Hijo de mafioso

2358 Words
Vicenzo Mi mente rememora en sueños aquella misión en Afganistán que yo nunca olvidaré, ni siquiera con la costosa terapia en Bali que mi padre me pagó. Despierto de golpe, con las sábanas empapadas de sudor, y suelto una profunda exhalación. Carajo. Y yo que creí que no volvería a tener esas pesadillas, cuando ya había dejado de tenerlas hace varios meses. A mi tropa, la cual era apodada “la tropa del diablo” por lo temibles y sanguinarios que éramos en combate, nos asignaron la misión de destruir una de las bases de operaciones de los talibanes, la cual estaba funcionando en un hospital abandonado. Mi comandante me había asegurado que había realizado el trabajo de inteligencia correspondiente, y que estaba seguro de que no había menores de edad en la zona. Cuando llegamos al hospital, nos deshicimos de los talibanes que se refugiaban ahí, y empezamos a destruir con granadas todos los depósitos de armas. Me acerqué a una sala en donde estaba un depósito de misiles del mercado n***o y lancé una granada. Estaba a punto de salir corriendo, pero cuando se me ocurrió voltear a mirar, vi a una niña de no más de 8 años de edad, tomando la granada en su mano y tendiéndomela, como diciéndome “mira, se te perdió esto”, con sus inocentes ojitos desconociendo que yo sería el culpable de su muerte. Cerca de 20 niños más salieron de entre las cajas de los misiles, mirándome con un brillo de esperanza en los ojos, creyendo que yo era un buen soldado que venía a salvarlos. Grité, no me acuerdo exactamente qué, e intenté correr hacia ellos para quitarle la granada a la pequeña e intentar salvarlos, pero fue demasiado tarde. La granada explotó, y yo volé lejos por la onda expansiva. Hago los ejercicios de respiración que mi terapeuta me enseñó para evitar ataques de pánico, y me recuerdo por milésima vez que no tengo nada de qué preocuparme, ya que estoy en mi cómoda cama de la gran mansión que mi padre compró hace poco a las afueras de una tranquila ciudad en Colombia. Camino hacia el espacioso baño construido en mármol, abro la llave del lavamanos y hundo mi cara en una buena cantidad de agua fría, tratando de alejar esos traumáticos recuerdos de mi mente. Después de ese fatídico hecho, yo no volví a ser el mismo. Bajé el excelente rendimiento que tenía como capitán de tropa en la Legión Extranjera Francesa, y eventualmente terminé con baja deshonrosa, sin derecho a una jubilación, y sin derecho a ser llamado con el rango que tanto me costó obtener. Sí. Yo hice parte de la reconocida y muy temida Legión Extranjera. Inicié mi carrera militar a los 18 años, cuando presté mi servicio militar en la Fuerza Aérea italiana, siguiendo los pasos de mi padre, Santino Mancini. Los Mancini son el linaje más importante de Italia y de toda Europa. Era una familia noble y por ende muy adinerada, que tuvieron en su poder el Gran Ducado de Roma. La historia de la dinastía Mancini se remonta a los años 500 después de Cristo, cuando Italia estaba bajo el imperio Bizantino, y sus principales ciudades eran gobernadas por ducados, en cabeza de un funcionario imperial que tenía el título de Dux, pero el pueblo prefería llamarlo “el gran duque”. Fue así que Roma fue gobernada desde aquella época por la familia Mancini, y aunque el reinado de los ducados desapareció con la caída del Exarcado de Rávena, mi familia aun así siguió teniendo bastante poderío en Italia, teniendo los favores del monarca de turno y contribuyendo económicamente con la arquitectura y cultura del país. Prácticamente fue mi familia la que ayudó a levantar a Italia y lograr que fuera uno de los países más admirados por su exquisita cultura, y también ayudó a construir la Ciudad del Vaticano. Cuando la monarquía en Italia desapareció tras la segunda guerra mundial, y que por ende los Mancini no pudieron seguir siendo una dinastía, aun así siguieron siendo los más poderosos de Italia, porque no es un secreto para nadie que, quien tiene el dinero y las armas, tiene el poder. La tradición era la misma en todas las generaciones de los Mancini: el primogénito era el que ocupaba cargos políticos, el segundo era el que tenía que lograr ser un condecorado militar, y los otros hermanos servirían de apoyo. La cuestión es que...los Mancini se empezaron a meter en negocios turbios tras la segunda guerra