funcionar. Nosotros nos queremos como si fuéramos un matrimonio, y ya nos tenemos la suficiente confianza como para estar toda una vida juntos, y bueno...tal vez buscar tener hijos sea la única manera en que yo al fin pueda tener sexo con Vlad. Acostarme con él ha sido mi mayor sueño. ¿De quién no? Si es un ruso sexy de dos metros de estatura, con un cuerpo de super húmero y tiene un paquetote que sé que no me dejará insatisfecha.
Y dejando el asunto del sexo a un lado, yo en serio que siento que él es el único hombre con el que encajo en todos los sentidos. Vlad me acepta tal como soy, no cuestiona mi forma de vestir ni de comportarme, y no me juzga por haberme acostado con muchos hombres.
Ningún otro hombre querrá algo serio conmigo ni mucho menos casarse al saber que soy lo que la sociedad machista y patriarcal considera como “promiscua”, solo porque disfruto mi sexualidad como la mayoría de hombres lo hacen.
Los hombres solo me quieren para algo del momento, pero Vlad...él en serio me quiere por quien soy, no por mis tetas o mi cara bonita, y que desee que yo sea la mamá de sus hijos me hace muy feliz.
Hablaré con él apenas llegue de Rusia, y tomaré mi decisión según lo que resulte de esa negociación.
Si algo está claro es que Vlad quiere bebés, y yo quiero a Vlad, y en estos tiempos modernos existen muchos tipos de familias, no solamente en el que la pareja es monógama y heterosexual.
Tal vez lo nuestro pueda funcionar.