mundial, cuando el poderío de la familia tambaleó con la caída del sistema monárquico, y mi bisabuelo fundó a La Capitalena, la organización mafiosa más poderosa de Europa y tal vez del mundo entero. Fue el dinero de la mafia lo que le permitió a mi abuelo Ángelo fundar la farmacéutica Salute Mancini, y creo que ya todos sabemos que la industria de las farmacéuticas es el negocio más multimillonario de todos, así que mi familia era, por decirlo así, la que mandaba en la economía mundial, con sus negocios legales e ilegales. Y hablo en tiempo pasado porque...porque mi papá ya se va a retirar del negocio. Massimo es mi padre adoptivo. Quedé huérfano a los 4 años cuando en un ajuste de cuentas entre la mafia rusa y La Capitalena, mi padre Santino fue asesinado junto con mi madre, y los cuerpos de ambos llegaron a la casa de mi abuelo en hieleras. Yo estaba muy pequeño cuando eso, pero lamentablemente tengo muy nítido el recuerdo de cuando escuché los gritos de mi abuela y de Massimo. Luciano —mi primo-hermano mayor— y yo corrimos hacia la sala, y vimos cómo nuestro abuelo lanzaba maldiciones y golpeaba su cabeza contra la pared, mientras que mi abuela buscaba algo con lo cual pudiera matarse. Massimo, por su parte, lloraba escandalosamente, arrodillado en el piso, acariciando la cabeza de mi padre, prometiéndole que vengaría su muerte. No. Ese no era un buen recuerdo para ningún niño, pero lamentablemente Luciano y yo hemos tenido que cargar con eso, sumado a los maltratos de mi abuelo, quien por supuesto que se volvió alguien más frío y mucho más agresivo después del asesinato de su hijo más consentido. Por alguna extraña razón que yo aun no sé, el abuelo Ángelo pareció nunca querer a su primogénito, Massimo. Lo mandó a estudiar a Inglaterra, y fue muy cruel al obligarlo a tener un hijo por vientre de alquiler a los 20 años —para asegurar el linaje Mancini—, y no dejarlo estudiar en Roma, ni tampoco dejar que se llevara a Luciano a Londres. Fue así que Luciano quedó al cuidado de nuestros abuelos desde su primer año de vida, al igual que yo, que nací un año después de él; pero la peor parte de los maltratos del abuelo se la llevó Luciano, precisamente por ser el hijo de Massimo, ese hijo con el que Ángelo siempre tuvo problemas. Mi mente eliminó la mayoría de recuerdos traumáticos de esos complicados años en los que viví con los abuelos Mancini, pero el que aún queda en mi mente es el de cómo el abuelo le machucaba los dedos a Luciano por no saber cortar bien la carne, apenas teniendo 5 años de edad. Desde los 5 años, los Mancini ya eran entrenados para ser unas máquinas de matar. Desde los 5 años, Luciano y yo supimos lo que era empuñar un arma, así que era apenas lógico que el abuelo quisiera que desde esa edad comiéramos en la mesa con los adultos, vestidos con nuestros elegantes trajes en miniatura de Armani. Cada vez que a Luciano se le dificultaba cortar la carne con el cuchillo, el abuelo le machucaba los dedos, y si la abuela intentada intervenir, mi abuelo la golpeaba al frente de nosotros. Pero lo peor era cuando por los nervios o porque simplemente sus movimientos eran un poco torpes —como los de cualquier niño—, Luciano regaba la copa de jugo sobre el caro mantel de mi abuela. Recuerdo perfectamente cómo Ángelo alzaba a Luciano por un brazo, como si fuera un muñeco de trapo, y lo llevaba a una de las habitaciones para azotarlo sin piedad con su cinturón. Les contamos a nuestros padres lo que sucedía, claro que sí, pero cuando Massimo se atrevió a cuestionar los métodos de “enseñanza” de Ángelo, el viejo lo golpeó en la frente con la empuñadura de su arma, así que nada se pudo hacer contra los métodos poco ortodoxos de don Ángelo para educar con disciplina a sus nietos. Aun así, Massimo trató de que Luciano y yo tuviéramos una infancia más o menos normal, así que cada vez que tenía algún descanso de sus deberes universitarios, regresaba a Roma y nos sacaba a pasear a Luciano y a mí, aunque tuviera que drogar a Ángelo para que se quedara dormido y no nos jodiera la vida. Nos llevaba al parque, nos llevaba a comer helado, nos llevaba al cine..., y tal vez son esos buenos recuerdos los que no me permiten decir que mi infancia fue una absoluta mierda, porque no fue así. Cuando los malos recuerdos de los maltratos de mi abuelo llegan a mi mente, casi inmediatamente son reemplazados por las risas de dos niños que, a pesar de que estaban viviendo un infierno, se tenían el uno al otro y hacían locuras cada vez que su abuelo no los estaba mirando. Los malos recuerdos también son reemplazados por la dulce sonrisa y los mimos de un hombre que lamentablemente tuvo que volverse malo para vengar la muerte de su hermano. Massimo Mancini podrá ser un mafioso despiadado, un asesino y todo un hijo de puta, pero es el mejor padre que alguien podría desear. Es un hombre muy malo. Ha hecho cosas muy feas, pero con sus hijos es todo un amor. Y bueno...de toda su tropa de hijos, yo fui el que más salió parecido a él, a pesar de que soy su hijo adoptivo y no un directo descendiente consanguíneo. Massimo tiene seis hijos en total, contándome a mí, pero a sus cinco hijos biológicos los tuvo por vientre de alquiler, ya que él asegura ser asexual, y que no quiere que después alguna mujer en un divorcio les quite a sus hijos. Hombre inteligente, al fin y al cabo. Luciano es el mayor de todos, con 28 vueltas al sol. Es el más atractivo de todos, con unos ojos grises que parecen imposibles que pertenezcan a un ser humano, y pecas por todo el cuerpo, siendo ese su mayor atractivo, ya que hacen que su hermoso rostro se vea más interesante. Es abogado penalista, pero se dedicó a la política al igual que papá, y fue un congresista muy querido por las juventudes, y...es gay. Sí. Al temible Massimo Mancini le salió un hijo gay, pero por supuesto que todos lo amamos y lo queremos como es. No salió parecido a papá en el sentido de que le guste matar gente, pero sí se da a respetar con la palabra y con sus ojos grisáceos que a veces pueden llegar a ser tenebrosos. Yo soy el segundo, con 27 años, y cumplí con la tradición familiar al pertenecer a las fuerzas armadas, y después pasé a ser la mano derecha de papá en su mafia. El tercero y el que nos cambió la vida a todos apenas nació, es Santino. Tiene 21 años, y resultó ser el menos Mancini de todos ya que es un pan de Dios, y como fue el más consentido de papá, pues no le dio miedo revelársele a los 17 años, cuando se negó a estudiar una carrera universitaria y además se cansó de llevar esa vida de típico hijo de magnate que no podía salir sin escolta, y se fue a los Estados Unidos a perseguir su sueño de ser piloto de automovilismo. Actualmente, es la cara principal de la escudería Ferrari en la Fórmula 1, y el orgullo de todos nosotros. Después de Santino, están los gemelos Gianluigi y Lorenzo. Tienen 10 años, y papá es un completo blandengue con ellos. Mientras que Luciano y yo sí tuvimos que sacar la cara por los Mancini, tener entrenamiento militar, estudiar y hacer todo lo que papá quiso, esos dos mocosos pudieron escoger desde pequeños lo que querían ser, y es así como Gianluigi está entrenando desde muy pequeño para ser algún día un famoso futbolista, y Lorenzo está mostrando dotes en la danza y el teatro. Y la menor del escuadrón Mancini, la que definitivamente terminó por lograr que Massimo se retirara como mafioso, se llama Antonella. Va a cumplir 3 años y es la niña más hermosa y tierna que pueda existir en el planeta. Bueno...en realidad es tierna solo cuando no se le da una razón para enojarse, porque cuando lo hace, hasta el diablo se esconde. Y tengo la firme creencia de que papá tuvo a Antonella no más para darme algún tipo de responsabilidad —prácticamente soy yo el que la ha criado— y para que yo al fin fuera afectivo con alguien, ya que, aunque adoro a mis hermanos, nunca he sido de dar besos y abrazos. Amo mucho a mis hermanos varones, y a todos los quiero por igual, pero Antonella...ella es mi todo. Siento algo inexplicable cada vez que la veo reír, y mi corazón parece derretirse cada vez que ella me abraza y me da mimos. Mi papá creyó que, con la llegada de Antonella, ella le daría algo de ternura a mi vida y que dejaría de ser tan frío y despiadado —porque resulté siendo peor que él—, y que, eventualmente, mis ganas de matar se irían. Le sonrío cínicamente a mi reflejo en el espejo y me río como el psicópata que siempre he sido. Papá está muy equivocado si pretende que yo, un chico que mató a su abusador abuelo cuando tenía apenas seis años de edad, sepulte, así como así, sus deseos de matar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD